Sed hacedores de la palabra y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, ese es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural, él se considera a sí mismo y se va y pronto olvida cómo era. (Santiago 1.22–24)
Santiago identifica, en este texto, lo que es nuestro eterno problema frente a la Palabra. Somos oidores olvidadizos. Esto se nota mucho más en estos tiempos en los cuales tenemos una excesiva saturación de la Palabra. La escuchamos en interminables reuniones durante la semana, la escuchamos por la radio, la escuchamos por cassettes, la bajamos de Internet, la leemos en libros, la estudiamos en nuestros devocionales. Imagínese lo que sería su vida y la mía si lleváramos a la práctica apenas un diez por ciento de todo lo que escuchamos. ¡Seríamos verdaderos gigantes en el reino!
Lastimosamente, nuestra tendencia es siempre hacia el olvido. La totalidad del consejo de Dios, sin embargo, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, nos exhorta a que seamos gente que practica su Palabra. El que es solamente oidor, dice Santiago, es una persona que se engaña a sí mismo. ¿En que consiste este engaño? Se lo puede comparar a las promesas vacías de un padre que no cumple con sus hijos. Les dice que va a realizar tal actividad con ellos, sus hijos, naturalmente, se entusiasman y comienzan ya a soñar con la llegada de ese momento especial con su padre. Mas su entusiasmo quedará en la nada, porque él no es una persona que guarda su palabra. De la misma manera acontece con el que es solamente oidor de la Palabra. La escucha y reconoce en ella las indicaciones necesarias para la situación personal que está enfrentando. Aun puede experimentar regocijo en su espíritu porque Dios le ha hablado con mucha claridad. «Cuánto necesitaba esta Palabra» se dice a sí mismo. Pero al poco tiempo todos estos sentimientos han quedado en la nada, porque no actuó después de haber escuchado.
Santiago, con esa admirable sencillez de los grandes maestros de la Palabra, nos ayuda a entender este tema usando una muy simple analogía, la de un espejo. ¿Ha meditado en cuál es la función de un espejo? No es solamente para que usted se mire. Cumple una función mucho más importante que esto. Le permite ver las partes de su cuerpo que usted no puede ver con sus ojos naturales. Es decir, le da acceso a lo que está escondido a la vista. Con la imagen que usted tiene en el espejo puede darse cuenta qué cambios necesita realizar para estar presentable.
La Palabra cumple esta función en nuestra vida. Nos permite ver las cosas que no podemos ver por nosotros mismos, cosas que deben ser vistas en «el espíritu». Estas son las cosas sobre las cuales usted y yo debemos actuar. ¿Usted no pierde tiempo en el espejo si no va a hacer nada al respecto, verdad? De la misma manera, Dios le llama a que no pierda el tiempo con la Palabra si no tiene intención de hacer nada al respecto. La Palabra cumple una función en nuestras vidas. Está en nosotros aprovecharla.
Para pensar:
«En el día del juicio, no se te preguntará: «¿qué leíste?» sino «¿qué hiciste?» Tomás Kempis.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios