Por eso, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, prefiero rogártelo apelando a tu amor, siendo yo, Pablo, ya anciano, y ahora, además, prisionero de Jesucristo. (Filemón 1.8–9)
Esta es una de esas situaciones que, desde la perspectiva de nuestra sociedad, libre del comercio de esclavos, parece presentar la más clara y sencilla resolución. Como cristianos, creemos que la esclavitud es inaceptable en cualquiera de sus manifestaciones, sea laboral, económica o racial. Nuestra seguridad, no obstante, tiene mucho que ver con la ausencia visible de esclavitud a nuestro alrededor. En otros temas tales como el divorcio, el vivir de préstamos o el materialismo desenfrenado, nuestras convicciones tambalean, pues son temas que forman parte integral de nuestra cultura.
La esclavitud en el siglo primero también era parte de una realidad cotidiana. Las personas que poseían modestos medios económicos eran dueños de al menos un esclavo. Es importante tomar conciencia de esto, porque nos ayudará a entender lo radical del gesto del apóstol Pablo. Defender a un esclavo que había escapado de la casa de su amo, una ofensa penada con la muerte, era una postura que resultaría incomprensible a la mayoría de las personas. Produciría una reacción similar hoy, si un cristiano afirmara que el divorcio es una opción aceptable para los que están en Cristo. No obstante, el apóstol, movido por una ley mucho más fuerte que la ley romana, apela a Filemón a que despliegue una actitud de gracia y perdón hacia el esclavo que había perdido.
La intención de este devocional es reflexionar sobre la forma en que el apóstol realizó esta petición a Filemón. No sabemos con certeza el momento en que Filemón conoció a Pablo, pero parece muy probable que el apóstol haya sido una pieza clave en su conversión. La inversión de Pablo en su vida debe haber sido intensa y, quizás, prolongada. El apóstol le escribe, a manera de recordatorio «por no decirte que aun tú mismo te me debes también» (Flm 1.19). Es a este punto que Pablo se refiere en el versículo de hoy. La posición de autoridad espiritual que tenía con respecto a la vida de Filemón le daba derecho a Pablo, en Cristo, de ordenarle que hiciese tal como le estaba indicando. El apóstol no solamente creía que le pertenecía esta facultad, sino que confiaba que, de usarla, Filemón le obedecería.
Pablo optó, sin embargo, por no recorrer este camino. En lugar de esto, efectuó su petición usando como argumento solamente el amor que unía la vida de ambos hombres. Nos deja una importante lección sobre la manera en que un líder insta a los suyos a la obediencia. Las órdenes impuestas tienen que ser siempre el último recurso que usa un pastor. Tienden a producir resentimiento y a levantar resistencia porque, entre adultos, se entiende que el diálogo es siempre el camino más deseable. Pablo quería evitar que un posible resentimiento se canalizara luego hacia la vida de Onésimo. Apeló al amor, porque cuando el amor nos motiva produce una poderosa transformación en nuestras vidas. Es, siempre, el camino más excelente.
Para pensar:
Apelar al amor presupone una relación entre líder y seguidor. Ninguna apelación tendrá resultado si esta relación no existe. La prioridad del líder debe ser cultivar esta relación. Es una inversión que en el futuro dará su buen retorno.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios