Y el Señor dijo a Samuel: ¿Hasta cuándo te lamentarás por Saúl, después que yo lo he desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite y ve; te enviaré a Isaí, el de Belén, porque de entre sus hijos he escogido un rey para mí. 1 Samuel 16.1 (LBLA)
Una de las cosas que más nos cuesta superar son las desilusiones y derrotas del pasado, especialmente cuando estamos en el ministerio. Esta responsabilidad le otorga un peso adicional a las situaciones que no resultaron como esperábamos. Quizás se trate de una persona de quien teníamos grandes expectativas; invertimos mucho en su formación, pero no resultó ser lo que esperábamos. Quizás el desánimo tenga que ver con una decisión que tomamos, creyendo en el momento que era la mejor opción para la congregación. El tiempo, sin embargo, ha demostrado que la decisión fue errada y estamos pagando un alto precio por ello. Podría tratarse de un problema en la congregación, que manejamos incorrectamente. Hoy vemos claramente las consecuencias de esto, en reproches y tensiones que afectan nuestras relaciones con otros. El hecho es que nuestra desilusión podría atribuirse a un sin fin de razones. La vida rara vez se ajusta a nuestras expectativas. Las cosas no son tan sencillas como esperábamos y la frustración es frecuentemente una compañera de nuestra experiencia ministerial. El proceso de maduración consiste en descubrir que esto es parte de la realidad con la cual tenemos que convivir a diario.
Para muchas personas, no obstante, las desilusiones y los sinsabores de la vida pueden convertirse en obstáculos más difíciles de superar que los problemas que produjeron estos sentimientos. Presos de estas fuertes emociones, se nos puede ir la vida en lamentos por lo que nos tocó vivir. Una frase que frecuentemente se escucha en esta situación es: «si solamente hubiera hecho esto, o dicho lo otro…». Armados con este pensamiento, volvemos una y otra vez a las situaciones del pasado, imaginando cómo serían las cosas si hubiéramos actuado de otra manera.
Observe la pregunta que Dios le hace a Samuel: «Hasta cuándo te lamentarás…?» El lamento es poco productivo, porque el pasado no puede ser cambiado. Solamente podemos aprender de él las lecciones necesarias para no cometer los mismos errores en el futuro. Mientras Samuel seguía lamentándose, el Señor había avanzado hacia la próxima etapa en sus proyectos: «de entre sus hijos he escogido un rey para mí». Su mirada ya estaba puesta en otro hombre y las cosas que iba a lograr a través de la vida de este varón.
En las instrucciones del Señor a Samuel hay un deseo de movilizar una vez más a su profeta, de librarlo de la melancolía en la cual había caído. El hecho es que hay un solo camino que podemos recorrer, y ese camino está por delante. No debemos perder más tiempo de lo necesario meditando en las derrotas del pasado. Cuando hayamos sacado las lecciones necesarias de la experiencia, le podemos dar la espalda al pasado y avanzar con paso firme hacia el futuro. La vida está por delante.
Para pensar:
«Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo hacia la meta» Flp 3.14.
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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