Impartiendo dignidad

Y el Señor dijo a Moisés: Toma a Josué, hijo de Nun, hombre en quien está el Espíritu, y pon tu mano sobre él; y haz que se ponga delante del sacerdote Eleazar, y delante de toda la congregación, e impártele autoridad a la vista de ellos. Y pondrás sobre él parte de tu dignidad a fin de que le obedezca toda la congregación de los hijos de Israel. Números 27.18–20 (LBLA)

¿Cuándo es el tiempo en el que un líder debe hacerse a un lado para dejar lugar a los más jóvenes? Todos hemos conocido situaciones donde un líder ya no tiene la vitalidad ni el empuje que tenía cuando era joven y, a pesar de esto, sigue insistiendo en ser el que lleva adelante el ministerio, de la misma manera que lo hizo en años pasados. Esto produce un estado de verdadera frustración en la generación que debería haber recibido de sus manos la antorcha.

En el pasaje de hoy encontramos una escena muy similar a aquella en la que David, siendo joven, obtuvo una gran victoria contra el gigante de Gat. En aquella ocasión, David no era más que un muchacho y el Señor le concedió una hazaña que quedó registrada para siempre en los anales del pueblo de Dios. A esa victoria inicial David había sumado una larga lista de extraordinarias demostraciones de valentía y coraje en el campo de batalla.

Ahora, sin embargo, David ya no era el mismo hombre. La valentía que lo había caracterizado toda la vida aún seguía siendo una cualidad sobresaliente de su persona, pero carecía de la destreza y la fuerza que había poseído en otros tiempos. El resultado fue que este segundo gigante casi extingue la vida al rey de Israel. Uno de los hombres buenos y valientes que rodeaba a David se interpuso y logró evitar lo que hubiera sido una verdadera tragedia para el pueblo.

Ni bien había pasado el mal momento, los hombres de David le exhortaron a no salir más a la batalla a fin de preservar su vida. Era un momento de transición para el gran rey de Israel; un momento que lo retaba a hacer los ajustes necesarios en su vida, para ser consecuente con las crecientes debilidades que lo acompañaban.

Bien pudo haberse ofendido David frente a la sugerencia de sus hombres. El momento se prestaba para que luchara por retener aquello que se desvanecía lentamente con el pasar de los años. Pero la grandeza de espíritu que siempre caracterizó su vida no lo traicionó en este momento. Aceptó sus limitaciones y tuvo la humildad de escuchar a sus hombres. Nunca más salió a la batalla. Había llegado la hora en que hombres más jóvenes asumieran la responsabilidad de velar por la seguridad de Israel.

Para pensar:

¡Qué bueno sería prepararse desde la juventud para este momento! ¿Se anima a hacer suya esta oración? «Señor, permíteme envejecer con gracia. Guárdame de aferrarme a un puesto. Dame un espíritu generoso para que pueda ceder con gozo el lugar a los que vienen detrás de mí. ¡Líbrame de la amargura en los años de mi vejez! Amén».



Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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