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La disciplina de la gratitud

Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra. Servid a Jehová con alegría; venid ante su presencia con regocijo. Reconoced que Jehová es Dios; él nos hizo y no nosotros a nosotros mismos; pueblo suyo somos y ovejas de su prado. Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza. ¡Alabadle, bendecid su nombre! porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia.( Salmo 100.1–5)

¿Ha reparado en la característica de los verbos de este salmo, que invitan a una celebración de la bondad de Dios? Todos ellos son mandamientos: cantad, servid, venid, reconoced, entrad, alabadle, bendecid su nombre. Qué cosa extraña, ¿verdad?

El salmista nos invita -en realidad nos ordena- a que nos detengamos para pensar en nuestra existencia, no con una perspectiva humana, sino como participantes de una realidad que trasciende lo terrenal. Nos anima a que nos unamos a otros para, como dice Dallas Willard, «meditar en la grandeza de Dios, revelada en su infinita bondad hacia nosotros». El salmista confía que sólo detenerse para este ejercicio producirá en nosotros un aire festivo, ¡con abundancia de alegría, regocijo, gratitud, alabanza y declaraciones de la bondad de Dios!

Piense un momento en cuál es nuestra realidad:

Él creó los cielos… nosotros los disfrutamos.

Él hizo el aire… nosotros lo respiramos.

Él proveyó la comida… nosotros la degustamos.

Él nos regaló amigos… nosotros los atesoramos.

Él nos dio sueños… nosotros los soñamos.

Él nos otorgó dones… nosotros los usamos.

Él nos concedió un ministerio… nosotros lo realizamos.

Él proveyó una familia… nosotros la administramos.

Si dejáramos que su Espíritu nos guiara en este ejercicio, nuestra lista podría ser interminable. Todo, absolutamente todo lo que tenemos y disfrutamos a diario, viene de su mano bondadosa.

Cuán importante es para nosotros, preocupados con los quehaceres del ministerio, ¡detenernos para celebrar las multifacéticas manifestaciones de la bondad de Dios! El gozo y la gratitud son el gran antídoto contra la desesperación. Por esta razón, el salmista nos anima a que nos unamos al espíritu de festejo de los que son parte del pueblo de Dios: «Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia».

Para pensar:

Cuando nota que su estado de ánimo está decayendo y la depresión está al acecho, ese es el momento de entrar por sus puertas con gratitud. Al principio, solamente su voluntad le acompañará. Sus emociones se retirarán, ofendidas, a un rincón de su alma. Si usted persiste, sin embargo, ellas no podrán resistirse al espíritu de celebración que lentamente se va apoderando de su ser. Eventualmente, aun su cuerpo no querrá que lo dejen afuera de la fiesta. Practique la disciplina de la celebración. ¡No será la misma persona que antes!

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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