David respondió a Saúl: «Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre. Cuando venía un león o un oso, y se llevaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, lo hería y se lo arrancaba de la boca; y si se devolvía contra mí, le echaba mano a la quijada, lo hería y lo mataba». (1 Samuel 17.34–35)
En la confesión de este tercer siervo encontramos una de las razones por las cuales muchos ministerios no prosperan. El amo no negó que él fuera un hombre que segaba donde no sembraba, ni tampoco que recogía donde no esparcía. Pero estas características, lejos de inspirar al siervo, le infundieron miedo porque veía en ellas las marcas de un hombre duro. Su visión errada del amo es lo que lo llevó al fracaso.
El miedo no inspira, ni nos motiva a tomar riesgos. El miedo paraliza. Cuando el temor se apodera de nuestros corazones las cosas a nuestro alrededor dejan de tener su correcta perspectiva y parecen obstáculos insuperables. Creemos que cualquier paso que tomamos va a terminar en el fracaso y acabamos por no hacer nada. Este siervo, que estaba convencido de que su amo era un hombre duro, tenía más miedo del castigo que podía recibir, que de la posibilidad de fracasar en su intento de hacer una buena inversión.
Creo que muchas veces buscamos movilizar a nuestra gente usando el miedo o la culpa. Les decimos que si ellos no asumen la responsabilidad por tal o cual ministerio, nadie lo hará. Terminan aceptando esa responsabilidad sin la convicción profunda de que esto sea algo que Dios desea para sus vidas. Desde el primer día, entonces, ese ministerio está destinado al fracaso. La persona no lo inició con una motivación sana, y sus acciones lo van a delatar a cada paso que dé.
Lo único que verdaderamente puede motivarnos a un ministerio sano es la seguridad de que somos amados por nuestro Padre celestial. Cuando nos movemos en Su amor, podemos asumir los riesgos de «inversiones» que podrían fracasar, porque sabemos que no se está progresando por la calidad de nuestros logros. Avanzamos confiadamente en los proyectos que tenemos por delante, porque sabemos que Su amor nos guiará y sostendrá en los emprendimientos.
Note usted la manera en que ocurre la transición de Jesús, de una vida secreta a la vida pública del ministerio. Cuando salió de las aguas, se oyó una voz de los cielos, que dijo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mt 3.17). Antes de que comenzara la tarea para la cual había sido enviado, el Padre estaba expresando al Hijo su amor incondicional. Todos los cuestionamientos, las dificultades, y aun las traiciones que le esperaban en el futuro no iban a neutralizar la fuerza de esta relación entre Padre e Hijo. ¡Cómo no sentirse, entonces, libre para avanzar confiado por el camino que se le había marcado!
Para pensar:
¿Cómo es su vida cuando está a solas y nadie lo está mirando? ¿Hace las mismas cosas que hace cuando otros le están observando? La verdadera persona no es la que ven los demás, sino lo que usted es en su vida secreta. ¿Qué pasos puede tomar para cerrar la brecha entre lo que usted es en público y lo que es en privado?
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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