Como son las Familias disfuncionalmente funcionales

Soy el número 10 de una familia de 11 hermanos. Crecí en un hogar sin padre, y lo conocí cerca de mis 12 años. Volví a verlo una vez en la vida, y nunca más. Crecí en medio de pobreza extrema, viví en casas de cartón, plástico y latas. Junto a mi familia tuvimos que emigrar a otro país, con todas las dificultades que eso implica. En mi familia extensa hubo asesinatos, violaciones, abusos, odios, rencores, gente que no se habló por décadas, relaciones destruidas y muchas familias dañadas. Si hablamos de familias disfuncionales, yo vengo de una.

Conocí a mi esposa Yessy hace 14 años, 28 días y 4 horas. Tres años y medio después de conocernos y ser amigos, nos casamos, pero tuvimos una conversación seria en el camino del noviazgo al pensar en casarnos. Armamos nuestros árboles genealógicos y nos dimos cuenta de que debíamos hacer algo distinto para no repetir muchas historias de terror. Empezamos por «cortar» el pasado. Decidimos y oramos a Dios pidiendo que los eventos del pasado no definan nuestra realidad y futuro; algunos llaman a eso «cortar cadenas». Oramos a Dios por sabiduría y dirección para hacer las cosas de la forma correcta; no siempre nos ha salido bien, pero vamos intentándolo en cada etapa de nuestra vida. La Biblia está llena de familias disfuncionales.

Adán culpa a Eva del pecado cometido; tienen dos hijos, y uno mata al otro. ¿Qué más disfuncional que eso? Abraham miente diciendo que su esposa Sara era su hermana; tiempo después, se acostaría con otra mujer para tener un hijo —idea que sale de su esposa Sara. Isaac, su hijo, hizo exactamente lo mismo que su papá más adelante en su vida: con sus dos hijos, tuvo preferencias para con uno de ellos, al punto que eso los divide, y Esaú termina buscando a Jacob para matarlo. Rebeca, esposa de Jacob, le miente de manera descarada, divide a su familia y el asunto es un caos —ella muere antes de poder ver y abrazar a uno de sus hijos. Ni mencionar la vida de David, envuelta en escándalos de corrupción, adulterio y asesinato: uno de sus hijos violaría a una de sus hermanas, y al final el reino termina dividido.

En el Nuevo Testamento, Jesús comenta una parábola que deja ver una familia disfuncional: el hijo pródigo. Un padre de dos jóvenes, donde uno que quiere que el padre se muera —de otra manera, no habría herencia. Un padre que accede a tal petición, posiblemente con una capacidad de decisión por limitada, y un hermano que no aparece sino para reprochar que su hermano menor regresó (quizás con justa razón). Por cierto, no aparece la madre en la historia: algunos creen que habría fallecido. Todos nacimos en una familia que no pedimos. En todas hay un loco, un amargado, uno que no soporta a todos los demás, el que nunca va a las actividades familiares, el que tiene delirio de persecución, y entonces no visita a nadie porque cree que todo el mundo habla a sus espaldas.

Luego está el que es amigo de todos, el tío agradable y el primo que todos aman. También está el abuelo que jode hasta por los codos. ¿Cuál de ellos eres tú? Así son las familias. No escogimos la nuestra, y aun a pesar de eso, tiene cosas bonitas —aunque sean pocas. Cuando hablamos de familia, es posible que «el césped esté más verde en casa del vecino», pero ni modo: esa es tu familia. Todas tienen situaciones que resolver. No la escogimos; en el camino nos encontramos con que somos parte de un conglomerado lleno de problemas, situaciones conflictivas y quizás eventos de los que no quisimos ser parte, aunque por otro lado, es posible que vivamos algunas situaciones que nos llenan de alegría y felicidad.

Hay posibilidades de que todos, en algún momento, hayamos querido ser de «la familia de Pepé, porque esa familia sí es bonita, los papás se aman y todo es paz en su casa» (y es posible que haya familias así, ¡gracias a Dios por aquellos que tienen esa oportunidad!). Sin embargo, quisiera que pienses en tu familia como alguna de las descritas en la Biblia, con tantas disfuncionalidades, y que aun así pudieron ser un instrumento en las manos de Dios, a pesar de, y quedaron plasmadas en la historia, y muchas de ellas en la línea genealógica del Mesías. Es que así son las familias que buscan a Dios: a pesar de las deficiencias, son usadas por Dios en sus vecindarios, sus hogares se convierten en luz para alguien más, son modelos para alguien en la comunidad cristiana.

Hijos

Recuerda que posiblemente tus padres no fueron a la universidad de cómo ser padre/madre perfectos. Es posible que se equivoquen y mucho. Compréndelos, ámalos, respétalos, hónralos. Esa es tu tarea como hijo. Quizá digas: «Es que no conoces a mis padres, éstos son capaces de quitarle la paz a Mahatma Gandhi.» Y es posible que sea cierto. Sin embargo, el mandamiento de Dios aun ahí sigue siendo verdad. Tu responsabilidad es la obediencia y el amor. ¿Ya les dijiste que los amas? ¿Les diste gracias por que hoy hubo comida en la mesa? ¿Cuándo fue la última vez que les diste un abrazo? ¿Últimamente les has reconocido su esfuerzo por educarte y enseñarte las escrituras a pesar de que sabían muy poco? Concéntrate en hacer tu tarea, es posible que Dios te permita mejorar el ambiente en casa por tu propia acción.

Padres

Recuerden que sus hijos son el reflejo de ustedes mismos. Ellos harán y dirán conforme ven en casa.
La época de la infancia nos deja eso muy claro; al llegar a la juventud, tomarán sus decisiones
pero basadas en lo que aprendieron —o no— en tu hogar. Hoy, muchas personas han crecido diciendo: «Cuando sea grande, no quiero ser como mi papá/mamá». Esas son las palabras más dolorosas que puede una persona expresar. Siempre es bueno preguntarse: ¿Estoy formando a mis hijos a la luz de la Escritura, o basado en el miedo? ¿Estoy inculcando en ellos la obediencia a Dios, o mi machismo no me deja formarlos en amor? ¿Qué dirían tus hijos de tu persona si alguien más los entrevista? ¿Has formado en ellos el carácter de Jesús? No si has sido un padre perfecto —eso no existe, y sería bueno quitarse ese peso de encima—, sino uno que quiere hacer las cosas bien, que se esfuerza por aprender y mejorar.

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Mis hijos en este momento están pequeños, viviendo con un nivel de inocencia alto. Acostumbro contarles «Las historias del chiquito», un niño que vive aventuras, alegrías, felicidades, travesuras, dolores y sufrimientos. Pero ellos no saben aún que ese niño es papá hace muchos años; son las historias y vivencias mías, de mi infancia, estoy contando ahorita con la inocencia que me permiten sus edades, pero siendo transparente de cuando «el chiquito» se equivocó: cuando agarró lo que no era suyo, cuando lo castigaron por decir algo incorrecto. En algún momento les diré que ese chiquito fui yo, y estoy seguro de que eso va a impactar sus vidas. Es necesario mostrarnos a nuestras familias así como somos, procurando siempre la mejora y la excelencia.

Líderes y mentores

Ocupamos más líderes y mentores (sean pastores, maestros, profesores, dirigentes comunales, etc.) que se conviertan en modelos y guías de una generación que está creciendo sin padres. Hoy son cada vez más los niños, adolescentes y jóvenes que llegan a sus casas y sus padres no están porque trabajan fuera de casa. El papel del padre/madre es único y nadie más puede reemplazarlo; sin embargo, hay algunas tareas que otras personas podrían adoptar y ser de influencia para esos muchachos.

No subestimes el impacto que puede tener una palabra de ánimo cuando veas a un muchacho de estos en tus reuniones; un abrazo respetuoso a un joven de estos perdurará por años; una nota de cariño (sea física o virtual), una llamada para saludar, una visita inesperada, una invitación a tomar algo juntos, son algunas acciones que podemos hacer e impactar con ello sus vidas. Conviértete no en el padre sino en un apoyo para algún muchacho, uno que quizás esté más necesitado de lo que puedas pensar.

La disfuncionalidad ocurre en la humanidad desde Adán y Eva. Ni modo, así es, y se terminará hasta que todo vuelva a ser redimido por Jesús en la eternidad, así que no nos carguemos con que debemos ser perfectos, especialmente si somos líderes de alguna iglesia o comunidad cristiana.

Es necesario mostrarse como somos, con nuestras dificultades y alegrías. Dejemos de un lado el «qué dirán». Somos y seremos disfuncionales hasta que nos muramos, y debemos aprender a vivir con ello. Evidentemente el crecimiento, la mejora y la excelencia pueden acompañarnos en adelante, y con ello convertirnos en cristianos que viven a la luz de la Escritura. No pretendas ser perfecto porque nunca te va a alcanzar, mejor intenta por sobre todo ser obediente a tu Maestro.


Tomado con licencia de la revista LIDER 625, edición 30, “Enseñar LA BIBLIA en el SIGLO XXI

Créditos ph: Imagen de Freepik

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Comentarios

  1. Gracias Señor por darnos el privilegio de servirte, a pesar de nuestras limitaciones, y que venimos de familias disfuncionales y tampoco tenemos familias perfectas. Que tu gracia siga trabajando en nuestras vidas, haciéndonos cada día más parecidos a Jesucristo, mientras ayudamos a otros a hacer lo mismo. Amén!

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