De la abundancia del corazón

Porque de la abundancia del corazón habla la boca. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas, y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas. (Mateo 12.34–35)

Quien ya tiene unos cuantos años de vida sabe que las palabras que hablamos tienen un tremendo potencial. Pueden ser el medio por el cual bendecimos a aquellos que están a nuestro alrededor. La palabra justa, hablada en el momento oportuno puede devolverle el ánimo al que está deprimido. Con palabras edificamos, confrontamos, exhortamos y corregimos, tareas todas relacionadas con el ministerio de formar vidas. Tampoco desconocemos, sin embargo, el poder destructivo de las palabras. Conocemos personas que han sido sistemáticamente avergonzadas por las palabras de sus pares, sus padres o sus compañeros de trabajo. Aunque han sido solamente palabras, lo que han escuchado ha dejado profundas huellas en sus vidas.

Por todo esto la vida nos ha enseñado que debemos ser cautelosos a la hora de hablar, aunque muchas veces la lengua es la que más se resiste a ser disciplinada. Cristo, sin embargo, nos está mostrando en esta declaración que hay un camino más sencillo para santificar la boca. La lengua, en un sentido, solamente es la vocera de lo que tenemos almacenado en el corazón, y esta es la verdadera fuente de la cual provienen las palabras. La persona realmente sabia, entonces, concentrará sus esfuerzos más en el corazón que en la lengua, aunque nunca está de más ser medido en las palabras.

Cuando hablamos aquello que es incorrecto no estamos haciendo más que revelar lo que está en nuestro interior. La persona que siempre critica tiene un corazón legalista que vive evaluando lo que los demás están haciendo. La persona que siempre encuentra lo malo en todo tiene un corazón de ingratitud. La persona que siempre se está justificando delante de los demás tiene un corazón lleno de inseguridad y temor. La persona cuya conversación siempre gira entorno del dinero, es una persona en cuyo corazón se ha instalado el dios mamón.

Los que estamos sirviendo en diferentes ministerios dentro de la iglesia haremos bien en considerar el contenido de las palabras de las personas con las cuales trabajamos, pues ellas nos ayudarán a saber dónde están los verdaderos problemas que tienen.

El desafío para cada uno de nosotros, entonces, es llenar el corazón de cosas buenas que irán sazonando nuestra conversación de tal manera que aquellos que nos escuchan se sientan bendecidos y edificados. Para esto, es necesario que prestemos mucha atención a nuestras palabras y que seamos absolutamente honestos con nosotros mismos. ¿Qué es lo que nuestras palabras revelan de nuestro corazón? ¿Cuáles son los temas que más dominan nuestra conversación? ¿De qué manera nos dirigimos a los demás cuando les hablamos? Las respuestas a estas preguntas nos darán valiosas pistas acerca del verdadero contenido de nuestro corazón. Sabiendo lo que hay en nuestro interior podemos acercarnos al Señor para pedirle que comience en nosotros esa obra de transformación que tanto necesitamos. Al identificar y confesar lo malo, el Señor tendrá oportunidad de comenzar a depositar en nosotros lo bueno y justo.

Para pensar:

«Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas» (Stg 1.21).

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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