«Te haré entender y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos. No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti». (Salmo 32.8–9)
El Salmo 32 es uno de los tres salmos que nos ofrecen una perspectiva más completa del efecto del pecado sobre la vida del ser humano (vea también los Salmos 36 y 51). En este texto en particular el salmista celebra el alivio que acompaña al momento de confesión y anima a que «todo santo ore a ti en el tiempo en que puedas ser hallado» (32.6 – LBLA).
La problemática del pecado requiere que seamos un pueblo que practica a diario la disciplina de la confesión. Es la única forma en que podremos andar en santidad, pues día a día ofendemos a Dios de muchas y diferentes maneras. No obstante, el salmista incluye en el texto una palabra recibida del Señor: el pasaje en el cual reflexionamos este día, donde el Señor revela lo que podríamos llamar un camino preventivo para evitar caer en pecado con tanta frecuencia.
¿Cuál es la solución que propone nuestro Padre? Que seamos un pueblo dispuesto a aprender el camino por el que debemos andar. El pecado resulta, muchas veces, de nuestra ignorancia de los designios de nuestro Dios. Mas el Señor desea guiarnos para que conozcamos el camino que es agradable delante de sus ojos. Como un padre que está enseñando a su hijo a caminar, el Señor se compromete a fijar sus ojos sobre nosotros. Es decir, estará vigilando de cerca nuestro andar. En cada situación donde exista la posibilidad de caer, el Señor proveerá la directiva necesaria para salir adelante. En cierto sentido este cuadro nos presenta el mismo cuidado tierno que Cristo profetizó en Juan 14 y 16 con respecto al ministerio del Consolador.
El Señor, no obstante, conoce el corazón terco y obstinado del ser humano. Tampoco ignora que muchos de nuestros pecados no son el resultado de la ignorancia, sino de la rebeldía. Al igual que en tantas otras enseñanzas en su Palabra, el Señor se vale de una clara ilustración para ayudarnos a entender la postura que debemos evitar: «No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, que han de ser sujetados con cabestro y con freno, porque si no, no se acercan a ti». La terquedad del mulo y la naturaleza arisca del caballo señalan claramente la dificultad que el hombre enfrenta en su deseo de caminar con Dios: somos un pueblo que preferimos andar en nuestros propios caminos que en los caminos del Señor, que creemos más en nuestra propia sabiduría que en la de Jehová. No obstante, él nos anima a que resistamos la tendencia a un comportamiento rebelde, no sea que también se haga necesario que nos controlen con «cabestro y freno». Como esta postura obstinada es natural en nosotros deberemos estar atentos a su manifestación. Cada vez que aparezca tendremos que optar por aquietar nuestro espíritu para buscar las directivas de nuestro buen Dios. Solamente de esta forma podremos ser enseñados por él.
Para pensar:
«El camino del necio es recto a sus propios ojos, mas el que escucha consejos es sabio» (Pr 12.15 – LBLA).
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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