Cartas abiertas

¿Comenzamos otra vez a recomendarnos a nosotros mismos? ¿O tenemos necesidad, como algunos, de cartas de recomendación para vosotros o de recomendación de vosotros? Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres. Y es manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón. (2 Corintios 3.1–3)

Los hijos de un matrimonio pueden revelar mucho acerca de la clase de personas que son sus padres. Vemos en ellos pequeñas copias de los adultos, justamente porque tienden a imitar y copiar los modismos, los comportamientos y las actitudes de los padres. Las convicciones y principios que gobiernan la vida de sus padres comienzan a ser parte de sus vidas, aun cuando estas nunca son enseñadas o discutidas en el seno de la familia. Al compartir el mismo hogar se comunican infinidad de mensajes a diario, que lentamente comienzan a incorporarse a la vida de cada uno de los integrantes de la familia.

El mismo principio rige la vida de una congregación. Si queremos saber qué clase de persona es el líder que está al frente de ella, no tendremos más que mirar la vida y el comportamiento de las personas que pastorea. Ellos serán el reflejo más fiel de las convicciones, el compromiso, y el estilo de liderazgo que posee la persona que ministra a la congregación. Al igual que en la familia, las convicciones que los miembros posean se les habrán contagiado a los miembros simplemente por estar compartiendo tiempo con el líder.

Muchos líderes no entienden esta importante verdad. Cuando ven actitudes, comportamientos y compromisos débiles en sus miembros, tienden a condenarlos duramente, mientras sueñan con todas las cosas que podrían lograr si tuvieran una congregación de personas «más comprometidas». El problema principal, en la mayoría de los casos, sin embargo, no está en los miembros sino en la persona que los está pastoreando.

Howard Hendricks, uno de los extraordinarios educadores de la iglesia en EE.UU., cuenta la historia de una invitación que recibió para compartir en una congregación de varios cientos de personas. Cuando llegó la hora de comenzar, no había allí más que un puñado de personas. El pastor principal, que había dado extensa publicidad previa al evento, se quejaba por la falta de compromiso en sus miembros. Hendricks lo escuchó, y luego le dijo: «Pastor, yo sé cuál es su problema». El pastor se puso contento, pues creía que iba a recibir la solución para motivar mejor a su gente. Mas cuando le preguntó a Hendricks cuál era el problema, el educador le respondió sin titubear: «¡Usted! Tendría que estar dando gracias por las veinte personas que llegaron y no perdiendo el tiempo pensando en los 480 que no llegaron!» Puede estar seguro que los veinte que estaban presentes ya habían percibido el fastidio del pastor.

Para pensar:

Las actitudes y convicciones suyas las verá fielmente reflejadas en su gente. Puede que repitan todas las frases que usted les enseña. En el comportamiento de ellos, sin embargo, verá un mensaje más claro acerca del trabajo que usted está realizando como líder. Si ellos no están respondiendo, usted necesita evaluar cómo les está ministrando.

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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