Decía además: «Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra. Duerme y vele, de noche y de día, la semilla brota y crece sin que él sepa cómo, porque de por sí lleva fruto la tierra: primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado». (Marcos 4.26–29)
Cuando yo era joven, pensaba que todo se podía entender y explicar si se lo analizaba con un espíritu cuidadoso y perseverante. A decir verdad, como muchos jóvenes a mi alrededor, aun de aquello que no entendía me atrevía a dar explicaciones. Muchas veces también, en el rol de maestro, me sentía en la obligación de dar una respuesta a mis alumnos de cosas que no entendía con mucha claridad.
Con el pasar de los años he entendido cada vez más que gran parte de lo que ocurre a nuestro alrededor está envuelto en un manto de misterio. La vida se ha encargado de mostrarme que muchas de las cosas acerca de las cuales hacía afirmaciones categóricas no eran tal cual yo las describía. Hoy, me siento más cómodo (y creo, también, que es más honesto) admitiendo ante aquellos a quien Dios me ha dado el privilegio de instruir que hay muchas cosas que no entiendo muy bien.
Seguramente esta era una de las verdades que Cristo estaba queriendo comunicarle a sus discípulos en esta parábola que compartió con ellos. El cultivo de la tierra era una actividad tan antigua como Israel misma. La mayoría de las personas tenían contacto con la actividad de sembrar y cosechar. El proceso por el cual una pequeña semilla, aparentemente seca, se convertía en una planta frondosa con frutos provechosos para el hombre era enteramente misterioso para los que cultivaban la tierra. Solamente podían afirmar que una semilla echada en tierra produciría, unos meses más tarde, una planta de la cual se podrían sacar alimentos.
El proceso de crecimiento dentro del reino también está velado por el misterio. ¿Quién puede explicar el proceso por el cual una persona rebelde, airada o deprimida se convierte en un discípulo gozoso y comprometido con la persona de Cristo? ¿Quién de nosotros entiende bien como es que ocurre la transformación que nos lleva a ser cada vez más parecidos al Señor? ¿En qué momento ocurre? ¿Cuáles son sus agentes? ¿Qué fenómenos la acompañan? La verdad es que la mayoría de nosotros solamente podemos testificar que ocurre, porque vemos sus frutos luego de un período determinado de tiempo.
¿Por qué es importante que entendamos esto? Porque existe una tendencia en cada uno a creer que es nuestro esfuerzo el que produce los resultados, que son nuestros programas los que aseguran el crecimiento de la iglesia, que nuestra elocuencia produce convicción en los que nos escuchan. Todo esto es una falacia. La gran mayoría de las cosas que ocurren en el mundo espiritual se resisten a la explicación. No las entendemos. Solamente podemos celebrarlas, dando gracias porque nos es dado a comer de sus frutos.
Para pensar:
«El crecimiento nunca es el producto del esfuerzo, sino de la vida». Augusto Strong.
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
Comentarios