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¿COMO LA TEOLOGÍA AYUDA A COMPRENDER LA SEXUALIDAD HUMANA?

La sexualidad es parte de los propósitos de Dios para con el ser humano. Génesis 1:27 dice claramente «varón y hembra los creó». Los propósitos de Dios para la sexualidad eran, en resumen, la procreación de la especie (Gn 1:28). Pero el hombre ha demostrado cierta fragilidad moral que ha fragmentado este mandato de Dios.

Unos le llaman «variedad» o «inclusión». Otros prefieren los términos «confusión» o «perversión». De todas maneras, las nuevas actitudes adoptadas por las sociedades occidentales con respecto al tema de la sexualidad han encontrado a la iglesia y a sus líderes sin respuestas adecuadas o, muchas veces, colocándose en el lado equivocado de la discusión, representando el odio y el rechazo en lugar de la gracia y la esperanza que el Evangelio trae. En medio de esta falta de claridad, la teología parece ser un instrumento inútil para la discusión; es algo así como tratar de utilizar un martillo para cortar una tabla de madera.

Sin embargo, como muchas veces sucede, el regresar a la teología basada en la Escritura trae mayor claridad para adoptar posturas y actitudes que honren al Señor, protejan a aquellos a quienes servimos y, al mismo tiempo, representen dignamente el mensaje poderoso de transformación que Dios nos ha encomendado. Las siguientes cinco observaciones teológicas pueden ayudarnos a alcanzar ese noble objetivo.

TODOS LOS HUMANOS SOMOS IMAGEN DE DIOS

ph: Imagen de rawpixel.com en Freepik

Génesis 1:26-27 narra la creación del ser humano. Específicamente, Dios afirma que lo creó a su imagen y semejanza. Estas enigmáticas palabras señalan que el Creador compartió algo de su ser con los seres humanos, lo cual los hacía diferentes al resto de las criaturas. En otras palabras, toda la raza humana posee características —sean cualidades racionales, morales o espirituales— que la distinguen por sobre el resto de la creación. Las implicaciones de esta idea para el tema de la sexualidad son, por lo menos, tres:

1. La heterosexualidad u homosexualidad no nos hacen ser más o menos humanos. Todas las personas, incluyendo aquellas que se nombran intersexuales, transexuales, homosexuales (y también los heterosexuales), son parte de la humanidad. En otras palabras, ellos son «prójimos» a los cuales hay que amar como a uno mismo (Mc 12:31).

2. Aunque no estemos de acuerdo con decisiones, inclinaciones o acciones de otros, no tenemos el derecho de descalificar su humanidad en el proceso. Así, llamar «animal» a un homosexual o tratarlo con desprecio o rencor no es correcto, ya que debemos recordar que, a la luz de la Escritura, él sigue poseyendo la imagen de Dios con la que fue creado.

3. Antes de definir a alguien (o a uno mismo) como heterosexual, bisexual o pansexual, es necesario recordar que su identidad primera es ser un humano, creado por Dios de manera única y especial. La homofobia o el odio deben descartarse, de acuerdo a este principio. Estas implicaciones abren el camino para una expresión concreta del amor, la solidaridad y la gracia del Señor, incluso cuando haya desacuerdo con ciertas prácticas.

TODOS LOS HUMANOS SOMOS CREADOS SERES SEXUALES

La sexualidad es parte de los propósitos de Dios para con el ser humano. Génesis 1:27 dice claramente «varón y hembra los creó». Los propósitos de Dios para la sexualidad eran, en resumen, la procreación de la especie (Gn 1:28), la comunión profunda de los cónyuges (Gn 2:24), el deleite de cada miembro de la pareja (Proverbios 5:18-19) y el evitar las tentaciones sexuales (1 Co 7:1-2). Así, los elementos físicos, emocionales y psicológicos de la sexualidad deben, en principio, celebrarse y agradecerse. El ser hombre o mujer es un don de Dios, por lo que debe haber un sentido de satisfacción sana por la manera en la que cada uno fue creado; ello implica, por supuesto, que cada etapa del desarrollo sexual debe ser vivida dentro de los planes y la voluntad del Señor.

Dos implicaciones se desprenden de este principio: la primera es que la sexualidad debe llevar a cada uno a apreciarse, cuidarse y comprenderse como varón o mujer. Ello incluye conocerse, observar los roles de cada sexo en la comunidad y valorar la manera en la que cada uno ha sido constituido. Los líderes en la iglesia deben colaborar de manera sabia con el proceso y proteger a los más vulnerables de posibles abusos físicos o psicológicos. fotografía: Justin Follis / Hannan Busing uno. Dicho de otra forma: fuera del poder de Cristo, no puede esperarse que el ser humano camine hacia la luz.

TODOS LOS HUMANOS SOMOS SERES MORALES, AUNQUE FRÁGILES

La segunda es que la maduración de la sexualidad reproductiva, al combinarse con otros factores complejos en el desarrollo en la adolescencia, pueden provocar exploración de actitudes y sentimientos diferentes al de su sexo; ello puede ser confundido con decisiones sexuales más permanentes. Los líderes deben estar atentos a tales prácticas y orientar a cada uno a desarrollar una sexualidad libre de tentaciones o manipulaciones maliciosas.

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TODOS LOS HUMANOS SOMOS PECADORES

La Biblia expresa de manera clara: «No hay justo ni siquiera uno» (Ro 3:10). Además, agrega: «pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Ro 3:23). Es indudable que el pecado y la maldad que moran en el ser humano han distorsionado cada parte de su ser, incluyendo la vida sexual. En este sentido, debe afirmarse que, aunque la sexualidad en sí no es pecaminosa, sí ha sido utilizada por la carne, el mundo y el diablo—los enemigos del creyente— para seguir deformando los planes de Dios para cada uno. Dicho de otra forma: fuera del poder de Cristo, no puede esperarse que el ser humano camine hacia la luz. Tres implicaciones prácticas pueden desprenderse de esta verdad teológica: la primera es que hay que reconocer el potencial humano para hacer el mal. En otras palabras: nuestras inclinaciones, pensamientos y prácticas sexuales deben ser colocadas bajo una sana sospecha, siendo que podrían provenir del egoísmo y la maldad del corazón humano.

La segunda es que debe reconocerse que muchos poseen un genuino deseo de expresar la identidad personal y aceptar las tendencias provenientes del corazón y la mente. Al mismo tiempo, debe señalarse que puede haber otros que toman decisiones basados en experiencias pasadas, confusiones emocionales presentes y distorsiones provocadas por ideas pecaminosas. El líder debe estar constantemente preparado para distinguir las diferencias entre este cúmulo de motivaciones.

Y la tercera es que nadie debe confiar ciegamente en su propia pureza o en la virtud de los motivos de otros. Recordemos que el potencial de los humanos para pecar es muy grande, y el daño que puede hacerse al afirmar «no creo que algo así pase entre nosotros» puede ser muy grande. Por ello, sin llegar a una vigilancia extrema o a una obsesiva malicia, deben tomarse siempre medidas de protección de los menores y de los que son vulnerables.

TODOS LOS HUMANOS SOMOS SERES MORALES, AUNQUE FRÁGILES

Romanos 2:14-16 declara que aquellos que no conocen la ley de Dios, son ley para sí mismos, puesto que «llevan escrito en el corazón lo que la ley exige», tal y como se los muestra su conciencia. En otras palabras, cada persona posee conceptos acerca de lo que es bueno y lo que es malo: Dios diseñó de esta manera a los seres humanos. Por supuesto, la conciencia no es una guía segura para saber distinguir el bien y el mal, ya que puede —equivocadamente— decirnos que todo está bien (Ro 2:16), o incluso puede ser encallecida (1 Ti 4:2, endurecida como una cicatriz). Así, entonces, los seres hu manos pueden distinguir entre el bien y el mal (¿no es eso lo que prometió la ser piente en Génesis 3?), pero la capacidad para decidir por lo bueno está deformada y disminuida.
Algunas implicaciones de esta idea son las siguientes:

• las personas generalmente buscan hacer aquello que consideran «bueno», ya sea por sus deseos, sus costumbres, su conveniencia o por ciertas normas sociales o culturales. Los patrones y costumbres, en este sentido, están cambiando acelerada mente; lo que los creyentes debemos hacer es apelar a este sentido del bien y el mal, no necesariamente para cambiar a alguien sino para ayudar a los que lo necesitan, para traer afecto a quienes no lo tienen o para brindar esperanza a los desesperados.

Eso aplica a toda clase de prácticas que distorsionan el diseño de Dios para la sexualidad, tales como la inmoralidad, el adulterio, las violaciones o el abuso emocional derivado de prácticas sexuales.


• la Escritura es contundente cuando declara que la voluntad del Señor es una vida de santidad, lejos de la inmoralidad sexual, ejerciendo un autocontrol responsable en esta área (1 Ts 4:3-5). Hoy en día, muchas personas quieren vivir su vida sin afrontar las consecuencias de sus actos. Tal cosa no conviene; ninguna sociedad puede subsistir si las personas no se hacen responsables de sus decisiones de manera madura y siguiendo criterios éticos aceptados. En este sentido, los niños deben mantenerse al margen de discusiones y decisiones que no están al alcance de su nivel de madurez física, emocional y mental. Los líderes deben tomar las medidas necesarias para que esto sea así.


• las decisiones relacionadas con el área sexual deben ser tomadas de acuerdo a criterios mayores que simplemente la conveniencia o los deseos personales. En este sentido, todas las personas deben reconocer que poseen una autoridad mayor sobre ellos. Muchos no reconocerían a Dios en ese papel, pero deben reconocer que, si no es Él, es muy posible que sea su propio criterio, las ideas de su grupo de amigos o las nuevas costumbres sociales. Por supuesto, los creyentes deben proclamar la autoridad absoluta del Señor y Su palabra en todas las áreas de la vida, incluyendo el área sexual.

TODOS LOS HUMANOS ESTAMOS NECESITADOS DE LA GRACIA DE DIOS


En el afán de ser libres, muchas personas tratan de vivir independientes de cualquier autoridad, sobre todo si suena religiosa. De esta manera, muchos proclaman que pueden hacer lo que quieran con su cuerpo y su vida; esto ha traído, por ejemplo, varias «revoluciones» o «liberaciones» de tipo sexual. Sin embargo, si hemos de ser honestos, una y otra vez los seres humanos han mostrado su extrema fragilidad y necesidad de algo superior. El sexo, las sustancias recreativas, el trabajo, las amistades y aun la tecnología se han convertido en cárceles de las que pocos pueden librarse. Las palabras de Jesús —»todo el que peca es esclavo del pecado», en Jn 8:34— siguen resonando insistentes en la sociedad actual.

En medio de esa contradicción, los seres humanos siguen buscando la libertad y satisfacción que la «sexualidad libre» no ha podido brindarles. Jesucristo sigue proclamando de manera amorosa: «si el Hijo os libera, seréis verdaderamente libres» (Jn 8:36) y «Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo os daré descanso» (Mt 11:28). Esa gracia derramada sobre una humanidad necesitada es la gran noticia que el Evangelio nos invita a divulgar. Estas realidades tienen, al menos las siguientes implicaciones prácticas:

Seamos dignos representantes de la GRACIA, aun en medio de esta nueva revolución sexual

• Estamos en un mundo cuyos habitantes no están satisfechos; por el contrario, hay una búsqueda desesperada de propósito para la vida. La sexualidad, con su gran poder, ha tratado de ofrecer ese bienestar placentero que tanto se anhela. Lo que cada líder debe anunciar a los niños y jóvenes es que solamente en Dios hay plenitud de vida (Jn 10:10). El sexo, dado como una bendición, puede constituir se en una prisión para el alma y el cuerpo. Solamente en el Creador se encuentra el gozo verdadero y permanente.


• Nuestro poder como hijos de Dios no consiste en la capacidad para convencer, promulgar leyes más estrictas o incluso hacer cambiar a las personas que siguen estilos de vida con los que no concordamos. El poder de Dios sigue siendo un mensaje, una buena nueva de amor, transformación, esperanza y compasión. La iglesia necesita volver a creer que «el Evangelio es poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Ro 1:16). Las palabras que pronunciamos deben ser buenas noticias para los oyentes. Muchas veces, somos rápidos para anunciar castigo contra aquello que consi deramos pecado, pero somos bastante lentos en declarar nuestro amor por las personas que no conocen a Cristo. Es necesario recuperar la predicación del perdón, aceptación en Cristo y transformación de vida para todos.


• Los creyentes deben recuperar la idea de que son representantes de la gracia de Dios y no de su juicio. La tarea encomendada por Jesús fue hacer discípulos (Mt 28:19), predicar el evangelio (Mc 16:15) y predicar arrepentimiento y perdón de pecados (Lc 24:47), no la de ser emisarios de odio o venganza. Cuando se habla de juicio y condenación debe hacerse con lágrimas en los ojos y dolor en el corazón, pero cuando se pregona perdón debe hacerse con la sonrisa de alguien que posee una esperanza viva. En este sentido, no debemos olvidar que muchos salmos fueron escritos por un adúltero (David), y que su amante (Betsabé) fue parte del linaje de Jesucristo (Mt 1:6). Así de grande es la gracia transformadora de Dios. Seamos dignos representantes de ella, aun en medio de esta nueva revolución sexual.


Tomado con licencia de la revista LIDER 625, edición 10, “LGBT, DESAFÍOS PASTORALES” Pag. 16.-18

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