Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros. (2 Timoteo 1.14)
Esta exhortación del apóstol Pablo a Timoteo ya la había realizado en su primera carta. Al término de una extensa epístola repleta de instrucciones referidas a la vida y el ministerio de su joven discípulo, se despide con estas palabras de advertencia: «Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado» (1 Ti 6.20). Resulta provechoso para nosotros reflexionar sobre el problema que buscaba evitar el apóstol con este pedido.
Es una ley tan real como la que gobierna la gravedad, que el paso del tiempo expone todo lo que existe a un inevitable proceso de deterioro. Podríamos especular acerca de las razones por las cuales esto es así, aunque no nos ayudaría a resolver el problema. Seguramente estar insertados en un mundo caído que está bajo juicio tiene una directa relación con este proceso. El hecho es que el paso del tiempo trae desgaste. Nuestro cuerpo va perdiendo su movilidad y agilidad. La casa en que vivimos muestra las indudables señales del paso del tiempo. Sus paredes se descascaran. El techo comienza a gotear. Los caños de agua se van obstruyendo. Del mismo modo ocurre con cualquiera de las otras cosas que son parte de nuestro entorno cotidiano: el televisor, la radio, el carro o la computadora.
El mundo espiritual no está exento de este proceso. Note, por ejemplo, el deterioro que señala el profeta Isaías en este pasaje: «¿Cómo te has convertido en ramera, tú, la ciudad fiel? Llena estuvo de justicia, en ella habitó la equidad, ¡pero ahora la habitan los homicidas! Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua» (Is 1.21–22). Lo que en algún momento fue glorioso puede, con el pasar del tiempo, convertirse en algo triste y sin vida. No hace falta más que observar el edificio de cualquier iglesia o institución con más de cien años de existencia. En otro tiempo estaba lleno de una vida vibrante y contagiosa. Hoy, es una reliquia en la cual quedan apenas unos tenaces sobrevivientes.
Evidentemente Pablo estaba preocupado por el efecto de este proceso en la vida de Timoteo. Al animarle a «guardar» lo que tenía, estaba señalando que eso mismo podía echarse a perder. No mantendría siempre el mismo estado vigoroso y pujante que tenía en el presente. De no cuidarlo, lentamente iría perdiendo su fuerza y se convertiría en algo insignificante.
El principio espiritual al cual apunta esta exhortación es que la gloria de ayer no da vida para el presente. No importa cuán extraordinarios hayan sido las vivencias del pasado, el único camino que mantiene intacta la manifestación de la vida es estar relacionado con la fuente misma. Para «guardar» lo que hemos recibido, necesitamos cada día renovar nuestra relación y compromiso con el Señor. Y mucho más quienes estamos sirviendo como pastores y obreros, porque el desgaste del «buen depósito» que hemos recibido es intenso. ¿Será esta la razón por la cual Cristo, en los días de su carne, procuraba apartarse a lugares solitarios para estar con el Padre?
Para pensar:
¿Cuáles son las señales de desgaste en su propia vida? ¿Qué actividades necesita realizar para renovarse? ¿Cómo puede evitar el avance del deterioro?
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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