¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: «Déjame sacar la paja de tu ojo», cuando tienes la viga en el tuyo? (Mateo 7.3–4)
Hace muchos años, cuando era un pastor muy joven, habíamos acordado con los hombres de la iglesia ayudar a un hermano en la construcción de una habitación adicional en su casa. Uno de los que se comprometió con mayor entusiasmo no vino en el día señalado y no pude contener mi rabia. La crítica pronto apareció en mis palabras. Esperaba, al menos, que la otra persona presente en ese momento me diera la razón. Pero este hermano, ya crecido en Cristo, me dijo: «No me atrevo a decir nada de él, porque me pesa demasiado mi propio pecado». ¡Qué avergonzado me sentí yo, que era el pastor!
Con el pasar de los años he entendido cada vez con mayor claridad que la crítica tiene que ver más con lo que hay en el corazón del que habla, que con la realidad del criticado. El más falto de misericordia, critica lo que ve como falta de misericordia en otros. El más legalista condena el legalismo que ve a su alrededor. El impuntual se irrita y se ofende cuando otros le hacen esperar.
Es precisamente este elemento el que resalta Cristo. La crítica procede de la persona que no ha tomado tiempo para examinar realmente su propia vida. La basurita en el ojo de su hermano le resulta ofensiva y no ve que en su ojo hay una enorme viga. Por esta razón, su manera de ayudar al prójimo no produce un resultado positivo. No tiene la claridad de visión para poder realizar una operación tan delicada como remover un grano de arena del ojo ajeno. Además, Cristo revela en esta enseñanza esa tendencia en cada uno de nosotros de querer trabajar más en la vida de los demás que en la propia. Dallas Willard señala que «tenemos gran confianza en el poder que tiene la condenación para «enderezarle» la vida a los demás».
En el fondo, nos volcamos a la condenación porque hemos crecido en un mundo cuyo idioma es el de la condenación. El líder entendido sabe que no producirá cambios en la vida de nadie con las críticas, y aun menos si son críticas compartidas desde el púlpito. La corrección debe ser dada con firmeza, pero con un espíritu de mansedumbre «mirándote a ti mismo, no sea que tú también caigas» (Gl 6.1- LBLA). La crítica no solamente es desagradable a los oídos, también deshonra al Señor con una actitud que no ama. Siendo que hemos sido trasladados al reino ¿no deberíamos, entonces, hablar sólo lo que produce edificación, de manera que nuestras palabras impartan gracia a los que oyen? (Ef 4.29 – LBLA).
Para pensar:
Tome un momento para pensar en el hábito de criticar en su propia vida. ¿Qué cosas critica con mayor frecuencia? ¿Qué revela esto de su propio corazón? ¿Cómo puede manejar de forma diferente lo que ve mal en la vida de otros? ¿Se anima a hacer este voto al Señor? «Señor, quiero que de mi boca solamente se escuchen palabras que edifiquen. Si no tengo algo bueno que decir de otros, entonces me callaré. Amén».
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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