Bienaventurados los pacificadores, porque serán llamados hijos de Dios. (Mateo 5.9)
A medida que avanza el proceso de transformación, producto del accionar de Dios en nuestras vidas, según las características que hemos visto en los devocionales anteriores, estamos cada vez en mejores condiciones para bendecir a quienes nos rodean, con una bendición que es espiritual.
Las relaciones entre los seres humanos están plagadas de toda clase de conflictos. El simple hecho de convivir dos personas en una misma casa lleva a situaciones de tensión, pues los intereses de uno seguramente interferirán en los intereses del otro. Cuando trasladamos esas tensiones a la sociedad, donde los compromisos con el prójimo son mucho más débiles, es fácil entender por qué los conflictos y las peleas abundan a nuestro alrededor. Dios nos ha creado para convivir en paz y armonía los unos con los otros, pero la presencia del pecado en nuestras vidas muchas veces hace que esto sea una imposibilidad a la hora de llevarlo a la práctica.
No es posible llevar las relaciones al plano de la paz -que en la Palabra se refiere a mucho más que la ausencia de conflictos- salvo que sea por medio de una acción sobrenatural. El hombre ha intentado imponer la paz por sus propios medios, pero siempre termina siendo un acto de agresión hacia los demás. Tal fue la actitud de Pedro, cuando quiso defender al Cristo arrestado usando su espada, o la de Moisés cuando quiso bendecir a sus hermanos hebreos por medio del asesinato de un egipcio. «Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios», advierte el apóstol Santiago (1.20). Es necesario entender que la verdadera paz es el resultado de una profunda transformación en nuestro corazón, tal como la que está describiendo Cristo en las bienaventuranzas.
Es por medio de esta obra espiritual que Cristo pidió al Padre que no tomara en cuenta el pecado de los que lo crucificaban. Por esta misma obra, Esteban oraba por los que le estaban apedreando, aun cuando se encontraba en medio de un agónico proceso de muerte. Los que procuran la paz son aquellos que desean que la plenitud de la bendición de Dios alcance a los que están a su alrededor, permitiendo que los hombres disfruten de las relaciones sin la permanente tendencia a la ofensa. Los que buscan la paz también asumen el compromiso de intervenir en toda situación de potencial conflicto, evitando que un pleito llegue a desencadenar una crisis de proporciones incontrolables. Entienden que el principio de una contienda es como el soltar de muchas aguas (Pr 17.14).
La consecuencia de esta actitud es que los tales serán llamados hijos de Dios, un privilegio que también otorga una autoridad espiritual sin igual. Los hijos de Dios son aquellos que gozan del respaldo y el favor especial del Padre, pudiendo avanzar sin temor en todas las cosas que él les manda, pues Dios les acompañará a cada paso del camino.
Para pensar:Ay de los que viven con el lema «¡no te metas!» Cuando necesiten ayuda no tendrán un Padre celestial que les cuide.
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000
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