Les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos o las ocasiones que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra. (Hechos 1.7–8)
En su último encuentro con el Mesías resucitado los apóstoles seguían preocupados con el tema de la restauración del reino en Israel. Ante su insistencia, Jesús compartió con ellos la declaración que hoy es parte de nuestra reflexión. Él deseaba que ellos estuvieran más preocupados por la visión de su Padre que en las cosas netamente relacionadas con el mundo en el cual vivían.
Romper con tal preocupación, sin embargo, no era cosa fácil. Cuando Dios levantó al apóstol Pablo para extender el trabajo de la iglesia naciente hacia lo último de la tierra, los líderes de la iglesia en Jerusalén se opusieron tenazmente a la obra que intentaba hacer. Fue solamente como resultado de un intenso debate, que los apóstoles accedieron a esta nueva iniciativa, aunque ellos optaron por quedarse en Jerusalén (Hch 15).
La resistencia de la iglesia moderna al llamado universal sigue siendo muy parecida a la de ese primer grupo reunido en Jerusalén. Esta obsesión con la obra en el ámbito local se debe, en parte, a una lectura equivocada de este pasaje. Esta lectura da a entender que la obra en Samaria solamente se puede iniciar cuando se haya terminado la obra en Jerusalén. Del mismo modo, la obra «hasta lo último de la tierra» no podrá realizarse hasta que se haya completado la obra en Samaria. Con esta perspectiva, muchos pastores justifican su falta de visión con la pregunta: «¿cómo vamos a involucrarnos en misiones si aún no hemos alcanzado nuestro barrio?»
Una traducción más fiel de este mandamiento es la que encontramos en la Nueva Versión Internacional, que dice: «Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén, como en Samaria y hasta los confines de la tierra». El sentido de la frase es que la obra en Jerusalén debe ser realizada a la par de la obra en Samaria y la obra hasta los confines de la tierra. Todo el trabajo es simultáneo.
No podemos dejar de observar que, con respecto a esto, el movimiento misionero -que ha sido altamente positivo para la iglesia en nuestro continente- tampoco ha podido escapar de este mismo error, que es el de enfatizar una obra por encima de otra. En el caso de ellos la obra de llegar hasta los confines de la tierra era más importante que la obra en Jerusalén.
Para pensar:
El punto en todo esto es que Dios tiene una carga tan personalizada, que le interesa lo que está pasando en el reducido mundo de cada uno de sus hijos. Pero su visión es tan amplia que también le interesa lo que ocurre en Argentina, Alaska o Australia. Las dos cosas son simultáneas. Así debe ser también para sus hijos. Nos debe interesar lo que ocurre en nuestro propio barrio y con nuestros mismos vecinos. También debemos estar ocupados en extender el reino en los lugares más remotos de la tierra, para así vivir en toda su dimensión la obra a la cual hemos sido llamados.
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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