Pero cuando se vio en angustia, oró a Jehová, su Dios, y se humilló profundamente en la presencia del Dios de sus padres. Oró a él y fue atendido; pues Dios oyó su oración y lo hizo retornar a su reino en Jerusalén. Entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios. (2 Crónicas 33.12–13)
Luego de la desaparición de Israel (las diez tribus del norte), devorado por la insaciable política expansionista de los asirios, Manasés asumió el trono en Judá. Le sucedía a Ezequías, el rey de las reformas. Su reinado se extendió durante cuarenta interminables años. El comentarista de la crónica bíblica nos dice de Manasés que «hizo lo malo ante los ojos de Jehová, conforme a las abominaciones de las naciones que Jehová había echado de delante de los hijos de Israel» (2 Cr 33.2). Es decir, incorporó a Judá todas las detestables prácticas de los cananeos, llegando aun a instalar ídolos dentro del mismo templo de Salomón. Se cree también que el profeta Isaías fue muerto durante este tiempo, como resultado de la fuerte persecución contra todos los que se mantenían fieles a Jehová.
Dios lo juzgó y Manasés fue tomado prisionero y llevado cautivo a Nínive. Era costumbre de los asirios conducir a los reyes capturados mediante un gancho que pasaba por su nariz o labios. Luego eran puestos a trabajar como esclavos en condiciones de extrema crueldad. Fue durante este período que Manasés elevó a Jehová el clamor que describe el pasaje de hoy. Angustiado y humillado, le pidió perdón al Dios de sus padres y clamó que lo librara de su tormento. El Señor le oyó y fue devuelto a Jerusalén y restaurado a su trono. Manasés, profundamente arrepentido, implementó una serie de reformas por las cuales quitó todos los ídolos y lugares de sacrificio que había establecido anteriormente.
La historia nos deja dos claras lecciones. En primer lugar, no podemos dejar de notar que no importa cuán profundamente haya caído una persona de la gracia de Dios, el camino para volver nunca está cerrado. Dios es, en esencia, un Dios de misericordia y compasión. El clamor del arrepentido llega inmediatamente a su corazón, aun cuando sus caminos hayan sido abominables. Siempre está deseoso de restaurar una vez más su relación con sus hijos. Cada vez que nos arrepintamos y humillemos, él estará dispuesto a intervenir para restaurar lo que nuestra maldad ha destruido.
En segundo lugar, debemos notar que el resultado final de este proceso de gran sufrimiento fue que Manasés reconoció que Jehová era Dios. A diferencia de nuestra tendencia vengativa, que busca infligir sobre los demás el mismo sufrimiento que ellos nos han causado, el Señor siempre nos trata con el deseo de que le conozcamos a él como quien es realmente. Su trato puede ser duro y doloroso, mas el fruto es un conocimiento veraz y acertado de su persona. Ese conocimiento no tiene precio, aunque se lo haya obtenido por medio del dolor, las lágrimas y la angustia.
Para pensar:
«La alternativa a la disciplina es el desastre». V. Havner.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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