El regalo de Jesús

Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo. (Efesios 4.11–12)

Un comentarista bíblico ha hecho una interesante observación: que en el Nuevo Testamento existen tres pasajes que hablan de los dones otorgados por el Dios Trino a los hombres. En Romanos 12.6–8 se encuentra la lista de dones que el Padre le dio a sus hijos. En 1 Corintios 12 y 14 se encuentra la descripción de los dones que el Espíritu dio a la iglesia. Y en Efesios 4.11–12, se encuentran los dones que Jesús le dio a su iglesia. Si la interpretación de este comentarista es acertada, nos presenta una muy interesante revelación del corazón de Dios para con su iglesia, junto a la particular función que cada uno cumple en la formación del pueblo.

Los dones que el Padre y el Espíritu han dado a la iglesia son regalos que se manifiestan en la vida de sus hijos, tales como la misericordia, el servicio, la exhortación, el discernimiento, la palabra de ciencia o la sanidad. Por medio de ellos se pueden realizar las buenas obras que son parte de la vida a la que hemos sido llamados pues, como dice la Escritura, el pueblo de Dios debe ser un pueblo «celoso de buenas obras» (Tit 2.14).

Cuando observamos el regalo de Cristo a la iglesia, sin embargo, podemos notar una importante diferencia. En Efesios capítulo 4 el apóstol NO dice que él dio a la iglesia ministerios apostólicos, proféticos, evangelísticos, pastorales y de enseñanza. Lo que Cristo dio a la iglesia no fueron ministerios, sino personas. Esto no tiene por qué sorprendernos, pues Jesús mismo trajo las Buenas Nuevas del Padre en persona. «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y de verdad; y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre» (Jn 1.14). Al regalarle a la iglesia hombres y mujeres que fueran apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, Jesús no estaba haciendo más que perpetuar el modelo que él mismo inició al invertir en la vida de los discípulos.

Esta observación tiene una importantísima connotación para todos aquellos que han sido constituidos por Cristo para estos ministerios. El valor principal de la presencia del apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro en la iglesia no se encuentra en el ministerio que desarrolla, aunque siempre tendemos a valorar a los hombres por sus obras. El valor principal que estas personas tienen es la clase de personas que son. Enseñan con su vida, como lo hizo Cristo. El llamado a ser líder dentro de la iglesia es un llamado que demanda de nosotros las más altas expresiones de devoción, compromiso y santidad.

Para pensar:

En tiempos de angustia, confusión y dificultad, la iglesia no debe buscar inspiración en sus doctrinas, sino en la vida de aquellos que han sido puestos para formar la vida de los santos. El contacto que el pueblo de Dios tiene con estos líderes no puede estar limitado a los momentos de reuniones formales dentro del programa establecido de la congregación. La gente que estamos formando necesita tener amplio acceso a nuestras vidas, pues nosotros somos ¡el regalo de Cristo para sus vidas!

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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