«¿Cómo se hace para tener una vida así?», nos pregunta la gente, en su mayoría jóvenes, al escuchar que Tim y yo somos «nómadas» (o sea, que no tenemos casa ni residencia fija). Generalmente no esperan la respuesta; por el contrario, nos cuentan de sus ganas de viajar y de conocer lugares y culturas nuevas. Al ser personas que acumulamos experiencias y relaciones en vez de cosas, nos convertimos en referentes para algunos. Sin embargo, me interesa más ser referente de una vida plena que de una vida nómada. Deseo que se note la presencia del fruto del Espíritu más que la ausencia de una casa.
Ser y tener un coach ha fomentado este fruto en mi vida (*existe una gran variedad de acercamientos al coaching. Cuando hablo de coaching, me refiero al «Modelo COACH» que se enseña en la Escuela 625 de Liderazgo Generacional y Coaching). Te cuento mi experiencia con el fin de que te inspires a capacitarte e incorporar las técnicas y actitudes de un coach en tu ministerio, para tener más frutos, tanto en tu vida como en la de quienes lideras.
El fruto del Espíritu es como todo fruto: no puedes forzar que aparezca, pero sí puedes cultivarlo. Mirando hacia atrás, veo cómo el coaching lo cultiva, porque una simple conversación me entrena en la práctica de estos atributos de Dios.
AMOR
El coaching es un marco específico para la relación entre dos personas. Un coach no busca sus propios intereses, sino los de la otra persona. Se esfuerza en escuchar más que en hablar. Practica la escucha activa para prestar atención a las palabras exactas y al lenguaje corporal, verificando con preguntas si ha entendido bien. Un coach cristiano no depende de su propia sabiduría para guiar la conversación, sino que constantemente (y silenciosamente) le pide a Dios que lo haga. Ser coach me ejercita en el amor ágape, como se describe en 1 Corintios 13 y Filipenses 2:1-8.
ALEGRÍA
Reconocer y festejar los logros de otros es una de las responsabilidades de un coach. Es común estar más enfocados en lo que aún nos falta, al punto de no darnos cuenta de lo que ya hemos alcanzado. Por ejemplo, un amigo mío, que es docente, quería diseñar estrategias para tratar mejor a algunos estudiantes difíciles. En lo que me contaba, pude reconocer su coraje y su amor al preocuparse por estos adolescentes en riesgo de deserción escolar, adicciones y suicidio. Escuchar lo que Dios está haciendo por medio de su pueblo es fuente de gran gozo.
PAZ
El manual de Herramientas del Coaching para el Ministerio dice: «Todos los creyentes tienen al Espíritu Santo, pero no todos oyen su voz ni saben bien cómo responderle… El trabajo del coach es hacer reflexionar a la persona interesada, acercándola al Espíritu Santo». No soy ni el salvador de las personas ni quien las guía hacia toda la verdad. Estos roles los ocupan quienes pueden hacerlo con mucho más poder y eficacia que yo. Mi función es ayudar a las personas a acercarse a Jesús, quien sí puede salvarlas, y a ayudarlas a discernir y responder a la voz del Espíritu Santo. Esta visión de mis responsabilidades me trae mucha paz.
Recuerdo el cambio en una mujer que estudió con nosotros en la Escuela E625. Durante su cursada, compartía lo que afrontaba en su iglesia y en su hogar, siendo viuda y madre soltera de jóvenes. Algunos ejercicios de coaching le costaban porque le era difícil salir del rol de consejera y dejar de sentirse responsable por las decisiones de los demás. Con el tiempo, logró asumir un cambio de postura. Al finalizar, me dijo: «Esto cambiará por completo mi relación con mi hijo». Su semblante reflejaba el alivio de quien se ha librado de un gran peso.
PACIENCIA
El cambio es el resultado de procesos, y los procesos necesitan tiempo. Por eso, el formato ideal para el coaching no es un solo encuentro, sino una serie de sesiones a lo largo de varios meses. Dedico la primera sesión a definir los dos o tres logros específicos que responden a la pregunta, «¿Cómo quieres que tu vida sea diferente dentro de estos tres meses?». Esta actividad puede sentirse como un comienzo anticlimático, pero he aprendido que los resultados son mejores cuando respeto el proceso. Reflexionar sobre cuánto me cuesta alcanzar mis propias metas con mi coach me ayuda a tener paciencia con otros y a comprender mejor la paciencia de Dios para con nosotros (2 Pedro 3:9).
AMABILIDAD Y BONDAD
Los coaches tipo entrenadores atléticos pueden ser brutales: gritan, se enojan y critican. La vergüenza o el castigo pueden cambiar conductas a corto plazo, pero Dios busca un cambio desde adentro, desde el corazón y la voluntad. Su estrategia principal es la que vemos en Romanos 2:4: «las riquezas de la bondad de Dios, de su tolerancia y de su paciencia, … su bondad quiere llevarte al arrepentimiento». Juzgar o criticar a otros no les ayuda, ya que generalmente saben lo que deberían hacer. En cambio, ayudo a otros mediante preguntas y les doy un espacio para procesar «el lastre que les estorba» o «el pecado que les asedia».
FIDELIDAD
El coaching me ayuda a entender cuando Pablo dice que el amor «todo lo cree, todo lo espera». El coach debería mantener viva la fe de otros. Aunque ellos se cansen o desesperen, el coach tiene la oportunidad de reorientar su enfoque hacia la fidelidad de Dios y no hacia sus propias fuerzas. En versículos como Filipenses 1:6, 4:13, 1 Corintios 10:13, Mateo 17:20 y 2 Pedro 1:3 encontramos un escudo que puede apagar las flechas del maligno.
HUMILDAD
Al final de cada encuentro, pregunto: «¿Qué es algo que quieres recordar de nuestro tiempo juntos?». Su respuesta me permite ver lo más útil de la conversación y cómo Dios está trabajando en él o ella. ¿Sabes cuántas veces la respuesta tiene que ver con algo que yo dije? Muy pocas. Al principio me humillaba, pero ahora no. Entiendo que fui partícipe de lo que recibieron, porque si no fuera por la sesión de coaching, tal vez no habrían experimentado ese descubrimiento o habrían tardado mucho más tiempo en llegar a él. Colaborar con Dios sin buscar protagonismo me resulta muy saludable.
DOMINIO PROPIO
En el coaching se habla de la «Regla 80/20», que significa que el coach no debe hablar más del 20% del tiempo mientras que la otra persona tiene el 80% para hablar, pensar y tomar notas. Entonces, si una sesión dura una hora, tengo solamente 12 minutos para preguntar, clarificar y comentar. Esto requiere un esfuerzo consciente y constante para frenar mi lengua, lo cual, como recuerda Santiago 3:1-12, no es un logro menor.
A veces me dicen: «Deberías escribir un artículo acerca de cómo viajar o cómo ser minimalista». Les respondo que nuestro estilo de vida no es un fin en sí mismo, sino un medio para cumplir la misión que Dios nos ha dado. Lo mismo sucede con el coaching: no es un fin, sino un medio potente para colaborar con lo que Dios quiere hacer en otros, y en nosotros mismos también.
Adaptado y tomado con licencia de la revista LIDER 625, edición 7, Coaching y ministerios. Pág. 24-25.
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