Ahora pues, Jehová, Dios mío, tú me has hecho rey a mí, tu siervo, en lugar de David, mi padre. Yo soy joven y no sé cómo entrar ni salir. Tu siervo está en medio de tu pueblo, el que tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar por su multitud incalculable. Concede, pues, a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y discernir entre lo bueno y lo malo, pues ¿quién podrá gobernar a este pueblo tuyo tan grande? (1 Reyes 3.7–9)
Salomón era aún joven cuando se le apareció Jehová en sueños, diciendo: «Pide lo que quieras que yo te dé» (1 R 3.5). No dudamos de que podría haber pedido lo que quisiera y Dios se lo hubiera concedido, pues el Señor no es hombre para no cumplir con su Palabra. ¿Qué le hubiéramos pedido nosotros a Dios si nos hubiera hecho una oferta similar? La respuesta de Salomón no solamente impacta por la profundidad de su visión, sino que revela un marcado contraste con las peticiones mezquinas que tantas veces son el tema principal de nuestras propias oraciones. Bien podría servir como modelo para todos aquellos que tenemos responsabilidad en la casa de Dios.
En primer lugar, Salomón era conciente de que él no estaba en esa posición por el esfuerzo propio, ni tampoco lo ocupaba gracias a las cualidades que tenía como hombre. El rey sabía que era Dios el que lo había escogido y puesto por rey.
En segundo lugar, Salomón era absolutamente conciente de que carecía de capacidad para cumplir con la tarea que tenía por delante: «yo soy joven y no sé cómo entrar ni salir». ¡Qué refrescante es encontrarnos con alguien que honestamente confiesa sus limitaciones y reconoce su falta de experiencia para realizar un ministerio! Bien sabemos que nuestras debilidades son el medio principal por el cual se expresa la gracia de Dios. Sin embargo dedicamos mucho esfuerzo a esconderlas o disimularlas.
En tercer lugar, Salomón era conciente de que el pueblo sobre el cual estaba era el pueblo de Dios. No era un pueblo del cual podía disponer como quisiera, para hacer con ellos según sus propios criterios y deseos. Era un pueblo que había sido comprado por el Alto y Sublime. Debía ser cuidado y honrado, como hacemos con todo aquello que no nos pertenece. ¡Qué bueno sería que regularmente recordemos, como pastores, que el pueblo entre el cual hemos sido puestos no es nuestro, sino del Señor! Habrá un día en el que daremos cuenta de cada uno de ellos, hasta del más pequeño.
Por último, Salomón sabía que solamente podía llevar adelante su responsabilidad si Dios le daba los dones y las habilidades que precisaba para la tarea. No lo iba a poder realizar en sus propias fuerzas. Necesitaba ser revestido del poder de lo alto: «Concede, pues, a tu siervo corazón que entienda para juzgar a tu pueblo y para discernir entre lo bueno y lo malo». No aspiraba a tener fama, ni reputación, ni reconocimiento. Solamente deseaba las capacidades necesarias para poder agradar a su Dios.
Para pensar:
Esta oración realmente inspira. ¿Se anima a apropiarse de ella para convertirla en su oración para el ministerio que se la ha confiado?
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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