Convivir con las olas

Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo y comenzó a hundirse. Entonces gritó: ¡Señor, sálvame! (Mateo 14.30)

La experiencia de Pedro andando sobre las aguas tiene un atractivo especial para nosotros. Nos presenta una escena radicalmente diferente a todo lo que hemos conocido en nuestra propia vida. Por otro lado, la osada petición del discípulo también toca algo en nosotros. Nunca dejan de sorprendernos las respuestas impulsivas y espontáneas del más atrevido del grupo de los doce. Quisiera, sin embargo, hacer algunas observaciones en cuanto a ese momento particular en el relato, cuando la intensidad del viento y la furia de las olas le puso fin a la breve aventura del futuro apóstol.

Las olas no aparecieron en el momento que Pedro comenzó a andar sobre el agua. El texto nos dice que los discípulos habían estado remando durante unas cuantas horas, sin avanzar gran distancia, porque el viento les era contrario y las olas golpeaban la embarcación (14.24). Estas condiciones habían acompañado a los discípulos durante toda la noche pero, hasta el momento, las olas no eran más que un molesto contratiempo a sus esfuerzos. Eran hombres acostumbrados al mar y esto era, seguramente, una situación que conocían bien. Del mismo modo, nosotros vivimos rodeados de dificultades y aflicciones que muchas veces, no tienen mayor impacto sobre nosotros.

Cuando Pedro salió de la barca, las olas seguían siendo las mismas que cuando estaba adentro. Su fascinación con la aventura o con la persona de Cristo, no obstante, le permitieron ignorar completamente la existencia de las mismas. Estaba completamente concentrado y absorbido por el desafío de caminar sobre las aguas hacia la persona de Jesús. Del mismo modo, en momentos de gran pasión espiritual, ni siquiera registramos la existencia de los contratiempos y obstáculos de la vida. Su existencia o no es algo que no afecta en lo más mínimo nuestra propia vivencia espiritual.

En un momento, sin embargo, Pedro quitó los ojos de Cristo y miró las aguas. Al hacerlo, vio las olas que habían estado allí durante toda la noche. Pero ahora su situación había cambiado: era extremadamente precaria y peligrosa. Las mismas olas ahora le infundían un temor que lo llevó a paralizarse e interrumpieron dramáticamente su experiencia de andar por las aguas. Comenzó a hundirse y solamente la rápida intervención del Maestro lo salvó de ahogarse.

¿Qué conclusión nos deja esta serie de observaciones? Muchas veces creemos que lo que nos han hecho tambalear en la vida son las circunstancias particulares que vivimos. La experiencia de Pedro nos revela otra cosa: no son las circunstancias las que nos afectan, sino nuestra perspectiva de ellas. El lugar donde estamos parados en el momento de la tormenta va a determinar qué clase de respuesta tenemos. Las olas eran siempre las mismas. Pedro en el barco, Pedro caminando, y Pedro hundiéndose nos muestra que la misma persona no tiene siempre la misma reacción. ¡Nuestra perspectiva de las cosas lo es todo!

Para pensar:

¿Cómo reacciona en tiempos de crisis? ¿Qué le dicen estas reacciones acerca de su propia persona? ¿Qué aspectos debe trabajar para tener reacciones más espirituales?

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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