Viendo la multitud, subió al monte y se sentó. Se le acercaron sus discípulos, y él, abriendo su boca, les enseñaba diciendo… (Mateo 5.1–2)
Hay una conexión directa entre las multitudes que seguían a Cristo y la decisión de subir al monte. Esta no es ninguna enseñanza improvisada sobre la marcha, sino que Jesús vio que el momento era apropiado para entregarle a la multitud -y a sus discípulos- una serie de enseñanzas que les ayudarían a entender los valores del reino.
No es que faltaba enseñanza sobre la vida espiritual en Israel. Las enseñanzas de los escribas y los fariseos, sin embargo, se concentraban en el cumplimiento ciego de la ley, especialmente en todo aquello que afectaba la manera en que otros los veían. Por esta razón Cristo advirtió a sus oyentes: «Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 6.1). Es esta la tentación que nos enfrenta en forma permanente: estar pendientes de la opinión que otros pueden tener de nosotros. La lucha es especialmente intensa para los que ocupamos un lugar en el ministerio público de la iglesia. ¡Cuántas frases y posturas asumimos sobre la plataforma, que solamente tienen como objetivo impresionar a los demás con nuestra aparente devoción!
En el Sermón del Monte, Cristo quiere llevar a sus oyentes a pensar en ese aspecto de la vida que los de afuera no ven, pero que tiene trascendencia eterna: la vida interior, lo secreto del espíritu, que solamente el Señor conoce con intimidad. Deliberadamente lleva a las personas a dejar de pensar en las acciones, para que comiencen a evaluar los motivos que los conducen a tales acciones.
Al hablar de las bienaventuranzas, Jesús se está refiriendo a las características de un ciudadano del reino. No nos está entregando una nueva fórmula para llegar a Dios, como la larga lista de requisitos que presentaban los religiosos del momento. Más bien, describe las cualidades presentes en aquellos que han sido encaminados en la vida espiritual por el Señor mismo. No es fruto del esfuerzo humano, sino el producto de una visitación sobrenatural, que es el origen de todo lo que verdaderamente perdura por la eternidad.
La palabra «bienaventurado» no hace referencia a un estado emocional; describe mucho más que la felicidad. Es el estado de plenitud que ha alcanzado aquella persona que ha sido tocada por Dios. El Señor trae consigo vida, y vida en abundancia. Poseerla, es ser bienaventurado. Cuando Cristo abrió su boca y comenzó a proclamar esto, deseaba que la gente entendiera que valía la pena entregarse a una vida con Dios. Describía para ellos un mundo enteramente diferente al mundo mezquino, amargo y depresivo que ellos conocían a diario. Cada una de nuestras enseñanzas y predicaciones deben, del mismo modo, contener una generosa cuota de gozo, esperanza y aliento, pues también somos anunciantes de buenas nuevas.
Para pensar:
Cuando Cristo terminó de enseñar la Palabra «la gente se admiraba de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Mt 7.29). ¿Su gente siente la misma admiración después de que usted ha predicado?
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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