He pasado junto al campo del perezoso, y junto a la viña del hombre falto de entendimiento, y he aquí, estaba todo lleno de cardos, su superficie cubierto de ortigas, y su cerca de piedras derribada. Cuando lo vi, reflexioné sobre ello; miré, y recibí instrucción. (Proverbios 24.30–32) (NVI)
La situación que describe el autor de este versículo seguramente con frecuencia se veía por los caminos de Israel. Muchos pasarían por este mismo lugar y verían el estado de dejadez del campo. Verían el deterioro con cierto asombro, pero luego seguirían por sus caminos. El autor, como dice una traducción, «guardó en su corazón lo observado». Es decir, trató de descifrar el significado que tenía el triste cuadro que había contemplado. Intentó ver más allá de lo visible, para entender los principios de vida que delataban esa escena de deterioro. Tales lecciones no están a la vista de los que pasan por la vida apurados, concentrados solamente en sus cosas. Solamente se pueden discernir cuando uno añade al proceso de observación un riguroso ejercicio de reflexión. En el caso del esfuerzo del autor de Proverbios, está reflexión dio fruto y recibió «instrucción».
Lo que está a nuestro alrededor puede brindarnos valiosas lecciones para nuestro propio andar, y es este el verdadero valor de ser observador. El ejercicio de reflexionar nos libra de simplemente menear la cabeza frente a la falta de responsabilidad del vecino, o de darle rienda suelta a las críticas que no edifican ni aportan nada a la situación. Tristemente, sin embargo, nuestras observaciones muchas veces no producen más que estos magros resultados.
La reflexión bien llevada puede ser una actividad sumamente provechosa, cuando busca aprender de las variadas situaciones que nos presenta la vida. Sin duda este es un tema recurrente en Proverbios. En el primer capítulo, el autor señala que «la sabiduría clama en las calles, en las plazas alza su voz; clama en las esquinas de las calles concurridas; a la entrada de las puertas de la ciudad pronuncia sus discursos» (1.20–21 – LBLA). Los cuatro lugares mencionados -la calle, las plazas, las esquinas y las puertas de la ciudad- son aquellos lugares donde se llevaban a cabo las actividades de la vida cotidiana. En medio de estas actividades, una persona podía descubrir muchas lecciones valiosas para la vida, que es la esencia de lo que significa ser sabio. Es un error creer que solamente se aprende dentro del marco de un aula o asistiendo a algún evento especializado en ese tema. La sabiduría está a disposición de todos los que tienen ojos para ver y un corazón dispuesto a meditar en lo que ven a su alrededor.
Para pensar:
«Es mejor adquirir sabiduría que oro. El oro le pertenece a otro, pero la sabiduría puede ser nuestra. El oro solamente sirve para el cuerpo y este tiempo presente, pero la sabiduría es para el alma y la vida eterna». Matthew Henry.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios
Señor, ayudanos a ser buenos observadores. No para criticar a otros, sino para aprender de sus buenos ejemplos, y evitar de los malos ejemplos. Y que esa sabiduría vaya en aumento, para que en todo lo que digamos y hagamos demos gloria a Jesucristo. Amén ! 🙏🏻 🙌🏻