Cuando volvió Jefté a Mizpa, a su casa, su hija salió a recibirlo con panderos y danzas. Ella era sola, su hija única; fuera de ella no tenía hijo ni hija. Cuando él la vio, rasgó sus vestidos, diciendo: «¡Ay, hija mía!, en verdad que me has afligido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor, porque le he dado mi palabra a Jehová y no podré retractarme». (Jueces 11.34–35)
Jefté nos es tristemente célebre por la necedad del voto que le hizo al Señor. Buscando obtener la victoria sobre los hijos de Amón, contra los cuales estaba luchando, se comprometió a ofrecer en sacrificio al Señor lo primero que le saliera a su encuentro al regresar a casa. El versículo de hoy relata el dramático momento del regreso, con su terrible desenlace para el juez.
Sin perder de vista lo necio que puede ser entrar en este tipo de acuerdos con Dios, debemos rescatar del ejemplo de Jefté un elemento importante: que era un hombre fiel a su palabra. No podemos leer su historia sin pensar en el salmista, que preguntaba: «Jehová, ¿quién habitará en tu Tabernáculo?, ¿quién morará en tu monte santo?» Entre las cualidades que incluye en su respuesta, se encuentra aquella persona que, «aun jurando en perjuicio propio, no por eso cambia» (Sal 15.1, 4). ¡Cuán deseable que es esta cualidad en la vida de un líder!
Muchas veces, en el apuro y las corridas del ministerio, nos comprometemos con alguna actividad que luego trae inconvenientes a nuestra vida. En otras ocasiones, nos traiciona el deseo de agradar a los demás y damos nuestra palabra con respecto a algo. Sin embargo, cuando llega el momento de cumplir lo que hemos prometido, nos damos cuenta de que nos hemos metido en «camisa de once varas».
Es importante que las personas a quienes estamos ministrando vean que somos íntegros en el cumplimiento de nuestra palabra. Esto significa que, aun cuando nos hemos comprometido con una situación que nos perjudica, no damos marcha atrás. El esfuerzo que hacemos por guardar el compromiso asumido dejará una importante lección acerca del peso que le damos a nuestras palabras, además de demostrar que valoramos profundamente a las personas con las cuales nos comprometemos.
Para pensar:
La solución a este tipo de inconvenientes no es desistir de lo que hemos pactado, sino pensar con más cuidado antes de dar nuestra palabra. Muchas veces quedamos presos de nuestra propia prisa. Antes de asumir un compromiso, tome un tiempo para pensar si realmente es algo que puede hacer. Pídale a la persona que le dé un tiempo para orar antes de tomar la decisión. Esto no solamente le evitará asumir compromisos que luego lamentará, sino que además le dará la valiosa oportunidad de acostumbrarse a no tomar decisiones solo. ¡Cada uno de nuestros pasos deberían ser tomados con la aprobación de nuestro Padre Celestial!
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios
Muy cierto : “Cada uno de nuestros pasos deberían darse con la aprobación de nuestro Padre Celestial”
Ayúdanos Señor a dar pasos firmes y seguros, a no desviarnos de tu camino, y no comprometernos con situaciones a las que no nos estás mandando. Amén ! ??