Yo les he dado tu palabra; y el mundo los odió, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. (Juan 17.14–16)
Las palabras del Señor parecen ser, a primera vista, un poco contradictorias. Por un lado afirma que el mundo ha rechazado a sus discípulos, precisamente porque pertenecen a otro reino enteramente diferente. Las diferencias en los estilos de vida, en los valores y en los compromisos, se conjugan para poner en evidencia las faltas de los que están identificados con este presente siglo malo. El resultado es, para los que están en Cristo, conflicto y persecución.
En la siguiente frase, sin embargo, Jesús le pide al Padre exactamente lo opuesto de lo que hubiéramos pedido nosotros: que no los quite del mundo. Digo que es lo opuesto de lo que, instintivamente, haríamos nosotros, porque creemos siempre que lo mejor que le puede ocurrir al otro, si está dentro de nuestras posibilidades hacerlo, es que le evitemos pasar un momento de dificultad.
Cristo aclara en su oración que los discípulos no son del mundo. Por esta razón no pretende en ningún momento que se sientan cómodos en este entorno. A pesar de esto, muchos hijos del Señor están dedicados a buscar la manera de pasarlo lo más bien posible en la tierra, mientras caminan hacia la eternidad.
Debemos meditar en este pedido que le hizo al Padre: «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal». ¿Cuál es la razón de esta petición? Es que hemos sido llamados a cumplir una misión, no en otro lado, sino en la tierra donde vivimos. Dios nos ha bendecido para que seamos de bendición a todos los que él pone en nuestro camino. «Como me envió el Padre, así también yo os envío» (Jn 20.21) Esta es una parte esencial del llamado de todo discípulo de Cristo. No es posible cumplir este llamado si no estamos en el mundo, ¡precisamente rodeado de aquellas personas que nos rechazan!
Debe causarnos un poco de tristeza, entonces, notar que la iglesia en muchas oportunidades se ha aislado del mundo, tomando refugio en una multitud de programas que tienen como objetivo bendecir a aquellos que ya han sido bendecidos. Nosotros, los pastores, imponemos este mismo estilo a los que se convierten, pues ni bien se han insertado dentro del cuerpo comenzamos a cortar todos los vínculos que tienen con la gente del mundo. Decimos que es para protegerlos de la influencia de los que andan en pecado. Lo que en realidad estamos logrando es frustrar la oración de Cristo, que específicamente le pidió al Padre que no sacara a nadie del mundo.
Más bien, debemos buscar la forma para que, estando activamente involucrados en el mundo, Dios les guarde del mal. Esto es lo que pidió Cristo, y no podemos hacer menos que él. Si salimos del mundo, le hemos dado la espalda a nuestra vocación. Y sin vocación de servicio, no podemos ser discípulos.
Para pensar:
¿Tiene amigos del mundo? ¿Cuánto tiempo les dedica? ¿Se sienten amados por usted? ¿Cuánto tiempo pasa con sus hermanos en la fe?
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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