Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; puesto que olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos. (Oseas 4.6)
Por medio de los profetas el Señor hizo conocer a Israel las razones por las cuales él los desechaba como pueblo y los enviaba al exilio. Una de las explicaciones la encontramos en el texto de hoy que, por cierto, no es el único lugar donde Dios señala el mal que aquejaba al pueblo.
Resulta provechoso reflexionar sobre esto porque vemos hoy, en la iglesia, la misma tendencia preocupante hacia la ausencia de conocimiento sólido y profundo de la Palabra. Ha surgido entre nosotros un estilo de predicación en la que los predicadores se dedican a hablar de sus propios conceptos acerca de la vida espiritual. En ocasiones estos discursos están adornados con algún versículo tomado de la Palabra, pero rara vez sirven para otra cosa que darle un barniz de respetabilidad a la prédica.
El pueblo que carece de conocimiento es un pueblo que se expone a la seducción de cuanta filosofía pueda aparecer en la sociedad. Esta es la condición que Pablo describe en la carta a la iglesia de Éfeso, cuando dice: «Así ya no seremos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error; sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo» (4.14–15). Y es precisamente esta tendencia la que observamos en muchas congregaciones, donde las personas corren tras cualquier moda que se exponga con elocuencia, pues son seducidos por las palabras de hombres y no poseen los elementos necesarios para evaluar la validez de lo que escuchan.
La responsabilidad por esta situación claramente recae sobre aquellos que han sido llamados a la formación de los santos, es decir, los pastores. El profeta Oseas declaraba que los sacerdotes habían «desechado» el conocimiento. En esta actitud vemos el problema de fondo, que es una actitud de desprecio por la Palabra. Este desprecio puede ser porque el mensaje de las Escrituras no resulta suficientemente atractivo en comparación con los mensajes que predominan en este tiempo. Vemos a la Palabra como «anticuada» y «pasada de moda». Buscamos un mensaje más adecuado para el momento que atraviesa la humanidad.
Sospecho, no obstante, que el desprecio se debe principalmente a que un compromiso con la Palabra requiere de nosotros, los pastores, la disposición de estudiar con diligencia el texto para discernir el mensaje que Dios desea compartir con su pueblo. Esto demanda un esfuerzo que puede fácilmente ser evitado si nos dedicamos simplemente a hablar de nuestros temas predilectos.
El pueblo, sin embargo, necesita la Palabra no adulterada de Dios. Solamente la Palabra trae luz a nuestras vidas, e ilumina nuestros pasos. Solamente por medio de la Palabra se produce en nosotros esa transformación espiritual que es vital para una vida que agrada al Padre.
Para pensar:
Nuestra función, como pastores, no es entretener al pueblo, sino formarlo a la imagen de Jesucristo. Sólo por medio de la Palabra lo podremos lograr.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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