Buscar su interveción

Si se humilla mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oran, y buscan mi rostro, y se convierten de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré sus pecados y sanaré su tierra. (2 Crónicas 7.14)

Este es un pasaje muy conocido para nosotros y especialmente apto para nuestro atribulado continente, tan castigado por el abuso de poder y la corrupción que ha diezmado notoriamente sus recursos naturales. En el hay una serie de pasos para asegurar la intervención de Dios en tiempos de crisis.

Debemos notar que es la combinación de estos pasos lo que puede llegar a producir una respuesta del Altísimo. En muchas ocasiones optamos por uno u otro de los elementos, pero no por el conjunto. Tomados en forma aislada, no obstante, tienen poca eficacia. Por ejemplo, cuando Dios declaró que Israel andaría errante por el desierto durante cuarenta años, el pueblo se arrepintió, pero no fue prosperado porque su arrepentimiento no estuvo acompañado de una búsqueda del rostro de Dios (Nm 14.40–45). De la misma manera, en Isaías 58, el profeta condenó al pueblo porque se habían humillado, pero no se habían arrepentido de sus malos caminos (58.1–4).

Por esta razón podemos decir que el arrepentimiento es un proceso más profundo que la experiencia de un momento. Tiene pasos concretos que afirman la decisión del arrepentido de ordenar completamente su vida según los preceptos de Dios. Transitar por este camino asegura que el cambio no sea meramente un ejercicio religioso.

En este proceso, entonces, tenemos estos cuatro pasos: humillarse, orar, buscar su rostro y volverse de los malos caminos. En la humillación está el reconocimiento de que uno ha sido orgulloso y autosuficiente, que no ha caminado por el camino que el Señor demanda de los hombres. Es admitir lo pobres que han sido los resultados de nuestros propios proyectos. Al orar nos aseguramos que nuestra humillación no sea simplemente una depresión momentánea. Le ponemos palabras a nuestros sentimientos y expresamos a Dios nuestra vergüenza por la manera en que hemos vivido, proceso que es saludable para nuestro espíritu. Buscar su rostro implica una postura de adoración, de contemplación. De esta manera nos aseguramos que nuestro arrepentimiento no está acompañado por nuestra propia idea de cómo arreglar lo que hemos hecho mal, como lo hizo el hijo pródigo. Al buscar su rostro cultivamos una actitud de espera, para que él nos guíe por el camino a seguir. Más que solucionar nuestro problema, nos preocupa reestablecer nuestra relación con él. Por último, sí tenemos certeza que no podemos caminar por el camino que hemos transitado. Volvernos de nuestros caminos implica que desechamos todo lo que antes hacíamos porque entendemos que es la causa de muchos de nuestros problemas. Es una forma de declarar que no volveremos a transitar por esos senderos.

Al igual que José con sus hermanos, Dios no se resiste al corazón humillado y contrito. Cuando genuinamente hay un cambio en nosotros, Dios nos oye desde los cielos, perdona nuestros pecados y sana nuestras vidas. ¡Qué regalo tan sublime!

Para pensar:

«Arrepentirse es mucho más que pedirle disculpas a Dios». Anónimo.




Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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