Lealtad

Porque vuestra lealtad es como nube matinal, y como el rocío, que temprano desaparece… Porque más me deleito en la lealtad que en el sacrificio, y más en el conocimiento de Dios que en los holocaustos. Oseas 6.4, 6 (LBLA)

Cuando leo este pasaje me siento un poco avergonzado al pensar en muchas de nuestras reuniones dentro de la iglesia. En ellas, cantamos y declaramos una y otra vez nuestro profundo amor por el Señor. Frecuentemente estas proclamas van acompañadas de lágrimas y un quebranto espiritual. El día lunes, no obstante, nuestra vida sigue su mismo rumbo predecible y usual, sin que los de alrededor sospechen que el día anterior hemos ofrecido a nuestro Dios apasionados votos de compromiso y amor incondicional.

Por supuesto que no tiene nada de malo que expresemos públicamente nuestro amor al Padre. ¡Gracias a Dios que se dan abundantes oportunidades en las que podemos reunirnos para declarar, junto al pueblo escogido, nuestra lealtad hacia el Señor! Este debe ser un elemento importante en la vida de todo discípulo de Cristo.

El problema, más bien, radica en que nuestra lealtad es, justamente, como la nube matinal. ¡Cuán gráfica es esta ilustración! La niebla matinal es espesa e impenetrable. Su presencia lo llena todo. Quien la contempla tiene la impresión de que nunca más volverá a disiparse, pues como un manto denso cubre todas las cosas y hasta parece sofocarlas. Ni bien asoma el sol, sin embargo, se comienza a evaporar. Al poco tiempo, no queda rastro alguno que delate su existencia durante la noche.

Lo que hace que desaparezca la niebla, es precisamente el calor del sol. De la misma manera, la lealtad muchas veces existe hasta que se presenta alguna dificultad. Cuando la vida comienza a presentarnos sus interminables complicaciones, se evaporan los buenos sentimientos, las promesas, y los compromisos de amar por toda la eternidad. En su lugar queda la obsesión de encontrar la salida para la situación puntual que nos enfrenta.

La verdadera lealtad, sin embargo, no puede ser comprobada sino HASTA que aparecen las dificultades. Cualquiera de nosotros es capaz de proferir votos de compromiso para con Dios o con nuestros semejantes. Esa es la parte fácil. La parte difícil es mantenerse fiel a ellos cuando la vida nos invita a descartarlos. Es precisamente en este punto que la vida espiritual de muchos de nosotros se derrumba. Al igual que el pueblo de Israel en el desierto, la menor dificultad nos lleva a cuestionar con indignación las intenciones de nuestro Dios para con nuestras vidas.

Para pensar:

¿Debemos, pues, dejar de cantar y proclamar nuestro amor por él? ¡De ninguna manera! Debemos ser un poco más medidos en nuestras declaraciones, sabiendo que detrás de nuestras palabras hay una voluntad débil. Pero aún mejor que esto es tener como garantía de nuestras palabras una vida realmente devota a él, que no es el resultado de las emociones del momento ni de las palabras elocuentes de quienes dirigen la reunión. Al igual que a Israel, él nos dice: «¿sabes una cosa, mi amado? Me encanta que me digas lo mucho que me quieres cuando estás con otros. Pero aún más que esto, me gusta que me lo sigas diciendo cuando estás solo, y la vida se pone dura. ¡Eso sí que llena mi corazón de gozo!»


Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.

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