Así pues, todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga. De manera que cualquiera que coma este pan o beba esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. (1 Corintios 11.26–27)
En todos los años que llevo sirviendo dentro de la iglesia, estudiando y enseñando la Palabra de Dios, nunca he podido entender cuál es el origen de un concepto firmemente instalado en la mayoría de las congregaciones que he conocido. Esta enseñanza afirma que participar de la cena en forma indigna se refiere a no estar bautizado. Cuánto más leo el pasaje sobre la cual hoy meditamos menos sustento encuentro para este argumento.
Es verdad que Pablo afirma, en 1 Corintios 12.13, que por medio del Espíritu fuimos todos bautizados en un mismo cuerpo. La afirmación, sin embargo, no da ningún indicio de que era esto lo que tenía en mente cuando exhortó a la iglesia acerca de la práctica de la cena. Pablo amonesta a la iglesia por un tema que ya ha tratado en otra parte de su carta, el asunto de las divisiones existentes entre ellos. Esto forma la base de su exhortación. Su tristeza se debe a que «al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y mientras uno tiene hambre, otro se embriaga» (1 Co 11.21). Es decir, dentro de las reuniones se veían los mismos comportamientos egoístas e individualistas que caracterizan a aquellos que no tienen a Cristo. Cada uno pensaba solamente en su propia necesidad, sin importarle la situación de la persona que tenía a su lado. Por esta razón el apóstol afirma que el congregarse no es «para lo mejor, sino para lo peor» (1 Co 11.17).
En la carta a la iglesia de Éfeso el apóstol declara: «todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor» (4.16). El texto claramente revela que el crecimiento del cuerpo se produce cuando las partes están unidas y funcionan correctamente unas con otras. Cuando cada parte del cuerpo piensa solamente en su propia necesidad, no puede cumplir la función para la cual fue creada, que es bendecir y complementar las otras partes del cuerpo.
La cena es un tiempo en la cual recordamos la muerte de Cristo. El acto de recordar, sin embargo, no se concentra en la muerte física del Mesías, sino en la razón por la cual fue necesaria esa muerte: el pecado que nos convirtió en seres con un marcado desinterés en Dios y en los demás. Cuando participamos indignamente de la cena estamos despreciando el sacrificio que buscó revertir esa situación, porque insistimos en los mismos comportamientos pecaminosos que han caracterizado la vida del hombre desde la misma caída.
Para pensar:
¿Qué actitudes en su vida podrían ser de poca edificación para el cuerpo de Cristo? ¿Qué pasos toma para combatir el individualismo que es común a todos los hombres? ¿Cómo puede mostrar mayor aprecio por el sacrificio que Cristo hizo en la cruz?
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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