Tú dices: Yo soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad. Pero no sabes que eres desventurado, miserable, pobre, ciego y estás desnudo. (Apocalipsis 3.17)
En muchas ocasiones, estudiando este pasaje con mis alumnos, les he preguntado cuál creen ellos que era el problema en la iglesia de Laodicea. He recibido una diversidad de respuestas que intentan explicar dónde estaba el error de esta congregación. Algunos piensan que la iglesia sufría de una falta de compromiso. Otros opinan que su problema principal era el orgullo. Aun otros más son de la idea de que la congregación era muy individualista.
Todas estas condiciones pueden ofrecer una posible explicación a la fuerte condena que recibió de parte del Señor. Seguramente muchos otros problemas espirituales eran parte de la realidad de esta congregación. Ninguno de estos, sin embargo, son la cuestión fundamental que afectaba a la congregación. La clave está en el versículo sobre el cual hoy reflexionamos, y se encuentra en la frase «no sabes».
La verdad es que muchos elementos pueden condicionar nuestro crecimiento espiritual. Cuales quiera que sean, no obstante, el verdadero obstáculo para nosotros se encuentra en no poderlos discernir. ¿Cómo se puede tratar una enfermedad si uno no está enterado de su existencia? ¿Cómo se puede remediar un problema si uno no tiene conciencia de que ha surgido? La verdadera dimensión de la dificultad que enfrentaba la iglesia de Laodicea estaba en el desconocimiento de que existía una situación que necesitaba ser remediada.
Esta pequeña pero importantísima diferencia es crucial para nosotros. El problema es que ningún ser humano está en condiciones para realizar un diagnóstico acertado de su propia condición espiritual. «¿Quién puede decir: Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado?», pregunta el autor de Proverbios (20.9). La respuesta está implícita en la misma pregunta: Nadie puede afirmar que ha limpiado su propio corazón. Esta es tarea para el Espíritu de Dios, quien escudriña y examina todas las cosas a la luz de los principios eternos de la verdad. Antes de que podamos tratar un problema en nuestras vidas, entonces, ¡es necesario que nos enteremos de la existencia de ese problema!
Como líder, es importante que usted se tome tiempo regularmente para que el Señor pueda examinar su vida y su ministerio. Solamente el veredicto de Dios acerca de su verdadera condición espiritual importa. Para eso, es necesario que usted venga ante su presencia despojándose de todo preconcepto, para hacer silencio y permitir que él le diga qué es lo que discierne. No solamente tiene que estar dispuesto a callar, sino también a que él le sorprenda con lo que revela. Note la dramática diferencia entre la evaluación de la iglesia de Laodicea y la de Cristo. Ellos decían que eran ricos. ¡Cristo decía que eran pobres, ciegos y que estaban desnudos! Es posible que esta misma diferencia abrumadora exista en nuestras propias vidas. Solamente él podrá revelarlo.
Para pensar:
¿Qué herramientas usa para evaluar su propia condición espiritual? ¿Cómo sabe que estas herramientas son eficaces para esta tarea? ¿Qué lugar tiene el Espíritu de Dios en este proceso?
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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