El brillo de nuestra luz

Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Mateo 5.16 (LBLA)

Con frecuencia hago la siguiente pregunta a las personas de la iglesia: ¿Si no pudieras abrir tu boca para explicarle a otros que eres un discípulo de Cristo, cómo podrían darse cuenta de que tú lo eres? No se apresure en desechar la pregunta sin antes meditar en sus implicancias para nuestra vida. El hecho es que para una gran mayoría de personas el testimonio descansa enteramente sobre una proclamación verbal. Nuestro comportamiento contradice ese testimonio, de manera que las personas llegan a la conclusión de que realmente no nos diferenciamos en nada a ellos, salvo que «afirmamos» ser cristianos.

En el versículo de hoy, Cristo muestra el camino que quería para sus seguidores, un camino por el cual se daría evidencia a los de afuera que ellos estaban claramente identificados con Su persona. La expectativa de Jesús era que se dedicaran a las buenas obras, de tal manera que los otros se maravillaran por su forma de vida radicalmente diferente. Las buenas acciones se prepararon no para generar luz, sino para la manifestación de la luz. Es decir, la luz no tiene que realizar acciones especiales para darse a conocer. Quienes ven su resplandor llegan a la conclusión inevitable de que es luz. De igual manera, era la voluntad de Jesús que sus seguidores vivieran haciendo el bien a los demás a fin de que, aun cuando hablar no fuera posible, la gente los identificara como personas de otro «mundo».

Los que somos de la iglesia evangélica aún sufrimos de un fuerte condicionamiento en contra de las buenas obras. No queremos que nadie diga ni piense que deseamos ganarnos el cielo con nuestras acciones. El resultado, sin embargo, es que hemos descartado completamente las buenas obras de nuestra vida espiritual. No obstante, considere las siguientes declaraciones: «Pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas» (Ef 2.10). «Preséntate tú en todo como ejemplo de buenas obras». (Ti 2.7). «Él se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda maldad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras» (Ti 2.14). «Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras» (Ti 3.8). «Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras» (Heb 10.24). «Mantened buena vuestra manera de vivir entre los gentiles, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras» (1 P 2.12).

En ninguno de estos versículos se declara que las buenas obras no son importantes para los que siguen a Cristo. Al contrario, afirman que ¡los que siguen a Cristo son conocidos por sus buenas obras! Pidamos pues, al Padre, que nos muestre dónde está trabajando él, para que nos unamos a las buenas obras que preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Para pensar:

«Haz todo el bien que puedas, a todas las personas que puedas, de todas las maneras que puedas, por todo el tiempo que puedas». Juan Wesley.




Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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