3 GRANDES DESAFÍOS para establecer puentes en la actualidad

La iglesia en su ser y en su misión tiene la siempre difícil tarea de encarnar el Evangelio eterno y universal en culturas temporal y espacialmente cambiantes, o sea que enfrenta en cada generación y en cada lugar al menos una triple tensión.

La cultura tiene dos dimensiones: tiempo y espacio, es decir que experimenta cambio con el transcurrir del tiempo y varía según el contexto geográfico. La globalización ha provocado una homogenización cultural del mundo, pero al mismo tiempo ha estimulado una fuerte contratendencia que tiende a enfatizar las particularidades culturales de cada lugar.

DESAFÍO 1: FIDELIDAD VS. RELEVANCIA

El primer desafío es ser una iglesia fiel al Evangelio eterno y universal y al mismo tiempo contemporánea y contextualizada culturalmente. Mantener en tensión eternidad y contemporaneidad y universalidad y contextualización ha sido y es muy complejo, y es por eso que las iglesias tienden a tomar alguna de las dos opciones. Algunas iglesias afirman su fidelidad a la Palabra pero al precio de perder pertinencia y relevancia; otras iglesias optan por ser relevantes a su tiempo y lugar, con una misión que pretende ser «amigable» con el mundo pero sacrificando muchas veces su fidelidad a la Palabra, así que mantener en sana tensión fidelidad y relevancia es un gran desafío.

En los últimos años han surgido algunos modelos de iglesias que están haciendo el esfuerzo de actualizar la iglesia y su misión de manera de ser más relevante en el nuevo tiempo. Este intento de por sí merece nuestro aprecio. Si no logramos establecer puentes culturales con las personas y la sociedad no podremos transmitir el Evangelio ni ver su poder transformador en personas y sociedades; sin embargo, no son pocos los que cuestionan estos modelos por su pérdida de fidelidad a la Palabra de Dios en varios aspectos. Esto nos lleva al segundo desafío y tensión.

DESAFÍO 2: INCULTURACIÓN VS. CAUTIVIDAD CULTURAL

La iglesia sí o sí debe inculturarse, es decir, entender los códigos culturales de su tiempo y misionar conforme a esos códigos. Es lo que Pablo hacía cuando decía: «Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos […] Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos» (1 Corintios 9:20-22). Esto tiene que ver con las formas, métodos, sistemas, medios. Pero aquí también el desafío es mantener una sana tensión: muy fácilmente el esfuerzo positivo de inculturación puede derivar en algo negativo como es la cautividad cultural, esto es, cuando los valores de la cultura contrarios al Evangelio penetran en la iglesia a través de los medios. Martin Luther King decía sabiamente que los fines preexisten en los medios; así, muchos de los medios, formas, métodos y códigos que caracterizan a nuestra cultura promueven valores contrarios a la voluntad de Dios.

Cuando la iglesia irreflexivamente en su intento por ser relevante e inculturada incorpora esos medios, también se contamina con esos valores y queda cautiva de la cultura, y por ende, está imposibilitada para transformarla, porque por definición el Evangelio es siempre contracultural. Si la iglesia comparte los mismos valores que la cultura, es imposible que la transforme.

DESAFÍO 3: RENOVACIÓN VS. TRANSFORMACIÓN

A lo largo de toda su historia la iglesia ha vivido procesos en donde la iglesia conocida es desafiada por un nuevo modelo que trae una renovación. Esta renovación en algunos casos fue en cuestiones de fondo, restaurando, recuperando énfasis bíblicos que por diferentes razones históricas la iglesia había perdido u olvidado; así por ejemplo, afines de la década de los 60 surge el movimiento carismático y recupera énfasis olvidados como los dones del Espíritu y el discipulado, entre otros.

En otros casos, esa renovación apuntó a cuestiones de formas, por ejemplo, la renovación en la adoración que la iglesia viene experimentando a partir de los 90. No es que la iglesia anteriormente no adoraba, pero lo nuevo trajo una frescura, una actualización, un aggiornamiento que también produjo una renovación de la iglesia.

Ambos fenómenos han sido y son altamente positivos. La historia nos dice que aquellos modelos de renovación que al principio entraron en disputa con la iglesia conocida lograron afectarla a tal punto que algunos de sus énfasis y formas finalmente permearon a toda la iglesia y perduraron en el tiempo. También el nuevo modelo que al principio es contestatario con el correr del tiempo termina adoptando valores y elementos de la iglesia tradicional; así, podríamos decir que hoy cualquier iglesia no carismática es más carismática que hace 50 años atrás, y que cualquier iglesia carismática es más tradicional que en el momento de surgir el movimiento carismático.

Cualquier esfuerzo presente de renovar la iglesia, restaurando principios bíblicos olvidados o actualizando formas, expresiones, métodos y medios debe ser bienvenido; sin embargo, los procesos de renovación tienen efectos principalmente hacia adentro de la iglesia. Salvo algunas excepciones, no terminan de afectar significativamente a la sociedad transformándola, por eso el tercer desafío para la iglesia es lograr que la renovación produzca un impacto hacia afuera. Así ocurrió en la época de John Wesley, donde la influencia de la iglesia marcó un antes y un después en la sociedad en tiempos de la revolución industrial, o lo ocurrido con la Reforma protestante, cuyos principios moldean la cultura hasta el día de hoy.

PH: Imagen de freepik

Algunas apreciaciones de la iglesia Millenial

1. Todo esfuerzo por crear puentes culturales es muy positivo. Dentro de algunos años la mayoría de las iglesias habrán incorporado estilos, formas, medios que los nuevos modelos hoy están presentando.

2. Por el momento, salvo algunas excepciones, los modelos de iglesias Millenials solo han tomado en cuenta el elemento temporal y se han olvidado del espacial, es decir, muchos de los modelos son «franquicias» de iglesias anglosajonas, lo cual presenta obviamente una gran limitación en el proceso de contextualización. Aquí el reto es que en América Latina surjan modelos no solo contemporáneos sino latinoamericanos.

3. El mayor peligro que veo es que la mayoría de estos modelos —precisamente por su dependencia cultural anglosajona— son transmisores de valores propios de esa cultura globalizada, pero que son contrarios a la Palabra de Dios. El hiper individualismo de nuestra cultura penetra en la iglesia de hoy y se afirma por ejemplo con sistemas de culto en donde las personas se convierten en asistentes que vienen a tener un culto privado e intimista; son cientos y miles de personas pero todos adorando aisladamente sin registro del otro, sin discernir el cuerpo de Cristo, «Dios y yo», ahondando aún más la orfandad de nuestro tiempo.

Si no logramos establecer puentes culturales con las personas y la sociedad no podremos transmitir el evangelio ni ver su poder transformador en personas y sociedades.

El narcisismo propio de este tiempo es alentado por una religiosidad centrada en el yo, con un cristianismo de autoayuda, egocéntrico; la cultura del entretenimiento penetra en la iglesia donde muchas veces —con la búsqueda de inculturación— termina haciendo de la iglesia un show más, donde todo tiene que ser divertido y en el que la gente se cambia de iglesia según el show de la plataforma. Y así podríamos seguir enumerando valores que a través de las formas, medios y sistemas penetran en la iglesia. Cuando esto ocurre, la iglesia es cautiva de la cultura y está imposibilitada para transformarla.

4. La iglesia Millenial en la mayoría de los casos encara un proceso de renovación de la iglesia en sus formas: no hay recuperación de énfasis bíblicos olvidados sino más bien se trata de una actualización en las formas y medios de ser iglesia y misión, es decir, todavía no ha podido presentar un modelo más apto de transformación de la sociedad. En parte por su cautividad cultural, en parte porque el público al que apunta es el de jóvenes que ya conocen el Evangelio, que fueron alcanzados por la iglesia tradicional pero que también fueron decepcionados o desmotivados por la iglesia tradicional; por ahora, la mayoría de estos nuevos modelos transforman la subcultura evangélica. El gran desafío será poder alcanzar a los no alcanzados.

5. La iglesia tradicional, como vengo diciendo desde hace años, tiene su certificado de defunción firmado. No es ya pertinente ni para el mundo y está perdiendo a sus propios miembros, por eso todo esfuerzo de renovación es bienvenido. Pero debo decir que la iglesia Millenial también tiene su fecha de extinción: precisamente por ser Millenial, dejará de ser pertinente el día en que la cultura deje de ser Millenial, como ha dejado de ser X, Y, posmoderna, etc.

6. Debemos superar las confrontaciones iniciales y con madurez y humildad aprender los unos de los otros. Los pastores de las iglesias llamadas tradicionales tienen mucho que aprender; los pastores de las iglesias llamadas contemporáneas deben reconocer que no surgen de la nada, sino de la iglesia conocida.

7. La iglesia que hoy llamamos tradicional fue la iglesia renovada de los 70, y la iglesia contemporánea de hoy será en algunos pocos años la iglesia tradicional de ese momento. La velocidad de los cambios culturales es tal que estos procesos nos obligan a todos a estar en continua renovación.

por definición el evangelio es siempre contracultural. Si la iglesia compartelos mismos valores que la cultura es imposible que la transforme.

8. Debemos trabajar juntos los conflictos que estos procesos de cambio provocan en una ciudad. Como estos nuevos modelos han sido principalmente renovación de formas hacia adentro de la iglesia, generan una gran movilidad de gente —principalmente joven— que se pasa de una iglesia a la otra, con los roces y molestias que esto trae. El pastor que recibe la gente por lo general no tiene en cuenta el dolor del que las pierde; en algunos casos, desde el liderazgo se alimenta entre la gente una mística de convertir a otros creyentes que son parte de las iglesias tradicionales con formas poco éticas. Por parte de los pastores de la iglesia tradicional, la crítica, la amargura; en el mundo espiritual, estos conflictos frenan el avance del Reino porque impiden ser uno para que el mundo crea.

9. Uno de los contravalores con los cuales la cultura nos cautiva es hacernos creer que las diferentes congregaciones competimos unos contra otros. El Reino es otra cosa, el Reino es unidad, colaboración, complementación. Será imposible transformar la realidad si la iglesia no es diferente, si no es una alternativa distinta al espíritu de este mundo.

10. Todos, empezando por quien escribe, somos retados por estos tres desafíos: fidelidad versus relevancia, inculturación versus cautividad cultural y renovación versus transformación. Frente a esto, con humildad debemos reconocer nuestras limitaciones y nuestra necesidad de una mayor dependencia del Espíritu Santo.


Tomado con licencia de la revista LIDER 625, edición 13, LA IGLESIA MILENIAL: Claves y peligros de una iglesia que ¿se actualiza? Pag. 32-34.

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