Pues su divino poder nos ha concedido todo cuanto concierne a la vida y a la piedad, mediante el verdadero conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia. 2 Pedro 1.3 (LBLA)
En un intento por traducir con mayor fidelidad la palabra «conocimiento», la versión de La Biblia de las Américas incorpora a este versículo la frase «verdadero conocimiento». De verdad que es una buena alternativa porque hay conocimientos que sólo son apariencia.
En el griego existen dos palabras distintas para el término castellano «conocimiento». La primera es la palabra gnosis. Esta palabra indica una erudición que es producto del estudio. Típicamente se la relaciona con el fruto del proceso académico que ocurre por medio de un minucioso análisis de todos los aspectos relacionados con determinada materia, a fin de llegar a un conocimiento acabado de un tema. De esta manera, la persona que ha cumplido con el proceso podría ser considerada como experta en la materia.
La otra palabra es epignosis, también, en la mayoría de las versiones de la Biblia es traducida por «conocimiento». En el idioma original, sin embargo, la diferencia entre una palabra y la otra es muy marcada. El segundo tipo de conocimiento no es el fruto del estudio, sino de la observación. Es la clase de conocimiento que podría tener un esposo de su esposa. Nadie le ha enseñado al varón que a su esposa le gustan dos cucharadas de azúcar en el té, ni que le encanta que le regalen flores. Lo ha aprendido, más bien, porque ha convivido con ella durante muchos años. En la cercanía a su persona ha adquirido un cúmulo de conocimiento sobre ella que otras personas no poseen.
Este tipo de conocimiento que menciona el apóstol Pedro, es el eje central de la vida espiritual a la cual hemos sido llamados. No es el conocimiento de Dios adquirido como resultado de lo que hemos leído, ni lo que otros nos han contado, ni tampoco de lo que hemos podido estudiar nosotros mismos. Es, más bien, el conocimiento que hemos obtenido como fruto de haber pasado mucho tiempo con él. Podemos hablar con cierta confianza acerca de su persona, porque hemos cultivado la clase de intimidad que es común entre dos seres que se aman.
Este tipo de conocimiento, nos dice el apóstol, es la llave de la vida espiritual. Propicia nuestra confianza plena en Aquel que nos ha llamado, porque sabemos por experiencia personal que no nos fallará, aun en las peores tormentas. Permite que le busquemos cuando necesitamos de su gracia, porque tenemos certeza de no volver con las manos vacías.
Para pensar:
El apóstol Pablo, autor de las más profundas doctrinas del Nuevo Testamento, eximio conocedor de la Palabra, consideraba que aún tenía mucho por recorrer en su conocimiento de la persona de Dios. Poco antes de morir, declaró: «Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por amor a él lo he perdido todo y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…» a fin de conocerlo (Flp 3.7–10).
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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