Cada uno especial

La gloria de los jóvenes es su fuerza; la belleza de los ancianos, su vejez. (Proverbios 20.29)

El autor de Proverbios escoge dos grupos de personas que están en extremos opuestos de la vida, para compartir una importante observación con nosotros. Los jóvenes están comenzando a construir sus vidas, realizando el proceso de integración que los convertirá en miembros útiles de la sociedad. En la otra punta se encuentran los ancianos, la gente que ya está terminando la carrera y que ha, en gran parte, completado su aporte a la sociedad. Ambos, nos dice el versículo, son especiales.

A nosotros nos ha tocado vivir en una sociedad que eleva a un lugar de privilegio a la juventud. Pagamos cifras millonarias a muchachos que deslumbran con sus habilidades de jugar al fútbol o al básquet. Las «súper» modelos del mundo de la ropa son las estrellas que siguen alocadamente multitudes de adolescentes que pretenden ser iguales a ellas. Los jóvenes con talento para la música, dueños de contratos de grabación astronómicos, son los que imprimen sobre toda una generación sus valores y criterios acerca de la vida. En el mundo de las empresas, las personas con cuarenta años de servicio leal a la compañía se tornan dispensables, pues deben hacer lugar para la ola de graduados universitarios que, se cree, representan el futuro del mercado.

Dentro de este marco, la vejez es un castigo. El que ha entrado en la etapa de retiro es una persona que no tiene delante suyo otro desafío que esperar la llegada de la muerte. Aunque mostramos cierta ternura hacia los que son ancianos, pocos los consideramos como miembros valiosos de la sociedad.

El texto de hoy corrige esa creencia, tan arraigada en el ser humano, de que no hay una etapa de la vida que es mejor que la otra. Cada etapa es especial. Trae consigo ciertos desafíos que son diferentes a los que enfrentan aquellos que se encuentran en otras etapas de la vida. Es justamente porque queremos medir todas las etapas con el mismo criterio, que se convierten en indeseables. Si tomamos lo que es la gloria de la juventud y la aplicamos a la vejez, de seguro tendremos la opinión de que es una etapa muy triste. Los ancianos son personas que pierden, día a día, la vitalidad y la fuerza que en otro tiempo poseían en abundancia. De la misma manera, si nuestro ideal tiene que ver con la belleza física, el cuerpo esculpido y el rostro reluciente, nos resistiremos con toda nuestra fuerza al avance de los años.

El texto de hoy, no obstante, nos dice que la hermosura de los ancianos es, precisamente, su vejez. Detrás de esas arrugas y esos cabellos canosos, hay toda una vida de experiencia, de luchas y victorias. En sus rostros hay una historia que merece ser contada. De sus errores y aciertos hay muchas lecciones que podemos aprender. Les debemos nuestro respeto porque han corrido con perseverancia la carrera de la vida. Nosotros aún no sabemos si llegaremos a donde ellos han llegado. El anciano, en el reino de Dios, es valioso porque hace un aporte que el joven no puede hacer.

Para pensar:

«Delante de las canas te levantarás y honrarás el rostro del anciano. De tu Dios tendrás temor. Yo, Jehová» (Lv 19.32).

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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