Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Gálatas 6.1 (LBLA)
La restauración de los que han caído por el camino es una de las responsabilidades importantes de los que son parte del cuerpo de Cristo. El pecado es parte de la realidad de la vida cristiana y constantemente produce estragos en la familia de Dios. De manera que hacemos bien en prestar particular atención a las instrucciones que da la Palabra sobre el tema, para que nuestra tarea de restaurar sea correcta.
En primer lugar, debemos entender que hay dos tipos de pecado. Uno es el resultado de una actitud de obstinación y rebeldía que actúa sabiendo que está haciendo lo malo. Se rehúsa a escuchar consejo y persiste en lo incorrecto. Una segunda categoría, sin embargo -la que el apóstol Pablo tiene en mente en este pasaje- es aquel pecado que se produce en forma sorpresiva, sin premeditación. La palabra que usa indica una persona que repentinamente es sobrepasada por un pecado. Ninguna de las dos formas de pecado son excusables, pero hay una diferencia importante en la actitud que debe ser tomada en cuenta a la hora de la restauración. En nuestra perspectiva simplista, tendemos a considerar todo pecado como el resultado de una acto de obstinada rebeldía.
En segundo lugar, la tarea del líder es restaurar. La palabra «restaurar» significa devolverle a algo su estado original, su funcionalidad, repararlo. No ignoramos que muchas veces la llamada «restauración» de una persona en la iglesia ha sido exactamente lo opuesto de esto. En lugar de llevarla otra vez a un estado saludable, la persona ha sido hundida en un pozo de condenación, del cual algunos difícilmente se han recuperado. Dios, sin embargo, llama a sus siervos a trabajar en la reparación de vidas. Aun en el caso extremo de entregar a alguien a Satanás, Pablo menciona que su objetivo fue que esta persona salvara el alma en el día del juicio (1 Co 5.5).
En tercer lugar, la restauración debe llevarse a cabo en un espíritu de mansedumbre. Quiere decir que toda forma de agresión, violencia e ira deben estar ausentes en la persona que realiza la restauración. Esto es precisamente porque estas actitudes son las que más entorpecen el proceso de reparación. Por el mismo engaño del pecado, el que debe ser restaurado va a ofrecer cierta resistencia. Si queremos evitar, sin embargo, que esa resistencia se convierta en rebeldía, nuestra actitud debe ser de ternura y mansedumbre. Esto se puede lograr sin dejar de lado la firmeza necesaria para la confrontación.
Lo que más nos va ayudar en todo este proceso es mirar nuestras propias vidas. Nada nos hace tan implacables y duros como la soberbia que viene de creer que nosotros nunca hubiéramos caído como cayó nuestro hermano. Recordar que nosotros estamos sujetos a las mismas debilidades nos ayudará a proceder con mucha misericordia y dará lugar a que la gracia de Dios actúe profundamente en la vida del caído.
Para pensar:
«La doctrina de la gracia humilla al hombre sin degradarlo, y lo exalta sin inflarlo». Carlos Hodge.
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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