Al contrario, los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios.( 1 Corintios 12.22)
Cada congregación tiene al menos dos o tres personas que entran dentro de esta categoría, hermanos que calificaríamos de «débiles». Son esas personas problemáticas que no terminan de insertarse correctamente en el cuerpo, especialistas en comportamientos o comentarios inapropiados. El resto convivimos con ellos, movidos por una mezcla de tolerancia y lástima. ¿No hemos sido llamados, acaso, a la compasión?
Aun con esta perspectiva, la declaración del apóstol Pablo nos confunde. ¿Qué es esto?, ¿los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles son los más necesarios? Estamos acostumbrados a pesar el valor de las personas por la contribución que hacen a nuestras vidas. Con ese parámetro, ¡estos «hermanitos» definitivamente no parecen los más necesarios! Al contrario, parecen los menos importantes. Los verdaderamente necesarios para el buen funcionamiento del cuerpo son el pastor, los ancianos o los diáconos. ¡Ellos sí sirven a la iglesia con sus dones y talentos!
El problema es que estamos mirando la declaración del apóstol desde la óptica equivocada. Mientras busquemos entenderla a la luz del beneficio que nos dan los demás no tendrá sentido para nosotros lo que él está diciendo. Mas Pablo no pensaba que estos hermanos problemáticos son los más necesarios por lo que nos dan a nosotros. Son necesarios por lo que nosotros nos vemos obligados a darle a ellos. Considere cómo continúa el pasaje: «y a aquellos miembros del cuerpo que nos parecen menos dignos, los vestimos más dignamente; y los que en nosotros son menos decorosos, se tratan con más decoro, porque los que en nosotros son más decorosos no tienen necesidad» (1 Co 12.23–24). Observe con cuidado la descripción de acciones tales como «vestir» y «tratar». Quienes las debemos llevar a cabo somos nosotros y lo hacemos, precisamente, con estos miembros que parecen más débiles.
Esto no es porque alguno de nosotros lo haya planificado de esta manera, sino que es parte del designio soberano de nuestro Creador. «Pero Dios ordenó el cuerpo dando más abundante honor al que menos tenía, para que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen los unos por los otros» (1 Co 12.24–25). El Señor, guiado por su maravillosa sabiduría, sabe que la única manera de enseñar verdadero amor y genuina compasión es colocando en medio de nosotros a una persona que necesita ese amor. Así como extremamos el cuidado hacia una parte del cuerpo físico que es delicada o ha sido lastimada, también Dios desea que cultivemos actitudes de verdadera ternura hacia aquellos que parecen poseer menos madurez espiritual. Ellos nos hacen falta a nosotros, ya que por medio de ellos aprendemos a cultivar la paciencia y la bondad.
Como líder usted puede dar ejemplo de esto a su congregación dando prioridad a los que parecen ser menos dignos. No se junte siempre con aquellas personas que lo estimulan, o que le caen bien. Procure dedicar tiempo y esfuerzo a los que menos parecen merecerlo. Cuando viva con esta perspectiva estará ilustrando el amor que Dios nos tiene, pues él se nos acercó a pesar de nuestra profunda indignidad.
Para pensar:
La división es el resultado de preferir a unos por encima de otros. La presencia de los débiles entre nosotros nos obliga a dar consideración a todos, y no a unos pocos.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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