Enviados en el nombre de Dios

Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. (Mateo 28.19)

Con frecuencia hablamos de la Gran Comisión -en la cuál hemos estado meditando en estos días- como las instrucciones de Cristo a sus discípulos. Y de hecho fueron las instrucciones que el Maestro dejó a los suyos. Pero al hablar de las indicaciones de Jesús, tendemos a olvidarnos que el Hijo no actuaba solo, ni por iniciativa propia. Su exhortación es a bautizar a los discípulos en el nombre de todo el «equipo», es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Realmente nos cuesta entender la dimensión de la unidad que existe entre los tres miembros de la trinidad. Nuestra experiencia de ministerio está demasiado limitada a nuestro propio esfuerzo, a nuestra visión y a nuestra manera de hacer las cosas. Solamente en raras ocasiones he podido observar un equipo ministerial que verdaderamente funciona como equipo. Estoy hablando de un grupo donde todos honran a los demás miembros del equipo; se trabaja dando cuidadosa consideración a la opinión de cada uno de los integrantes, y están respaldados por una profunda convicción de que cada uno de ellos ha recibido dones y gracia de Dios para ser parte de los proyectos del reino. En la mayoría de nuestros «equipos» hay una persona que hace prevalecer su opinión por encima de la de los demás. En muchos equipos, incluso, existe un acuerdo implícito de que la opinión de este «líder» no puede ser cuestionada. Tristemente, este lugar muchas veces lo ocupa el pastor.

¡Cuán diferente es el funcionamiento del Padre, del Hijo y del Espíritu! Cada uno está abocado a darle honra y gloria a los demás miembros del equipo. Cristo decía: «El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que lo envió, este es verdadero, y no hay en él injusticia» (Jn 7.18). De su Padre afirmó: «Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios» (Jn 8.54). En su última oración, pidió al Padre: «Padre, la hora ha llegado: glorifica a tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique a ti» (Jn 17.1) Del Espíritu, declaró: «Él me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo hará saber» (Jn 16.14). El deleite de estos tres es exaltar y resaltar a los otros dos. Su funcionamiento es en perfecta armonía y ninguno hace nada sin que haya acuerdo absoluto en todo.

Los discípulos debían, no solamente trabajar de manera que se viera el respaldo de Dios Padre, Hijo y Espíritu en todo lo que hacían, sino que habían sido llamados a unirse a este mismo equipo. No trabajaban solos. Trabajaban como extensión de, y bajo sujeción al Dios que les enviaba. Su andar debía revelar este mismo deseo de honrar, bendecir y buscar la gloria de Otro mucho más grande que ellos.

Para pensar:

«Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno» (1 Jn 5.7).

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

Compartir

Acerca del Autor

Últimos Artículos

Principios para el Éxito
Daniel Gonzalez

Defínete

fallo

No hay más Artículos

Déjanos tu Comentario

0 0 votos
Calificación del Artículo
Suscribirse
Notificar de
guest
0 Comentarios
Más antigua
Más reciente Más votados
Retroalimentación En Línea
Ver todos los comentarios

No te pierdas los otros artículos de nuestro

Blog