Después de estas cosas, el Señor designó también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. (Lucas 10.1)
El Señor Jesús no adhería a esa línea de pensamiento que sostiene que a un obrero no se le puede confiar ninguna responsabilidad hasta que esté formado, hasta que haya madurado lo suficiente como para llevar el peso de su llamado. Mientras él seguía invirtiendo en la capacitación de los discípulos, los reunió y les dio una tarea para hacer. Para que pudieran llevar adelante este proyecto les proveyó claras instrucciones para cada aspecto del viaje. Con seguridad los discípulos no percibieron que el cuidado amoroso de Cristo por sus vidas se reflejaba en un detalle adicional: los envió de dos en dos. ¡Que buena estrategia! Cuánta sabiduría que hay en esta decisión, y qué buen ejemplo que nos deja a nosotros, en nuestra tarea de formar obreros.
En primer lugar, cuando estamos acompañados los desafíos siempre se ven más fáciles. Podemos consultar a nuestro compañero, compartir con él o ella nuestras dudas y temores y alimentarnos de la osadía natural que viene de estar acompañado. Aunque la otra persona no tenga la respuesta que estamos buscando, solamente contar con su amistad y compañía ya es parte de la provisión de Dios para nuestras necesidades.
En segundo lugar, andar de a dos enriquece nuestra perspectiva. En lugar de depender enteramente de nuestros propios criterios y visión, podemos escuchar a la otra persona y considerar su punto de vista de las cosas. Seguramente el otro va a ver aspectos que yo no he visto, y esto me ayudará a ser más equilibrado en todo lo que hago.
En tercer lugar, dos realizan una tarea mejor que uno. Nuestros dones y talentos se complementan, de tal manera que trabajando juntos podemos lograr un mejor resultado que por separado. Seguramente la persona que me acompaña aportará aquellas cualidades y particularidades que son esencialmente suyas; una demostración de la increíble diversidad con la cual Dios nos ha creado.
En cuarto lugar, trabajando juntos tenemos a nuestro lado una persona que nos ayuda a evaluar nuestro propio desempeño. Puede corregir nuestros errores y reconocer nuestros aciertos, ayudando a que cada día seamos más sabios en la manera en que realizamos las tareas que se nos han encomendado.
En quinto lugar, esta persona nos servirá de consuelo y sostén cuando las cosas no salgan como estábamos esperando. Durante el viaje seguramente experimentaremos oposición, desánimo y confusión. Al estar juntos, podemos compartir la angustia del fracaso y también llevar la frustración a Dios.
Por último, este compañero traerá gozo a nuestra vida al tener con quien compartir las alegrías experimentadas. Cuando vivimos una alegría intensa, nada mejor que celebrarla con otro. Las victorias y los logros definitivamente tienen otro sabor cuando las vivimos en equipo.
Para pensar:
Nos queda un pequeño detalle por considerar. Para ir de dos en dos tengo que tener absoluta convicción de que la otra persona realmente es un regalo de Dios para mi vida. ¡Y de veras lo es! Solamente necesito considerarlo como tal.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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