El curso de HISTORIA DE LOS AVIVAMIENTOS que estamos estudiando en el Instituto Bíblico Rhema está siendo de gran bendición para mi vida, y espero que también para cada uno de los participantes. Las clases, el material, los videos y compartir las conclusiones está significando una renovación espiritual y despierta un anhelo por buscar más del Espíritu Santo, avivando el fuego de Dios en nosotros.
Una de las cosas que más me han bendecido fue estudiar la vida y obra de grandes hombres y mujeres de Dios, que fueron protagonistas de esos Avivamientos. Muchos de ellos encendieron la llama, y otros fueron catalizadores que la esparcieron para afectar a multitudes con el Mensaje del Evangelio y el poder del Espíritu Santo.
De todas las biografías que estuve leyendo, una de las que más me impactó fue la de Juan Wesley. Por eso quise compartir aquí un material adicional que conseguí, bien completo, sobre su vida y cómo Dios lo usó para encender la llama del Avivamiento Metodista en el siglo XVIII.
Los invito a invertir unos minutos para ver el siguiente video, y leer el resumen de su biografía. Espero que todo esto los bendiga tanto como a mí. ¡Les mando un fuerte abrazo!
John y Charles Wesley nacieron el 17 de junio de 1703 y el 18 de diciembre de 1707 respectivamente, en Epworth, Inglaterra, eran el decimoquinto y el decimoctavo de diecinueve hijos, de los cuales solo diez alcanzaron la edad adulta. John y Charles eran descendientes de una larga línea de ministros. Sus padres, el reverendo Samuel y Susanna Wesley, los criaron con la esperanza de que algún día se convirtieran en líderes de la iglesia anglicana. Samuel y Susanna eran producto de los disidentes, pero por un salario, una casa, y para proporcionar un ministro a la región, Samuel había hecho las paces con los anglicanos y fue ordenado por ellos. Sin embargo, debido a sus antecedentes disidentes puritanos, la casa de los Wesley se regía por principios morales estrictos, que se ejercían a diario mediante una disciplina rigurosa en los modales, el estudio y la oración. Samuel Wesley, quien durante treinta y cinco años fue pastor de la pequeña parroquia de Epworth, trabajaba muchas horas supervisando las necesidades espirituales de varios pueblos vecinos. Cuando podía, se dedicaba rigurosamente al estudio, a menudo encerrado en su oficina, elaborando sermones, escribiendo poesía o componiendo himnos. Se unía a la familia solo para las comidas, que se compartían siempre en silencio. Susanna, por su parte, utilizó al máximo cada oportunidad para educar y formar a su familia en una gran variedad de materias y disciplinas personales. Bajo su tutela, los niños Wesley estudiaron historia, literatura, lenguas clásicas, música y, sobre todo, Las Escrituras. Memorizaban salmos, proverbios y largos pasajes del Nuevo Testamento. Cada momento, desde el amanecer hasta el anochecer, estaba organizado, y comenzaba y terminaba con oración y la lectura de la Biblia. Si bien este enfoque puede parecer duro para muchos hoy en día, es fácil ver cómo esta educación hizo que John fuera el creador de las rutinas, las disciplinas y la búsqueda sistemática de Dios que caracterizaron al metodismo. La formación que les brindó Susanna creó en John la estabilidad y la resolución que lo hicieron diligente en su religión y lo suficientemente humilde como para estar siempre abierto a la verdad. Los hábitos de estudio tranquilo, el estricto manejo del tiempo y la austeridad respecto de todas las cosas continuaron en John y Charles por el resto de sus vidas. Cada niño que creció hasta la edad adulta abandonó el hogar de los Wesley con una mente entrenada, un corazón puro y una sincera pasión por el Señor.
Cuando estaba presente, Samuel gobernaba su casa con mano dura y mal carácter. Susanna, sin embargo, se mantuvo firme en su obediente respeto hacia él. Nunca flaqueó en su fe, aun cuando el dolor se añadía a la dificultad y al hecho de que nueve de sus diecinueve niños murieran en la infancia. Ciertamente, la fuerza de ese testimonio dejó una profunda impresión en John y en Charles, así que cuando más tarde en la vida enfrentaron desalentadoras oposiciones lo hicieron con un aplomo, una gracia y una fe estimulantes. Mientras que la reputación de Susanna como mujer disciplinada y devota crecía, su marido se hacía cada vez más conocido por sus fuertes opiniones y obstinación. Cualquiera que fuere la razón, su popularidad entre la ciudadanía local disminuía continuamente hasta que ocurrió el desastre en la noche del 9 de febrero de 1709.
Mientras la familia Wesley dormía, la casa pastoral de Epworth se prendió fuego de manera misteriosa entre las once y las doce de la noche. No tuvieron tiempo para sacar la ropa ni las posesiones. Mientras bajaban las escaleras, solo una delgada pared impedía que las llamas cortaran la vía de escape. Susanna, que estaba próxima a dar a luz al último niño, sufrió algunas quemaduras en las piernas y en el rostro mientras luchaba contra las llamas para asegurarse de que todos sus hijos hubiesen escapado. Una vez afuera, estaban todos a salvo menos uno, John, de 5 años y medio de edad. Su madre lo buscaba desesperadamente afuera. Samuel hizo dos intentos de reingresar a la casa poniéndose los pantalones sobre la cabeza como escudo, pero el fuego era muy grande como para que pudiera ingresar otra vez a la casa. Al fracasar en el intento, reunió a la familia a su alrededor en el jardín para orar y encomendar a John a Dios. Al principio, nadie se dio cuenta de que el joven John agitaba los brazos desde la ventana del segundo piso y gritaba pidiendo ayuda. Pero cuando las llamas empezaron a llegar al nivel superior de la casa, llamó la atención de un vecino, quien rápidamente se subió a los hombros de otro hombre y sacó a John a lugar seguro, solo momentos antes de que el resto del techo se derrumbara. En cuestión de unos pocos minutos más, toda la casa pastoral había quedado reducida a cenizas. Cuando Juan fue llevado a su padre, el pastor exclamó: “¡Vengan, vecinos! ¡Arrodillémonos y demos gracias a Dios! Él me ha dado a mis ocho hijos; dejen que la casa desaparezca. Soy lo suficientemente rico“. Después, Samuel dijo su famosa frase: “¿No es este [John] un tizón arrebatado del incendio?“. A partir de ese momento, Susanna se convenció de que John tenía un llamado especial de Dios para su vida.
Ya como adulto, no revestía importancia el hecho de que John fuera un hombre pequeño: solo medía 1,66 m de estatura y pesaba aproximadamente 59 kilos. Sin embargo, su diminuto tamaño nunca fue un estorbo para él. Eso demuestra que la estatura física de una persona tiene poca importancia en comparación con lo “grande” que puede ser espiritualmente. John Wesley fue, sin duda, un gigante en la fe.
Es importante entender que la doctrina con la que John y Charles crecieron fue la de la predestinación, con la fuerte influencia del reformador francés Juan Calvino. De acuerdo con los principios del calvinismo, la gente no tenía ningún papel en su propia salvación, sino que esta estaba predeterminada o “predestinada” por Dios. Por lo tanto, ir a la iglesia se convirtió en una búsqueda para responder a la pregunta “¿Soy salvo?”, más que a “¿Cómo puedo ser salvo?” A lo largo de sus primeros años, aunque sus corazones buscaban a Dios con sinceridad,. John recién comenzaría a preguntarse por este hecho una vez que hubiera sido ordenado y se dirigiera a su primer campo misionero.
A pesar de esta falta de seguridad interna, John fue ordenado diácono al graduarse y predicó su primer sermón en el pequeño pueblo de South Lye, cerca de la ciudad de Witney. En la primavera de 1726, para orgullo y alegría de su padre, John fue elegido miembro del Lincoln College, una prestigiosa posición como residente en Oxford. Ocho meses más tarde, fue nombrado profesor de griego y moderador de las clases.
La lucha constante entre las obras exteriores frente a la santidad interior continuó con furia en el alma de John. Él quería vivir el resto de su vida con todo lo que la Iglesia prescribía como necesario para tener una vida devota, pero una y otra vez tenía crisis de fe, en sus creencias, que lo llevaron a dudar de la seguridad de su propia salvación; una crisis de convicción que sentía cada vez que se enfrentaba a la muerte.
Fue durante esa época, en 1729, cuando Charles comenzó a reunirse con varios estudiantes que pensaban de forma similar, para estudiar y guardar juntos una serie de disciplinas diarias. John aceptó la invitación y se unió a ellos, y pronto comenzó a servirlos como su líder y consejero. En tono burlón, los otros estudiantes llamaban al grupo “polillas bíblicas”, “fanáticos bíblicos”, “sacramenteros”, “metodistas”, “club santo” o “entusiastas”, pero en los años siguientes, el grupo mostró ser una fuerza beneficiosa en la comunidad, pues los miembros comenzaron a visitar a los prisioneros y a ministrar a los huérfanos y los desamparados. El nombre de “grupo santo” pegó y pronto creció a unos veinticinco miembros.
En febrero de 1733 ciento veinte inmigrantes establecieron un asentamiento en Georgia, que se convertiría en Savannah. John, Charles y otros dos miembros del Club Santo, Benjamin Ingham y Charles Delamotte, zarparon con trescientos pasajeros a bordo del Simmonds el 21 de octubre de 1735; rumbo a Savannah. Entre los pasajeros, se encontraba un grupo grande de alemanes moravos, el quinto grupo que fue a Georgia, quienes rápidamente se hicieron conocidos por su piedad y actitud para la oración. Los Wesley y sus dos amigos asistían a las reuniones de los moravos todas las noches, y John estudiaba alemán a fin de poder comunicarse con ellos. Ellos observaban cómo adoraban los moravos con genuina emoción y cómo realizaban oraciones espontáneas y sentidas. Los moravos practicaban el compañerismo grupal compasivo, el estudio bíblico, el canto de himnos y una confianza tranquila y personal en Dios en cuanto la salvación, que causó una impresión en los cuatro miembros del “club”. El viaje resultó una sucesión de tormentas. Enfrentados a la muerte a manos de esas tempestades, John se sorprendió al ver que no se sentía preparado para morir, pero pensaba que estaba en paz con Dios. Incluso se preguntó a sí mismo: “¿Cómo es que no tienes fe?”. Sin embargo, los moravos actuaron en claro contraste con esto. Sin importar la dureza de la tormenta, no mostraban temor; tampoco habían mostrado orgullo ni ira ni falta de perdón durante el viaje. De hecho, en medio de una tormenta, estaban en un servicio y cantando un salmo cuando una ola se estrelló sobre el barco, rasgó la vela mayor en pedazos e inundó la cubierta y los niveles inferiores con tal fuerza que muchos pensaron que el barco iba a ser tragado por el océano. Sin embargo, los alemanes cantaban como si no se hubieran dado cuenta, a pesar de la multitud de pasajeros ingleses que entraban en pánico y gritaban de miedo. John nunca había conocido a una persona, mucho menos a un grupo completo de hombres, mujeres y niños que no tuvieran temor de morir. John decidió tratar de imitar el ejemplo de que temer a Dios significaba no temer a nada más en esta vida. Al mismo tiempo, sin embargo, se daba cuenta de que esas personas tenían algo de Dios que a él le faltaba, y era algo que quería con desesperación. Sin embargo, al ser un hombre con un llamado y un título, era todavía demasiado orgulloso como para buscarlo. Esa búsqueda tuvo que esperar hasta que sus esfuerzos en Georgia demostraron varias veces ser un fracaso y hasta que, finalmente, regresara a Inglaterra, con más hambre y más deseos por Dios que nunca.
Deseoso por comenzar su trabajo, John consultó a un pastor moravo, Augustus Spangenberg, en busca de consejo. Durante la conversación, Spangenberg le dijo explícitamente: “Hermano mío, primero tengo que hacerle una o dos preguntas. ¿Tiene usted el testimonio dentro de sí? ¿El Espíritu Santo da testimonio con su espíritu de que usted es un hijo de Dios?” John estaba tan sorprendido por las preguntas que no sabía qué contestar, así que Spangenberg reformuló la pregunta: “¿Conoce a Jesucristo?” John hizo una pausa nuevamente y después respondió: “Sé que Él es el Salvador del mundo” “Eso es cierto -respondió Spangenberg-, pero ¿sabe que Él lo ha salvado?” Wesley respondió: “Espero que Él haya muerto para salvarme” Decidido, Spangenberg reformuló la pregunta: “¿Lo sabe usted mismo?” John dudó de nuevo antes de responder “Sí, lo sé“, con tanta confianza como pudo, pero sintió que esas palabras eran vacías. A través de esta conversación, John se enfrentó otra vez al hecho de que los moravos tenían algo de Dios que él no tenía, pero todavía era demasiado orgulloso para admitirlo y para humillarse ante Dios lo suficiente como para recibirlo. Sin embargo, John se convirtió en un fiel amigo de Spangenberg y de otros moravos, y pasó mucho tiempo con ellos en Savannah, tratando de aprender de ellos tanto como pudiera.
Después de ver sucesivos fracasos en la obra, John decidió regresar a Inglaterra y zarpó a bordo del Samuel hacia su tierra natal el 22 de diciembre de 1737. Estaba desanimado y parecía lo suficientemente humilde como para buscar qué era aquello que los moravos habían encontrado que él todavía no tenía. Al reflexionar sobre su estadía en Georgia y lamentando su propio estado espiritual, escribió lo siguiente en su diario el martes 24 de febrero de 1738: “Fui a Estados Unidos a convertir nativos, pero ¡vaya!, ¿quién me convertirá a mí? ¿Quién me librará de este malvado corazón? Tengo una religión de buen verano. Puedo hablar bien, mejor dicho, creer yo mismo, mientras no haya peligro cerca, pero deja que la muerte me mire a la cara y mi espíritu se perturba. Tampoco puedo decir: “¡La muerte es ganancia!’‘.
Hasta ese punto, la vida de John había estado plagada de una falta de convicción clara acerca de la naturaleza de su verdadero llamado de parte de Dios. Aunque hacer el bien nunca merece condenación, a veces puede ser un obstáculo que nos impide hacer lo que es mejor. John ansiaba obtener aprobación, como todos nosotros, pero con mucha frecuencia permitió que eso obstaculizara el camino a encontrar su verdadero propósito. Él había rechazado la solicitud de su padre de liderar la parroquia de Epworth, pero a medida que su padre se acercaba a la muerte, había cedido y se presentó, solo para ser rechazado. Había viajado a Georgia para ministrar a los nativos, pero se había atareado con cualquier otra cosa que fuera posible una vez que estuvo allí. Fue nombrado ministro de Savannah sin su consentimiento; había aceptado el nombramiento para agradar a la comunidad local en vez de rechazarlo y hacer lo que sentía. La fe de los moravos tironeaba de su espíritu, pero él no estaba deseoso de arriesgar su posición o su propia seguridad para responder a ese llamado. John mostraba todos los signos de ser un hombre que tenía la apariencia de santidad, pero nada del poder que venía con ello. Afortunadamente, sin embargo, esto iba a cambiar pronto.
John Wesley conoció a Peter Bohler que había sido ordenado recientemente por el conde Zinzendorf, y comenzó a dialogar con él en alemán, Las discusiones de Bohler con John volvieron a mostrarle la posibilidad de tener una mayor relación con Dios de lo que él había experimentado hasta ese momento, pero en su mente todavía luchaba con las creencias de los moravos, muchas de las cuales entraban en conflicto con la suya propia. John estaba decidido a encontrar la santidad a través de la devoción, la determinación y la disciplina, mientras que Bohler enfatizaba que la salvación se alcanzaba solo por la fe en Jesucristo y que iría acompañada de amor, paz y gozo en el Espíritu Santo. John no llegaba a comprender cómo esa creencia podía ser posible, pero tampoco podía dejar de pensar en ello. Estaba tan perplejo que se preguntó si no sería mejor para él dejar de predicar hasta encontrar esa fe en lugar de continuar con lo que él sentía que era hipocresía. Cuando le preguntó a Bohler si debía dejar de predicar, Bohler le respondió: “De ninguna manera” “Pero ¿qué puedo predicar?“, preguntó Wesley. El moravo le respondió: “Predica sobre la fe hasta que la tengas, y entonces, porque la tienes, predicarás sobre la fe“. Bohler viajó con Wesley de regreso a Oxford, donde Charles le enseñó inglés. Pasaba cada vez más tiempo en compañía de los hermanos, alentándolos en el desarrollo de la Sociedad Metodista.
Los hermanos Wesley se sentían perturbados ante la persistente convicción de Bohler de que la gracia se obtenía por fe solamente y de que la salvación seguía inmediatamente al reconocimiento de esa fe en lugar de ser algo por lo que se tenía que trabajar en el tiempo. “¿Me robará mis esfuerzos? No tengo nada más en que confiar“, escribió Charles. John decidió acudir a La Biblia en busca de respuestas, y se sorprendió por lo que encontró, sobre todo en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Casi toda proclama de salvación que había era, de hecho, instantánea, y la que más tiempo tomó fue la del apóstol Pablo, que llevó solo tres días. John tenía 35 años de edad en ese momento, y nunca antes había visto esto en Las Escrituras. Se preguntó si tal vez algo dentro de él había cambiado: “Pero me sacó de este retiro la evidencia de varios testigos vivientes que testificaron que Dios había obrado en ellos mismos, dándoles en un momento tal fe en la sangre de su Hijo, trasladándolos de las tinieblas a la luz, sin pecado y sin temor hacia la santidad y la felicidad. Aquí terminó la controversia. Podía ahora no solo gritar: “¡Señor, ayuda mi incredulidad!”.
Una sorpresiva carta llegó de parte de Charles, en la que informaba que había hecho las paces con Dios. Enfermo por segunda vez de pleuritis, que había amenazado su vida con anterioridad, fue a la casa de un hombre llamado Bray, un “pobre mecánico ignorante […] que no sabía nada, excepto de Cristo“. Durante su estancia allí, el 21 de mayo de 1738, Charles encontró la fe y la seguridad de su salvación sobre la que Bohler les había enseñado a él y a su hermano. En esa misma hora, sus fuerzas volvieron a él y se levantó sano. John estaba contento por su hermano a causa de su renovada salud espiritual y física, pero no pudo evitar sentirse mucho menos digno de la salvación de lo que se había sentido antes. Expresó de esta manera su sentimiento de inutilidad: “Siento que estoy vendido como esclavo al pecado. Yo sé que me merezco nada más que la ira, pues estoy lleno de abominaciones. Todos mis trabajos, mi justicia, mi oración necesitan una expiación para sí mismas. No tengo nada que alegar. Dios es santo; yo soy impío. Dios es fuego consumidor; yo soy pecador, listo para ser consumido. Sin embargo, oigo una voz: “Cree, y serás salvo. El que cree ha pasado de muerte a vida” ¡Oh, que nadie nos engañe con palabras vanas como si ya hubiéramos alcanzado esta fe! […] Salvador de los hombres, sálvanos de confiar en cualquier cosa que no seas tú! ¡Atráenos a ti! Permite que nos vaciemos de nosotros mismos y luego llénanos de todo gozo y paz al creer, y que nada nos separe de tu amor ni ahora ni en la eternidad.”
En la tarde del miércoles del 24 de mayo de 1738, ocurrió el milagro:
“En la noche fui sin demasiadas ganas a una sociedad de la calle Aldersgate, en la que alguien leía el prefacio de Lutero a la epístola a los Romanos. A eso de las nueve menos cuarto, mientras él describía el cambio que Dios obra en el corazón por medio de la fe en Cristo, sentí que mi corazón estaba extrañamente cálido. Sentí que confiaba en Cristo, y en Cristo solo, para salvación; y recibí la seguridad de que Él se había llevado mis pecados, incluso los míos, y que me había salvado de la ley del pecado y de la muerte. […] Entonces, les testifiqué abiertamente a todos los que estaban allí lo que había sentido en mi corazón.“
Los moravos les habían dado a los hermanos Wesley la llave que ellos necesitaban para transformar su nación: el nuevo nacimiento. Inglaterra quedó atrapada en las garras de la creencia calvinista de que nadie podía saber quién estaba predestinado a ser salvo, así como también a la enseñanza de la iglesia anglicana, que afirmaba que los sacramentos eran la tarea necesaria de cualquiera que esperara estar predestinado para la salvación. El renacimiento metodista transformaría a Inglaterra, pues enseñaba que no solo se podía saber que se era salvo, sino también que se podía recibir esa salvación de forma inmediata y tener paz en el corazón a partir de entonces. Después, cuando se añadieron a esto los “métodos” de John de la búsqueda de la santidad -que incluía “sociedades unidas” para que los creyentes se reunieran regularmente, centrándose en la oración, el ayuno y el estudio de Las Escrituras- el avivamiento tenía ahora no solo un marco, sino también la chispa del Espíritu Santo y el poder de Dios para la transformación.
Esa fue una época trascendental para John y Charles, quienes de repente se sintieron desafiados a renunciar a la estricta adhesión a su piedad ascética por una singular pasión de ver a los perdidos salvos por la fe personal en Cristo. Charles se dedicó a escribir himnos que proclaman la bondad y la gracia de Dios. John comenzó de inmediato a predicar las “buenas nuevas”.
El día de Año Nuevo de 1739, Whitefield, que hacía poco había vuelto de su ministerio en Georgia, reunió a los hermanos Wesley y a otras personas para una reunión. Cuando llegó la medianoche, oraron y adoraron. Esto continuó hasta la mañana, pues fervorosamente buscaron la voluntad y la dirección de Dios. Entonces, como a eso de las tres de la tarde, el poder de Dios se movió de una forma inusual. Todos los presentes se postraron, clamando y llorando con gozo. Después, “estallaron con una sola voz: ‘Te alabamos, Dios: reconocemos que eres el Señor”‘. Una renovada compasión los envolvió a medida que el amor y la misericordia que sintieron por el perdido los hacía volver a entregar su vida por la causa del Evangelio. Whitefield reconoció el poder que se manifestó en esa ocasión al decir: “Era una temporada de Pentecostés, sin ningún lugar a dudas. Algunas veces, toda la noche se pasaba en oración. A menudo, hemos sido llenados como con vino nuevo, y con frecuencia los he visto abrumados con la divina presencia y clamar: “¿Habitará Dios realmente con los hombres sobre la Tierra? ¡Cuán terrible es este lugar!¡Esta no es otra que la casa de Dios y la puerta del cielo!“
Lo que el Espíritu Santo les impartió en aquel tiempo llevaría a los presentes -en especial a John, Charles y George- a niveles de ministerio completamente nuevos. Sería el año en que comenzaría el gran avivamiento metodista.
De ahí en adelante, y debido al énfasis en el trabajo y el ministerio del Espíritu Santo, Whitefield, los hermanos Wesley y sus seguidores fueron conocidos como los “entusiastas” Sus reuniones tenían la reputación de ser emocionales e impredecibles. Se hizo circular ampliamente un panfleto impreso que explicaba la interpretación griega de “entusiasta” como “poseído por un espíritu divino” Creyendo que los “entusiastas” habían caído presa de un tipo de espíritu incorrecto, la Iglesia de Inglaterra les cerró las puertas. Sin embargo, esto no pareció importar, pues Dios ya estaba plantando semillas de entendimiento en el corazón de Whitefield sobre lo que estaba por venir. En una ocasión en particular, cuando las multitudes no fueron admitidas por falta de espacio pues el edificio ya estaba lleno, Whitefield se sintió impulsado a salir y a pararse sobre una lápida para dirigirse a los cientos de personas reunidas afuera. No iba a pasar mucho hasta que comenzara a predicar al aire libre de forma regular, lo que atrajo a audiencias mayores que las que podía albergar algún edificio británico.
Para la primavera de 1739, tras la insistencia de Whitefield, John se dio cuenta de que ya no tenía nada que hacer, sino llevar su prédica fuera de las puertas de la iglesia. Ese marzo, siguió a su amigo a Bristol. Whitefield ya había profundizado en la predicación al aire libre en la bulliciosa zona de Bristol, con la esperanza de llegar a la multitud de mineros y trabajadores de los astilleros de ese lugar. El 29 de marzo, John y Charles acompañaron a Whitefield a la plaza del pueblo con la intención de llevar el mensaje de fe a todo aquel que quisiera escucharlo. Al principio, John se opuso a predicar al aire libre, pero cuando Whitefield comenzó, una ruidosa multitud se reunió por pura curiosidad. ¿Estaban preparados sus corazones para escuchar las verdades sagradas que estaba a punto de decir? Mientras los pensamientos de incertidumbre inundaban la mente de John, Whitefield, sin dudar de aprovechar esa oportunidad, habló de forma valiente, inspirando a los ansiosos oyentes con La Palabra de Dios. Al verlo, John se conmovió por la multitud de rostros tan sedientos del agua de La Palabra.
Al día siguiente, John se paró en una pequeña colina en las afueras del pueblo y dio su primer mensaje al aire libre a tres mil personas. John estaba tan entusiasmado y lleno de energía por la experiencia que no podía esperar la siguiente oportunidad de predicar al aire libre. Una vez que experimentó la emoción de predicar en el campo, no hubo vuelta atrás. Había encontrado a una audiencia dispuesta, y aunque no siempre era receptiva, John sabía que él tenía que compartir lo que las personas más necesitaban. Desde ese día en adelante, hasta prácticamente el día de su muerte, John predicó a todo aquel que quisiera escucharlo, no solo todos los días, sino tres o cuatro veces al día. John predicó en todo lugar en que podía: en graneros, campos y plazas de pueblos. Las palabras de John eran tranquilas y medidas, pero parecían penetrar directamente al corazón de quienes lo escuchaban.
John tenía el don de tocar a las personas con la presencia de Dios a través de sus sermones y Charles, a través de sus himnos. Escribió himnos y poesía de forma tan prolífica que menos de un año después publicó el primer volumen de sus canciones, a lo que siguieron muchos volúmenes más en los años posteriores. Como describió John una vez su relación con Charles: “De alguna manera, yo podría ser la cabeza, y tú, el corazón de la obra”. Los himnos y los sermones compuestos por los hermanos Wesley proveyeron el fundamento sobre el cual se construyeron la doctrina y las prácticas religiosas del metodismo. No pasó mucho tiempo antes de que utilizaran la página impresa para expandir el alcance de su ministerio. Estuvieron entre los primeros evangelistas en publicar sermones, himnos, lecturas devocionales e incluso una revista mensual. La manera innovadora de la enseñanza bíblica y la adoración grupal fueron tan efectivas en hacer conocido a Cristo que cientos de convertidos se añadían todos los días.
La Iglesia Anglicana no le concedió una parroquia propia, y le prohibió predicar en las parroquias de otros; John escribió:
En Las Escrituras, Dios me ordena, según mis posibilidades, que instruya al ignorante, reforme al malvado y confirme al virtuoso. El hombre me prohíbe hacerlo en la parroquia de otro, esto es, prácticamente, no hacerlo, viendo que ahora no tengo mi propia parroquia y probablemente nunca la tenga. ¿A quién debo oír? ¿A Dios o al hombre? Veo al mundo entero como mi parroquia; quiero decir con esto que en cualquier parte del mundo en que me encuentre, considero que es apropiado, correcto, y es mi tarea imperiosa declararle a todo aquel que esté dispuesto a escuchar las felices nuevas de salvación.
En un día promedio, John predicaba tres veces y viajaba unos 32 km a caballo. Todas las mañanas las comenzaba predicando a las cinco de la mañana, para alcanzar a los obreros en su camino a los campos. Volvía a predicar al mediodía, cuando los trabajadores paraban a descansar, a lo que seguían dos o más veces por la noche. El tiempo no le hacía alterar el programa. Los hermanos siempre cumplían con todos los compromisos, sin importar las circunstancias. Algunas veces, los hermanos Wesley cubrían casi 97 km por día para llegar a tiempo a un destino fijado de antemano. Viajaban sin descanso y se reunían con las personas en cualquier lugar en que estuvieran, para conocer sus necesidades y cómo podían ayudarlas espiritual, mental y físicamente.
En marzo de 1740, John había dado un mensaje titulado “Gracia libre”, en el que proclamó: “La gracia o el amor de Dios, de donde procede la salvación, es completamente gratis, y gratis para todos“. Esta afirmación estaba en abierto contraste con la doctrina de la predestinación calvinista, que era la creencia aceptada de esa época, y Whitefield de inmediato cuestionó la verdad del sermón de John. Y aunque George era un evangelista tan ungido como eran los Wesley, no era el teólogo que era John. Cuando la controversia comenzaba a asomarse, Whitefield se dirigió a Estados Unidos en agosto de 1740, específicamente a Nueva Inglaterra, la tierra de los calvinistas puritanos. A medida que sus cartas, que cuestionaban la postura de John [arminianismo], cruzaban el Atlántico, leía mucho sobre el tema, solo en los libros sugeridos por quienes lo rodeaban, los calvinistas puritanos. Cuando John publicó su sermón en 1740 en contra de las recomendaciones de Whitefield, las tensiones solo empeoraron. Whitefield respondió en defensa de la predestinación, a lo que John respondió con un contraargumento, por medio de la publicación de “Gracia gratuita” en los Estados Unidos. Charles se hizo eco de la doctrina en sus himnos, y escribió Ven, oh viajero, tú, desconocido, poniendo en mayúsculas “ERES PURO AMOR UNIVERSAL”. De todas manera Whitefield también predicaba: “Ven, pobre, perdido, pecador”, en Glasgow, Escocia, invitando a su audiencia: “Abre la puerta de tu corazón, que el Rey de gloria, el bendito Jesús venga y edifique su Reino en tu alma. Haz lugar para Cristo. El Señor Jesús desea cenar contigo esta noche. Cristo está dispuesto a entrar en cualquier corazón que esté dispuesto a abrirle y recibirlo”. Aunque adherir al calvinismo hacía que pudiera encajar con los puritanos norteamericanos, no era una buena prédica, así que en la parte práctica era más sencillo llamar a todos a acercarse a Jesús a través de su propia voluntad libre y dejarlo a Él solucionar quién estaba predestinado y quién no. Pese a que ambos bandos nunca más volvieron a reunirse, la animosidad entre Whitefield y los Wesley se había enfriado hacia 1742, y para 1749, volvieron a ministrar en las mismas conferencias.
Si la salvación de Dios era libre para todos, entonces no existían restricciones de clase para limitar quién podía unirse a la sociedad metodista, divergencia significativa de las restricciones impuestas por la Iglesia de Inglaterra acerca de quién podía asistir a los servicios y recibir los sacramentos. Y si la fe era un don gratuito que podía crecer y desarrollarse, tenía sentido que los “métodos” metodistas de las reuniones de la sociedad unida, que eran la oración regular, la lectura de Las Escrituras, el ayuno y la realización de buenas obras para ayudar al pobre, al huérfano y al encarcelado fueran todavía de gran importancia. Además, los hermanos Wesley siguieron adelante no solo para predicar el Evangelio, sino también para organizar sociedades a fin de asegurarse de que la voluntad de Dios para todos se hiciera así en la Tierra como en el cielo.
En 1742, los hermanos Wesley fundaron un orfanato y una escuela dominical en Newcastle. Cuatro años después, en 1746, fundaron la primera de muchas clínicas médicas para los pobres, en Londres. En esa época, John comenzó a publicar sus sermones para que fueran utilizados como devocionales a fin de usar las ganancias para brindar apoyo financiero a las clínicas. Les enseñó a los pobres que ellos podían mejorar por sí mismos desde adentro, en lugar de depender de la ayuda del gobierno. Lo más importante es que decidió ofrecer una iglesia no solo para el pobre y desposeído, sino también para el trabajador común, no evangelizado, aquellos que la Iglesia de Inglaterra alejaba porque carecían de maneras refinadas y del vestuario apropiado.
Durante cinco décadas, John Wesley viajó por todas las zonas rurales de Inglaterra, Escocia e Irlanda, predicando, enseñando, aconsejando y orando con comerciantes, trabajadores, granjeros y gente común de todo tipo. Dejó grupos de convertidos que aprendieron a reunirse semanalmente para confesar sus pecados, alentarse unos a otros en oración y fortalecer su fe a través del estudio bíblico. Enseñó la adhesión a un estándar recomendado de conducta moral. John a menudo predicaba: “El alma y el cuerpo forman al hombre; el espíritu y la disciplina, a un cristiano“.
En 1744, después que los Wesley establecieran cientos de sociedades por toda Inglaterra, se llevó a cabo la primera conferencia metodista anual, en la ciudad de Londres. Todos los predicadores laicos y los líderes se congregaban para escuchar a John, recibir aliento o reprimenda, exponer los problemas significativos y proponer soluciones. Esta conferencia era parte del plan de John para satisfacer las necesidades espirituales e intelectuales de los predicadores itinerantes y los líderes locales. Además de establecer la conferencia anual, también publicó libros sobre diversos temas, con el propósito expreso de educar a su creciente grupo de maestros. Publicó sus mejores sermones y otras obras teológicas clásicas a bajo costo, y utilizó las ganancias para establecer escuelas para educar a quienes estaban interesados en convertirse en maestros bíblicos. Wesley abogaba por el desarrollo del intelecto y de los aspectos sociales y emocionales de la vida cristiana, incluso para quienes no estaban llamados a un ministerio a tiempo completo.
John Wesley comprendía que no solo había que evangelizar, sino que la clave estaba en discipular: “Predicar como un apóstol, sin unir a los que están renovados ni entrenarlos en los caminos de Dios, es solo engendrar hijos para el homicida. ¡Cuánta predicación ha habido en estos veinte años! Pero no hay sociedades regulares, ni disciplina, ni orden, ni relación; y la consecuencia es que nueve de cada diez personas que alguna vez experimentaron el avivamiento ahora están más dormidas que nunca“.
Un contemporáneo de Wesley, que era corresponsal del New York Evangelist, escribió: “La primera vez que estuve en compañía del reverendo John Wesley, le pregunté qué debía hacerse para mantener vivo el metodismo una vez que él muriera, a lo que respondió inmediatamente: “Los metodistas deben prestar atención a su doctrina, su experiencia, su práctica y su disciplina [ … ]; si ellos no se ocupan de su disciplina, serían como las personas que dedican un gran esfuerzo a cultivar el jardín y no le ponen una cerca alrededor para resguardarlo de los jabalíes del bosque.”
John tenía la fuerte convicción de que la estricta vigilancia del alma era de primordial importancia para una duradera victoria en Cristo. Esto era así tanto para el individuo como para el Cuerpo de Cristo. Todos los aspectos de la vida debían llevarse a “la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:5). “¿Es de asombrarse que encontremos tan pocos cristianos?“, preguntó Wesley. ¿Dónde está la disciplina cristiana? ¿En qué parte de Inglaterra se añade disciplina cristiana a la doctrina cristiana? Wesley sentía que la iglesia como un todo necesitaba disciplina y creía firmemente que “donde sea que se predique la doctrina, si no hay disciplina, no puede tener todo su efecto sobre los oyentes“.
En 1770, George Whitefield falleció a la edad de 56 años. Cuando a John le preguntaron si esperaba ver a Whitefield en el cielo, contestó: “No … no me malinterpreten. George Whitefield era una estrella tan brillante en el firmamento de la gloria de Dios y estará tan cerca del trono que alguien como yo, que es menos que el más pequeño, nunca podrá alcanzar a verlo“.
A la edad de 86 años, durante un viaje de nueve semanas a Irlanda, John predicó cien sermones en sesenta ciudades y pueblos. Seis de esos sermones los predicó al aire libre. El 22 de febrero de 1791, predicó su último sermón desde el púlpito en la capilla City Road, en Londres. Al día siguiente, predicó su último sermón de este lado del cielo, en la casa de un amigo en Leatherhead, acerca de “Busquen al Señor mientras se deje encontrar” Al día siguiente, el 24 de febrero de 1791, John Wesley escribió su famosa carta a William Wilberforce -miembro del Parlamento que dedicó su vida a poner fin a la esclavitud en el Imperio británico-, alentándolo a continuar con su cruzada contra el comercio de esclavos. Aunque ya no podía continuar predicando sobre la causa de Cristo, en su carta escribió: “Pero si Dios está de su parte, ¿quién puede estar en contra de él? ¿Son todos ellos juntos más fuertes que Dios? ¡No se canse de hacer el bien! Prosiga, en el nombre de Dios y en el poder de su fuerza, hasta que incluso la esclavitud americana (la peor que alguna vez se haya visto debajo del sol) se esfume ante él. [La firmó como “su afectísimo servidor, John Wesley”]
El 2 de marzo de 1791, rodeado de sus seres queridos, dio su último aliento. Durante su ministerio, John Wesley viajó más de 402.335 km a caballo (8046,7 km por año), una distancia equivalente a diez vueltas alrededor del mundo. Predicó más de cuarenta mil sermones y publicó más de cinco mil sermones, panfletos y libros de todo tipo. Hasta el momento de su muerte, Wesley tenía 79.000 seguidores. En la actualidad, solo en Inglaterra, hay 800.000 miembros de la iglesia metodista y setenta millones de miembros en todo el mundo. John Wesley llevó el desafío de una nueva vida a la iglesia anglicana cuando esta había perdido de vista a Cristo como el máximo Redentor. Al predicar la justificación por fe, John y Charles Wesley sacaron a muchos miles de personas de las masas olvidadas de Inglaterra de sus desafortunadas circunstancias y malos hábitos, haciéndoles tener esperanza de justicia y salvación. Los apasionados esfuerzos de John por llevar el conocimiento de la redención a la humanidad se sintieron no solo en Inglaterra, sino en todo el continente europeo y en el mundo en vías de desarrollo, predominantemente en América. Como dijo Rigg sobre él: “Parece haber tenido una convicción determinada y rectora de que había un gran trabajo que realizar para la iglesia, y el mundo, un trabajo que Dios lo había llamado a realizar. Vio a su alrededor la necesidad de un trabajo semejante: un mundo vacío y sin corazón, lleno de corrupción, vanidad e inquietud; y una Iglesia abúlica, indisciplinada e insensible. Él sentía que dentro de sí se agitaba fuertemente el poder y el llamado de despertar y organizar a la Iglesia y de impactar y convertir al mundo. Sin lugar a dudas, el mundo iba a ser tocado por los Wesley, ya que el metodismo proveería el camino del avivamiento hasta muy avanzado el siglo siguiente.”
Extractos del libro Los Generales de Dios III , de Roberts Liardon. Diarios de Avivamientos 2019
Comentarios
Gracias Pr Diego , es una materia apasionante !!!!! , Yo quisiera que no se acabe , !!!! Gracias por subir la historia de estos dos grandes !!!!!! yo sigo enamorada de l Avivamiento de la calle Asusa ,pero no dejando de lado los otros que son tan importantes como este .El Señor lo Bendiga
Gracias querida Chini por su comentario. Dios quiera que pronto podamos no sólo ver, sino también protagonizar un Avivamiento del Espíritu Santo que venga sobre la Iglesia de Jesucristo. Saludos y bendiciones!