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Cristo, de primera mano

Muchos más creyeron por la palabra de él, y decían a la mujer: Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo. (Juan 4.41–42)

El diálogo de Cristo con la mujer samaritana junto al pozo de agua es uno de los más increíbles registrados en la Escritura. Jesús no fue ni agresivo ni irrespetuoso con ella, pero con una habilidad asombrosa, el Maestro la guió hasta el momento de confrontarla con su necesidad de un cambio profundo.

Cuando analizamos las verdaderas dimensiones de este encuentro podemos entender por qué el testimonio de la mujer fue tan dramático. Ella no era una persona con una reputación muy sólida. Había pasado por cinco matrimonios y estaba en el proceso, seguramente, de construir un sexto fracaso. Luego de la conversación con Cristo, sin embargo, algo aconteció en ella que convirtieron sus palabras en un testimonio vivo y dramático. Toda la aldea vino a conocer al «profeta» que le había revelado la verdad de Dios. Terminaron rogándole a Cristo que se quedara entre ellos, y muchos más creyeron por la Palabra de él.

El testimonio de esta gente señala la importancia de una experiencia personal con Cristo. A la mujer le decían: «ya no creemos solamente por tu testimonio, sino por lo que hemos oído personalmente de Cristo». La experiencia inicial, por el testimonio de la mujer, rápidamente fue reemplazada por el contacto personal que cada uno tuvo con el Mesías, y sus vidas fueron transformadas.

La mayoría de nosotros tuvimos una experiencia de conversión similar. Nos acercamos a Cristo por lo que otros nos contaron, o por lo que vimos en sus vidas. Sus testimonios despertaron en nosotros un deseo de conocer a Jesús personalmente. Esta experiencia personal estableció la base de nuestras primeras vivencias en la vida cristiana.

Es importante notar que este principio es la base de todo ejercicio espiritual transformador. Tristemente, muchos cristianos no avanzan más allá de esta experiencia inicial. Su «evidencia» de la eficacia de la vida espiritual vuelve a descansar sobre el testimonio de otros, porque no alimentaron esa relación incipiente con Cristo, llevándola más allá del entusiasmo y el fervor inicial. Al carecer de una relación cotidiana con Jesús, se resignan a observar en otros lo que no poseen en su propia vida personal. Saben que Cristo es real, pero no por experiencia propia sino por el testimonio de otros. Con el pasar del tiempo, esto produce un cinismo y una religiosidad que seca toda expresión de gracia.

¡Cuán importante es, entonces, que cada día renovemos nuestro andar con él! Debemos buscar una relación que nos permita compartir el testimonio de los samaritanos: «Ya no creemos solamente por lo que has dicho, pues nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente este es el Salvador del mundo, el Cristo».

Para pensar:

¿Cómo anda su relación con el Señor? ¿Puede dar testimonio de que él le habla y ministra diariamente? ¿Qué cosas necesita hacer para cultivar mayor intimidad con él? ¿Qué expectativas tiene Cristo de su relación con usted?

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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