En el ámbito de la enseñanza cristiana y de la consejería, nuestro mayor interés es que las personas incorporen a sus vidas los consejos que les compartimos, y que veamos cambios positivos en aquellos a quienes aconsejamos. Nosotros enseñamos, y deseamos que ellos aprendan.
Llevo algunos años estudiando acerca de cómo sucede el aprendizaje. Este es un tema realmente muy interesante. Una pregunta que me he hecho muchas veces es la siguiente: ¿Puede existir aprendizaje sin enseñanza? (Y creo que la respuesta es sí.) Otro tema que me inquieta es: ¿Podemos acaso lograr que haya aprendizajes más duraderos, y habrá alguna forma de acelerar el tiempo de los aprendizajes?
Bueno, voy a intentar responder esta pregunta haciéndote otra pregunta: ¿Alguna vez haz visto a un niño aprender a jugar a un videojuego? Lo aprenden muy rápido. Extremadamente rápido. ¡Y sin un profesor a su 5lado diciéndoles qué hacer! ¿Por qué, y cómo, ocurre un aprendizaje tan acelerado?
Si observáramos más detenidamente este fenómeno, podríamos extraer algunas valiosas lecciones de él. Fíjate en algunas de las razones por las que este aprendizaje ocurre tan rápido:
- Les gusta. Esta es una razón clave, porque el interés dispara sus ganas de aprender.
- No tienen miedo al fracaso. Pueden probar y probar, y no hay ningún castigo terrible por fracasar. El hecho de que puedan volver a intentarlo una y otra vez hace también que el efecto del aprendizaje se incremente.
- Hay retos y grados crecientes de dificultad. Los retos y los grados de dificultad creciente hacen que aumente el interés por aprender. Cuando un juego no les resulta lo suficientemente desafiante, no les interesa aprenderlo.
- Hay un sistema de marcador constante e inmediato. La retroalimentación acerca de su avance y su progreso es permanente. Tienen indicadores que les permiten saber de forma inmediata si lo hicieron bien o mal. En la escuela, cualquier prueba pierde su efectividad en términos de aprendizaje si la retroalimentación se dilata en el tiempo, como cuando rendimos un examen y nos devuelven los resultados recién dentro de quince días.
- El jugador tiene el control. Eso quiere decir que él puede decidir el ritmo al que va. No tiene a nadie apurándolo, y tampoco necesita esperar al instructor para poder avanzar.
- Hay competencia. Cada vez más, los juegos se juegan compitiendo en línea. De esta manera, el jugador tiene contra quién medirse, y esto se convierte en un desafío que lo mueve a querer aprender más rápido y a esforzarse por jugar mejor cada día.
Estas son solo algunas de las condiciones que se dan en el caso de los videojuegos, y que favorecen que los niños aprendan a jugarlos de forma acelerada. Tristemente, ¡esto es exactamente lo opuesto a lo que sucede en los sistemas educativos tradicionales!
Quisiera invitarte a que exploremos juntos el fascinante mundo del aprendizaje. Pero antes, te advierto que debemos estar preparados para cuestionarnos algunos argumentos acerca de la educación que se da en las escuelas y que los maestros y consejeros solemos replicar, también, en las iglesias.
En nuestros países latinoamericanos nos hemos quedado rezagados ante el cambio que la educación hoy en día demanda. El cambio es necesario porque, como dice mi amigo Junior Zapata, una nueva cultura demanda una nueva educación.
Al tratar de guiar, aconsejar o mentorear a un niño, nos enfrentamos con un serio problema relacionado con el concepto de aprendizaje. ¡Los niños están aprendiendo de formas diferentes y aceleradas! En los últimos años se ha diagnosticado a miles de niños con el llamado «Síndrome de Déficit de Atención». Este síndrome es real, pero creo que también debemos considerar el hecho de que nos estamos enfrentando a un mundo que esta aprendiendo en formas diferentes, y sospecho que en muchos casos estamos medicando a estudiantes que simplemente aprenden diferente…
Cada vez más, la educación se enfrenta al reto de educar a una generación sobreinformada, sobreestimulada y sobreprotegida. Esto complica aun más la tarea de producir aprendizajes. El reto, la estimulación, y la información, son parte del proceso enseñanza–aprendizaje, pero debemos saber enfocarlos y aprovecharlos bien para producir los resultados que deseamos.
Para empezar nuestro análisis sobre el tema, definamos primero qué significa «aprendizaje». Cada vez que les pregunto a maestros, padres, pastores, y a otras personas que se dedican a la tarea de enseñar, sobre su definición de «aprendizaje», me sorprende que su concepción está basada mayormente en la adquisición de conocimientos y solo algunos, un poco más progresistas, mencionan la adquisición de habilidades. Estos dos son, es cierto, elementos del aprendizaje, pero no definen el concepto por sí mismos.
Feldman define el aprendizaje como un proceso de cambio relativamente permanente en el comportamiento de una persona, generado por la experiencia. Carmen de la Cerda lo define como la modificación voluntaria de la conducta a partir de la experiencia.
Lo cierto es que la educación es una triada, en donde se intersectan el conocimiento, la habilidad y la actitud. O, dicho de otra forma, el saber, el hacer y el querer.
Como habrás observado en las definiciones, el aprendizaje tiene que ver con el grado de cambio que una persona tiene, al ser sometido a una experiencia. Esto dista mucho de nuestra concepción de aprendizaje como un simple proceso de adquisición de conocimientos o habilidades. ¡El cambio es generado por una experiencia, y debe ser evidenciable! Claro que esta definición complica la educación cuando esta está basada solamente en la transmisión de conocimientos.
La premisa es esta: Deberíamos enseñar como aprendimos… ¡El problema es que enseñamos como nos enseñaron!
Te pido que hagas ahora un ejercicio de memoria. Recuerda las cosas que has aprendido de manera duradera. Piensa en aquellos casos en que aprendiste algo y tu conducta cambió después de aprenderlo. ¡Estos aprendizajes seguramente estuvieron relacionados a una experiencia! Por ejemplo, ¿cómo aprendiste a andar en bicicleta? La mayoría de nosotros aprendimos cuando nos quitaron las rueditas de los costados, nos soltaron en un camino, y nos dimos uno o varios golpes. ¡Aun el recuerdo de estos golpes es evidencia de nuestro aprendizaje!
¿Y cómo aprende un niño a no meter los dedos en los tomacorrientes? Pues una de dos: o los mete y siente unas desagradables cosquillas que hacen que no quiera meterlos más, o su madre lo pesca cuando está a punto de meterlos y le pega un grito que lo asusta lo suficiente como para nunca más querer intentarlo. En las dos opciones el aprendizaje del niño está relacionado con una experiencia.
¿Y cómo aprendiste tú a utilizar un procesador de textos o una hoja de cálculo? Seguramente fue por medio de la experimentación, de la exploración, y posiblemente porque tenías la necesidad de entregar un informe, un trabajo, y la necesidad era tan grande que te animaste a experimentar.
Como ves, el aprendizaje está siempre ligado al interés y la necesidad. Una persona aprende lo que desea aprender, más que lo que tiene que aprender.
Y este es el núcleo de lo que estoy tratando de explicarte. El problema es que para que suceda un aprendizaje necesitamos ayudar al alumno a que quiera o necesite lo que vamos a enseñarle.
Sigamos con algunos ejemplos más de aprendizaje solo para solidificar mi punto. En el capítulo 15 del libro de Lucas se narra la famosa historia del hijo pródigo. Ahora fíjate bien en esto: En determinado momento se nos dice que el hijo pródigo «cayo en sí» o, en otras versiones, que «recapacitó». O sea, que quiso cambiar. ¡En ese momento podemos decir que él ya estaba listo para aprender! Fue entonces que él recordó cómo trataba su padre a los siervos, y decidió volver. (Y por cierto, esta es una interesante lección para los que somos papás, acerca de cómo nuestro testimonio de vida y el trato que les damos a los demás podrían algún día ser el motivo para que nuestros hijos regresen a casa.)
El mismo Jesús iniciaba sus procesos de enseñanza con vivencias o experimentaciones. En Lucas capítulo diez se describe el momento en que Jesús tomó a setenta y dos de sus discípulos y los envío de dos en dos. Él les dio instrucciones básicas para la actividad que iban a desarrollar:
«¡Vayan ustedes! Miren que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven monedero ni bolsa ni sandalias; ni se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa, digan primero: «Paz a esta casa». Si hay allí alguien digno de paz, gozará de ella; y, si no, la bendición no se cumplirá. Quédense en esa casa, y coman y beban de lo que ellos tengan, porque el trabajador tiene derecho a su sueldo. No anden de casa en casa. Cuando entren en un pueblo y los reciban, coman lo que les sirvan. Sanen a los enfermos que encuentren allí y díganles: «El reino de Dios ya está cerca de ustedes». Pero, cuando entren en un pueblo donde no los reciban, salgan a las plazas y digan: «Aun el polvo de este pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos en protesta contra ustedes. Pero tengan por seguro que ya está cerca el reino de Dios». (Lucas 10:3–11)
Jesús no les dio un curso previo sobre lo que les estaba mandando a hacer. Pareciera que no tuvieron demasiada preparación teórica. Las instrucciones no detallaban mucho cómo debían llevar adelante la actividad. Y esto resulta interesante porque en nuestro paradigma de aprendizaje, primero viene la teoría y luego la práctica. Sin embargo, el proceso efectivo de aprendizaje desafía este paradigma, porque funciona al revés: empieza con la práctica, para luego llegar a la teoría.
¡El verdadero aprendizaje para los discípulos vino después de la experimentación! Ellos volvieron con mucho asombro y algunos interrogantes interesantes…
«Cuando los setenta y dos regresaron, dijeron contentos: ―Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» (Lucas 10:17)
¡Ahora estaban listos para la lección teórica! Entonces Jesús procedió a enseñar…
«―Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo—respondió él—. Sí, les he dado autoridad a ustedes para pisotear serpientes y escorpiones y vencer todo el poder del enemigo; nada les podrá hacer daño. Sin embargo, no se alegren de que puedan someter a los espíritus, sino alégrense de que sus nombres están escritos en el cielo.» (Lucas 10:18–20)
Escrito por: Willy Gómez.
Tomado del libro: ¿Cómo aprenden los niños? En M. Gallardo, ed. Manual de consejería para el trabajo con niños̱. Dallas, TX: e625, p. 107. Gómez, W., 2018.
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