Aconteció después de la muerte de Moisés, siervo de Jehová, que Jehová habló a Josué hijo de Nun, servidor de Moisés, y le dijo… (Josué 1.1)
A este pasaje, como los primeros versículos de muchos libros de la Biblia, lo podríamos pasar por alto por considerarlo apenas una introducción al texto principal. En una sola oración, sin embargo, nos presenta el modelo indicado para la formación de un nuevo líder, el proceso que debe atravesar aquella persona que eventualmente ocupará un puesto de responsabilidad dentro del pueblo de Dios.
El autor describe a Moisés como el siervo de Jehová, aunque no siempre fue esta la realidad del gran libertador de Israel. Una gran parte de su vida transcurrió sin que Moisés hubiera accedido a este privilegio, no porque Dios no quisiera darle esta posibilidad, sino porque él necesitaba pasar por aquella escuela de formación en la que moriría a sí mismo. Sin esta experiencia de muerte hubiera sido imposible que se le llamara «siervo de Jehová», pues el título presupone que la persona está enteramente a disposición del Altísimo, sin proyectos personales.
El texto también describe a Josué, hijo de Nun, como servidor de Moisés. Es decir, por lo menos durante cuarenta años este hombre había estado al servicio de Moisés. Esto no significa que Josué no había estado sirviendo al Señor, sino que la manera en que lo hizo fue sirviendo a Moisés. Durante esos años su vida estuvo a disposición del gran líder. Al igual que su tutor, no poseía un proyecto propio de vida, sino que había puesto todos sus recursos y dones a disposición de Moisés. Su meta era serle útil en lo que fuera necesario y, por el testimonio de la Escritura, todo pareciera indicar que Josué lo hizo con singular alegría y entrega.
Esta es una buena escuela de formación para un joven; y un líder sabio debe comprometerse a incorporar a su vida personas que tienen esta función. Por el testimonio del libro de Números varios jóvenes estaban al servicio de Moisés de esta manera (11.28). Estos jóvenes no solamente se ponían a disposición del líder, sino que él los hacía partícipes de muchos de los proyectos que Dios le encomendaba. En todo, aprovechaba las circunstancias reales de la vida para formar en ellos las capacidades y actitudes que eventualmente les permitirían asumir una mayor responsabilidad en el pueblo de Dios.
Hoy, este proceso de formación lento y prolongado pareciera no ser necesario. Estamos demasiado apurados por extender la obra como para invertir profundamente en la vida de algunos ayudantes. No obstante, estos obreros con una formación pobre acaban haciendo mucho daño al pueblo de Dios, de modo que lo que ganamos en tiempo lo perdemos en calidad de ministerio. El líder sabio sabe que este trabajo lento es una de las mejores inversiones que puede dar para el futuro de la iglesia. No es poca cosa dejar formado a un Josué o a un Timoteo. Ellos representan la nueva generación de líderes que conducirán los asuntos de Dios cuando nosotros hayamos terminado la carrera.
Para pensar:
Las lecciones que una persona aprende mientras sirve a otro le proveerán los mejores principios para que el día de mañana los aplique en el ministerio al que ha sido llamado.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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