Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. (Mateo 28.19)
En los devocionales de estos días hemos estado reflexionando sobre las implicaciones de la Gran Comisión, el último encargo de Jesús a sus discípulos. Hemos analizado la importancia de caminar en la autoridad de Cristo, asumiendo el compromiso de hacer discípulos donde las circunstancias de la vida nos llevan. También hemos meditado en la importancia del esfuerzo que involucra el proceso de formar a otros para que sean discípulos del Señor.
Como parte de las instrucciones acerca de la forma en que debe llevarse adelante este proceso, Cristo les indica a los apóstoles que deben bautizar a los discípulos. Para nosotros, no siempre resulta claro por qué el bautismo es una parte importante en la formación de un discípulo. En nuestras congregaciones el bautismo muchas veces no es mucho más que una ceremonia religiosa. Mas el bautismo, en tiempos del Nuevo Testamento, indicaba una radical conversión e identificación con el mensaje del reino.
Una clara expresión de este importante paso la encontramos en el ministerio de Juan el Bautista, al observar la conversión de las multitudes que acudían para escuchar sus predicaciones. Lucas nos dice que Juan «fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados» (3.3). Si leemos el mensaje que predicaba este profeta podremos darnos cuenta de cuán íntimamente estaba ligada la experiencia del bautismo al arrepentimiento. Juan exhortaba, en términos prácticos y personales, a cada uno de los que se acercaban, a que escogieran vivir de una manera diferente a lo que hacían hasta ese momento. No se les presentaba con una lista de requisitos, sino que llevaba la aplicación de este cambio al ámbito personal de cada uno. Las exhortaciones a los fariseos eran diferentes a las hechas a los soldados, y las de los soldados no eran parecidas a las de los publicanos. Se estaba llamando a un cambio personal.
Es en este cambio que encontramos la esencia del significado del bautismo. En un acto físico de inmersión en el agua, estamos señalando nuestra decisión de hacernos uno con Cristo para morir a la vieja manera de vivir. El agua, que efectúa una limpieza de todo lo sucio sobre nuestros cuerpos, abre camino a una limpieza espiritual por la cual nuestra vieja vida es sepultada y nacemos a una nueva existencia. El apóstol Pablo explica su significado en Romanos 6.3–4: «¿No sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?, porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva».
Para pensar:
Esta identificación radical con Cristo es la base fundamental sobre la cual se construye una nueva vida. En ella le damos la espalda a nuestra antigua manera de vivir. No nos comprometemos a enmendar la vieja vida, sino a desecharla, para andar por un nuevo camino. Lo antiguo queda descartado y comienza para nosotros el proyecto de Dios.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios