Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza. (1 Timoteo 4.12)
La juventud es una etapa de ideales. El joven observa el mundo y denuncia con fervor las injusticias e incongruencias que ve a su alrededor. Cree que puede lograr cambios donde otros han fracasado o claudicado. De igual manera, en la iglesia, muchas veces el joven demanda que se le escuche y reconozca en la congregación. Con frecuencia estas demandas están teñidas de una falta de ternura y respeto por los que están a su alrededor.
Pablo valoraba a los jóvenes. A Timoteo, que parece haber tenido un carácter tímido, le mandó que no permitiera que otros despreciaran su juventud. Pero tome nota del método que el apóstol le propuso para lograr el respeto que él necesitaba. Era por medio de su comportamiento ejemplar.
Es precisamente en este aspecto donde la mayoría de los jóvenes fracasan. Tienen fuego y pasión para hacer conocer sus opiniones, pero no tienen la clase de vida que respalde sus sugerencias. Son capaces de enumerar con facilidad los errores que ven en la vida de los demás y no se dan cuenta que esta es la parte más fácil de encarar un problema. Aún no han transitado el camino de la vida, lo que les permitirá aportar soluciones reales y prácticas para las dificultades que enfrenta el hombre.
Pablo animó al joven Timoteo a que no recorriera el camino de las discusiones y los argumentos. Seis veces, en sus dos cartas, le advirtió que no haría avanzar el plan de Dios con las muchas palabrerías. Sí lo animó, en lugar de esto, a que cultivara la clase de vida que se gana el derecho a ser escuchado.
Para el líder joven, este es un desafío duro. Debe aprender que identificar los errores de la iglesia o de los líderes aporta muy poco en la implementación de un cambio profundo y perdurable. El desafío es demostrar, con el comportamiento, que existen otras alternativas. Cuando yo era aún soltero, con cuánta facilidad señalaba los errores que habían cometido mis padres. Pero luego me casé y, a su tiempo, llegaron mis propios hijos. ¡Bien pronto comencé a ver que la teoría de «cómo ser un buen padre» no era tan fácil de llevar a la práctica! Y no solamente esto, también me encontré cometiendo los mismos errores que en otro tiempo había denunciado como inadmisibles.
El joven que asume el desafío de cultivar una vida donde su conducta y su pureza están a la vista, será tomado en cuenta sin siquiera buscar ese reconocimiento. La razón es sencilla: las teorías abundan, pero ¡la vida habla más fuerte que las palabras!
Para pensar:
El autor y poeta inglés, Oscar Wilde, una vez observó: «En este mundo, los jóvenes siempre están dispuestos a compartir con sus mayores el pleno beneficio de su inexperiencia». Sin duda un comentario irónico, pero no sin su verdad. Si usted es joven, ¡deje que su vida hable más fuerte que sus palabras!
Tomado con licencia de:
Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.
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