Volviendo en sí, dijo: «¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”». (Lucas 15.17–19)
La parábola del hijo pródigo es una de las más bellas ilustraciones del amor misericordioso de Dios, en este caso desplegado hacia dos hijos que no entendían el corazón compasivo que tenía su padre. En el pasaje de hoy nos encontramos con el menor de estos hijos, sentado entre los cerdos, sucio, cansado, hambriento y olvidado por todos. Los tiempos de fiesta se han terminado y la desesperanza asoma por donde quiera que mire.
El pasaje nos dice que fue en este momento que el muchacho «volvió en sí». Es una expresión que bien podría aplicarse a quien estuvo anestesiado, durante una operación. Nos da a entender que durante un tiempo este muchacho no había estado consciente de lo que estaba aconteciendo en su vida. De hecho, esto es exactamente lo que hace el pecado con nosotros: adormece nuestros sentidos y no nos permite entender la necedad de nuestros caminos. El primer paso en el arrepentimiento viene cuando se produce en nosotros la recuperación de esta pérdida de conciencia. Repentinamente vemos lo errado que ha sido nuestro camino. La luz ilumina nuestro entendimiento entenebrecido y vemos las cosas con otros ojos. La realidad de la vida de este joven hablaba claramente de lo bajo que había caído al abandonar la casa de su padre.
En segundo lugar, el joven entendió que el camino hacia la recuperación era el que le llevaba indefectiblemente de vuelta a su casa, que el bien y la salud se encontraban en la relación con su padre. El arrepentimiento no sólo consiste en reconocer que el camino que hemos estado transitando es el equivocado, sino también en iniciar un nuevo viaje que nos lleva de vuelta a la comunión y la intimidad con Dios. Este viaje debe ponerle fin al silencio y la enajenación de nuestras vidas.
Es en el tercer paso, sin embargo, que detectamos un error en el pensar del muchacho. Elabora un plan para corregir su vida: «hazme como a uno de tus jornaleros». Es precisamente en este punto donde el arrepentimiento muchas veces se descarrila. Reconocemos el mal que hemos hecho y nos acercamos al Padre, pero traemos, bajo el brazo, nuestro plan para arreglar lo que hemos hecho mal. Dios no necesita de nuestros proyectos, ni tampoco de nuestra ayuda para deshacer lo que hemos hecho. Él tiene sus propios métodos, que son eficaces y certeros. Nos basta con darle libertad para trabajar en nuestra vida. El Padre es la solución para todas nuestras dificultades. Necesitamos acercarnos a él, no para hablar, sino para escuchar. Si tenemos que hacer algo él seguramente lo mostrará. Si no nos dice nada, disfrutemos de los besos y abrazos que nos ofrece, sabiendo que en la casa de nuestro padre, siempre seremos bienvenidos.
Para pensar:
«El arrepentimiento y la fe son regalos que hemos recibido, no metas que hemos alcanzado». Anónimo.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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