Yendo por el camino, uno le dijo: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas y las aves de los cielos nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. (Lucas 9.57–58)
Este encuentro de Jesús con un aspirante a discípulo tiene varios aspectos muy interesantes.
Debemos notar, en la primera impresión, que esta persona se acercó a Jesús con una propuesta que parecía más que generosa: «te seguiré adondequiera que vayas» El hombre está hablando de una entrega incondicional, la disposición de echar suerte con la persona de Cristo, pase lo que pase. Se asemeja a los votos de entrega que pronunciamos, muchas veces, en nuestros encuentros como iglesia de Cristo. Le ofrecemos nuestra lealtad y compromiso sin condiciones al Señor.
La respuesta de Jesús nos sorprende porque no parece tener mucha relación con lo que ha dicho esta persona. Podemos entender el sentido de su comentario, no obstante, cuando recordamos que el Señor, a diferencia de nosotros, no se impresiona con las palabras de nuestra boca. Sabe que nuestros labios frecuentemente hacen declaraciones que tienen poca relación con el contenido de nuestro corazón. La vida espiritual no se define con palabras, sino con obediencia.
Este varón, que parece tan comprometido, en realidad tiene un serio problema y Cristo lo ha percibido. Aspira a una vida espiritual pero no desea experimentar ninguna incomodidad, ni pasar por ningún tipo de situación que le proporcione molestias personales. Es por esta razón que el Señor declara que cualquier persona que desee ser parte de su grupo debe estar dispuesta a transitar por el mismo camino que él recorre. Esto puede incluir situaciones tan elementales como las de no tener casa a la cual retornar, ni cama para recostar la cabeza.
El movimiento monástico de la época medieval entendió que esto significaba un llamado a la negación de toda comodidad; por ende, sujetaban el cuerpo a todo tipo de aflicción. Bernard de Clairveaux, fundador de una comprometida orden monástica, casi perdió la vida por el exceso de celo en una vida de rigurosa privación personal. Estas prácticas no logran más que subrayar la ineficacia de nuestros caminos a la hora de seguir a Cristo. El Señor no estaba llamando a esta persona a castigar su cuerpo con severa disciplina, sino a entender que debía estar dispuesto a sacrificar su comodidad personal por seguirlo a él.
De todas maneras, el llamado de atención de Cristo nos viene bien. La comodidad personal es de suma importancia en la cultura en que vivimos. No tenemos más que intentar un ayuno para darnos cuenta cuán floja es nuestra capacidad de soportar la más leve privación. El Señor nos recuerda que él puede invitarnos a seguirlo mientras se mueve entre personas de mal olor, sin casas ordenaditas ni camas mullidas a nuestra disposición. Si deseamos acompañarlo deberemos estar dispuestos a sacrificar estas comodidades. El afán por asegurar nuestro propio bienestar puede tornarse un verdadero escollo a la hora de caminar con él.
Para pensar:
¿Cómo podemos saber el lugar que ocupa en nuestras vidas la comodidad personal? ¿Qué podemos hacer para vivir en mayor sujeción a Cristo? ¿Cuáles son los elementos de nuestra vida que son superfluos?
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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