Entonces él les dijo: ¡Insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.( Lucas 24.25–27)
Los discípulos que caminaban hacia Emaús estaban completamente confundidos por los eventos de los últimos días. Durante el tiempo compartido con el Mesías habían descubierto asombrosas cualidades en su persona. Se imaginaban un apasionante e increíble futuro a la par de Jesús. Mas ahora, todo quedaba en la ruina. De un plumazo Cristo había sido quitado de sus vidas y colgado de un madero mientras sus seguidores se dispersaban, llenos de pánico.
La depresión y el desánimo instalado en el corazón de estos dos que van por el camino se debe, en parte, a que no logran quitar los ojos de la calamidad que les ha acontecido. No logran retroceder en el tiempo para rescatar, de entre las muchas enseñanzas de Jesús, las palabras que él les había dado con respecto a este preciso evento. La única realidad que ellos conocen es este presente de aguda angustia. Por estar detenidos en él no encuentran los elementos para reconstruir su realidad ni para hacerle frente al futuro.
Cristo llegó hasta ellos en forma anónima y, nos dice el texto de hoy, «comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían». Es decir, el Mesías los elevó por encima de lo inmediato y consiguió darles una perspectiva más real de los acontecimientos, insertándolos en el desarrollo de la historia según la visión del que determina los caminos del hombre, Dios mismo.
¡Qué importante es poseer la capacidad de salir de lo inmediato, para contemplar nuestra realidad dentro del marco del accionar de Dios a lo largo de los siglos! Todos nosotros tenemos la tendencia a creer que la vida comienza y termina con nosotros, que el ministerio en el cual servimos nació por iniciativa nuestra y que todo gira en torno de nuestra existencia. Con esta perspectiva sumamente pequeña de las cosas, nuestras inversiones tienden a ser temporales y nuestro compromiso pasajero. Es importante, sin embargo, que veamos nuestra existencia dentro de la historia de un pueblo que ha caminado con el Señor desde antaño. No existimos en un vacío, sino que nuestras vidas son parte de la marcha de una nación santa, apartada para servir en los propósitos de Dios.
Cuando entendemos que lo nuestro es una parte muy pequeña de algo mucho más grande que nosotros, nuestro sentido de importancia disminuye notablemente. No somos indispensables para nada, ni lo que estamos haciendo resulta tan fundamental como creemos. Se nos ha concedido la gracia de participar en los proyectos eternos del Señor, pero mucho antes de que nosotros llegáramos él estaba moviéndose, y mucho después de que hayamos desaparecido, él seguirá moviéndose. Lo nuestro solamente tiene sentido cuando se lo contempla dentro de las pinceladas del Dios eterno a quien servimos.
Para pensar:
«Si miramos a nuestro alrededor, un momento puede parecer mucho tiempo. Pero si levantamos nuestro corazón al cielo, mil años pueden parecer apenas un instante». Juan Calvino.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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