…en un fundamentalista que es capaz de cualquier cosa con tal de defender y reivindicar una causa, llegando incluso hasta practicar el terrorismo.
Hubo una vez un muchacho muy apasionado de convicciones firmes que estaba convencido no solo de estar haciendo lo correcto, sino que además creía estar haciéndole un favor a Dios; se llamaba Saulo y perseguía cristianos, buscando eliminarlos de la faz de la tierra. Me pregunto quiénes podrían ser los Saulos de hoy, y la respuesta no se hace sencilla: no es tan fácil ser real y objetivamente autocrítico en temas como estos.
El manejarse dominado por preceptos y paradigmas religiosos va generando en nosotros una adicción que se retroalimenta y termina tejiendo una red que nos enreda, nos atrapa y nos encierra de una manera tan poco consciente que uno cree estar haciendo lo que corresponde, y hasta se enorgullece de ello.
Hay cristianos a los que jamás se les ocurriría tirar una bomba en un lugar público, sin embargo más de una vez llegan a un sitio donde hay mucha gente reunida y, micrófono en mano, hacen mucho daño con sus palabras y actitudes para luego irse ignorando los destrozos. Quizás ninguno de nosotros consentiría en apedrear a un ser humano, pero casi sin advertirlo podemos herir gravemente el corazón de alguien y fomentar que todos a nuestro alrededor hagan lo mismo con esa persona. Es posible que hoy no hayan quienes anden persiguiendo a sus hermanos en la fe para llevarlos a la cárcel, pero sí está a la vista que algunos creen entender que la misión celestial que han recibido es la de hostigar a otros (muchas veces de manera violenta) para cumplir con lo que ellos asumen como demandas divinas.
Este tipo de adicción es diferente a las demás. Con el resto de los vicios suele suceder que en un momento uno comienza a darse cuenta de que no es libre y de que algo lo domina, por eso alguien puede, al reconocer su lucha, buscar ayuda e iniciar un proceso de recuperación. He escuchado a personas confesarme en la intimidad que eran adictos a consumir sustancias prohibidas, alcohol o pornografía, por citar algunos casos, pero sinceramente no suelo escuchar a alguien decir: «Soy tan religioso que llego al punto en el que mi religiosidad me enceguece», o «Soy un legalista que ha perdido toda sensibilidad espiritual y lo único que me importa es que las cosas se hagan como yo creo que deben hacerse». El amor por Dios y sus verdades mal enfocado y canalizado definitivamente podría llevarnos a perder el rumbo y fanatizarnos defendiendo una causa que ya deja de ser divina y se aleja de aquel amor inicial.
He escuchado a personas confesarme en la intimidad que eran adictos a consumir sustancias prohibidas, alcohol o pornografía, por citar algunos casos, pero sinceramente no suelo escuchar a alguien decir: «Soy tan religioso que llego al punto en el que mi religiosidad me enceguece», o «Soy un legalista que ha perdido toda sensibilidad espiritual y lo único que me importa es que las cosas se hagan como yo creo que deben hacerse»
Si es verdad que uno puede caer inconscientemente preso de estas conductas enfermizas que dañan erosionando el corazón propio y los ajenos que nos rodean, creo que al menos deberíamos ser intencionalmente responsables en prestar atención a la manera en la que vivimos y practicamos nuestra fe. Estos son solo algunos síntomas que deberían encender la alarma del fanatismo en nuestra propia vida:
CREERNOS DUEÑOS DE LA VERDAD.
Amparados en que Jesús es la verdad y al tenerlo a él también la tenemos, nos escondemos detrás de ese escudo para rechazar cualquier mirada o interpretación que no coincida con la que nosotros decidimos abrazar, considerando infalibles nuestros puntos de vista. Cuando afirmamos que nosotros tenemos «la sana doctrina», automáticamente intentamos diferenciarnos del resto (que para nosotros, obviamente no la tiene); decir que somos los únicos sanos es dar a entender que el resto algo de enfermo tiene, lo que claramente no es una señal muy saludable de nuestra parte.
DARLE EXCESIVA ATENCIÓN A LA SANTIDAD DE LOS DEMÁS.
Pensamos que el no practicar tal o cual pecado—o al menos no abiertamente— nos da derecho y nos pone en una posición casi de agentes colaboradores de Dios en la búsqueda de la santidad de las personas (por supuesto que siempre del resto y no de la nuestra). Parte del combo del fanatismo es tener la sensación no solo de que tenemos sana la doctrina sino también el corazón, y por eso nos dedicamos a combatir el pecado y las desviaciones de los demás infieles que nos rodean.
Nosotros ya estaríamos en el escalón de «guardianes de la obediencia a Dios».
OPONERNOS HIPÓCRITAMENTE A LO ACTUAL.
Estamos aferrados con todas nuestras fuerzas a maneras, moldes y estilos que hemos heredado de generaciones anteriores, dándoles la categoría de «no negociables» por creer que de alguna manera bajaron por revelación divina. Rechazamos todo lo que no sea como nosotros lo aprendimos y tildamos de mundano lo que no se acerque a lo que fue nuestra propia experiencia. Por eso, combatimos la música con la que se adora, la estética de los espacios físicos, la ropa con la que la gente se viste o hasta el lenguaje con el que se habla hoy en día, entre tantas otras cosas. Nada puede ser actual, todo debe ser como era antes (en realidad, solo como era algunas décadas atrás…). Esta negación es deshonesta e hipócrita, ya que en el día a día nos manejamos como una persona del siglo XXI mientras que a la hora de practicar la fe volvemos a convertirnos en gente de otra época, otra cultura y otro mundo, convencidos de que a Dios no debe agradarle casi nada de la actualidad.
NO DISFRUTAR.
Se dice de Saulo que «respiraba odios y amenazas». Cuando estamos embarcados en plantear nuestro cristianismo solo como una lucha contra todo lo que está mal, lo que menos hacemos es disfrutar la vida. El fanatismo nos roba la sonrisa. Frases como «Dios es cosa seria» o «Con Dios no se juega» nos hacen vivir con el ceño fruncido buscando a nuestro paso errores ajenos para corregir. Por más que me lo propongo y lo intento, no puedo imaginarme a una persona viviendo la vida abundante que Dios vino a proponer pero con cara de desaprobación constante. Algunos creen que los que más saben o los que son más espirituales deben ser personas con un rostro serio, pero según Gálatas 5:22-23 el resultado externo de que alguien está lleno de Dios es tener amor, alegría, paz, paciencia y unas cuantas cosas más, que nada tienen que ver con andar con cara de enojado cazando por ahí errores doctrinales o pecados ajenos.
No hemos sido llamados a ser fanáticos ni a perseguir a otros, ni siquiera a tener siempre la razón: hemos sido perdonados por lo pecadores que éramos y seguimos siendo, fuimos alcanzados por un amor y una gracia sobrenaturales que nos llevan a hacer todo lo posible para que otros también puedan disfrutar de lo mismo. ¡El conocer a Jesús nos hizo libres! No caigamos sin darnos cuenta en una adicción a la religiosidad fanática que nos robe esa libertad.
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Altare, Fernando. Adicciones: El flagelo que la iglesia no puede ignorar. Líder 625. Edición 12. Tomado con licencia de RightNow Media. Pag. 32-33. 2018.
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