Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue, y se lo prohibimos, porque no nos seguía. Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis, porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda hablar mal de mí. (Marcos 9:38-39)
Observe los detalles del testimonio de Juan. Los discípulos se habían encontrado con una persona que también estaba ministrando a los endemoniados. Quizás sería una de las incontables personas que habían sido tocadas por el ministerio de Cristo. Restaurado por la gracia de Dios, estaba dedicando su tiempo a ministrar a los que vivían bajo opresión y tormento. Al verlo, en seguida intervinieron para impedirle que siguiera haciendo ese trabajo. ¿Cuál era el criterio que usaron para censurar el ministerio que realizaba? ¡Que no era parte del grupo selecto de hombres que seguían a Cristo! No demostraron interés por examinar los frutos de su ministerio, ni tampoco en determinar si genuinamente estaba obrando en el poder y la gracia del Espíritu Santo. Descartaron lo que hacía porque no estaba con ellos, y si no estaba con ellos ¡evidentemente no podía ser de Dios lo que estaba haciendo!
Este pequeño incidente revela una de las más persistentes tendencias en nosotros, que es la de creer que solamente hay una forma aceptable de hacer las cosas: ¡la nuestra! Esta postura es la que da origen a la mayoría de los conflictos dentro de la iglesia. Revela cuán propensos somos a creer que nuestra manera de hacer las cosas es la única válida; que el ministerio en el cual estamos invirtiendo tiempo es el único ministerio que realmente importa.
Precisamente por esta actitud hemos sido visitados con frecuencia, en nuestras congregaciones, por personas enamoradas de sus propios proyectos. Unos tienen pasión por misiones e intentan convencernos de que todos los que no estamos involucrados en esto no estamos en el centro de la voluntad de Dios. Otros tienen carga por los judíos; buscan la forma de demostrar que el ministerio a los israelitas es la prioridad del pueblo de Dios. Otros tienen pasión por la evangelización; nos hacen sentir culpables porque no compartimos las buenas nuevas con al menos una persona por día. Cada uno de ellos promociona lo suyo y, sutilmente, desprecia lo que están haciendo los demás.
Cristo quiso enseñarles a los discípulos que el reino es mucho más grande de lo que nosotros entendemos. Dios está trabajando de muchas maneras diferentes, por medio de muchas personas diferentes, en muchos proyectos que son importantes para sus propósitos. Desea que sus hijos cultiven una perspectiva más generosa hacia otros que también están sirviendo, aunque lo hagan de forma completamente diferente a la nuestra. La validez de un ministerio lo determina el Señor, no nuestra perspectiva de las cosas.
Para pensar:
¡Gracias a Dios que no todos trabajan en lo que nosotros trabajamos, ni tienen las mismas convicciones! Esto es parte de la maravillosa experiencia de ser miembros del cuerpo de Cristo, con sus multifacéticas expresiones y funciones. Cultive el hábito de orar y promocionar el ministerio de otros que trabajan en proyectos diferentes al suyo.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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