Nacido del Espíritu

No te maravilles de que te dije: «Os es necesario nacer de nuevo».El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo aquel que nace del Espíritu. (Juan 3.7–8)

Como en tantas otras ocasiones, Jesús utilizó las más sencillas analogías de la vida cotidiana para ilustrar los conceptos relacionados con el reino de Dios. Sus palabras, sin embargo, resultaban confusas para Nicodemo. El problema no era lo complejo del idioma, ni tampoco la profundidad de los conceptos que el Maestro compartía con el fariseo. La dificultad se encontraba en otro lado. Los dos estaban hablando de mundos diferentes.

El mundo en el cual nos hemos criado tiene una fuerte influencia sobre la manera en que vemos lo que está a nuestro alrededor. Todo lo que forma parte de nuestra experiencia cotidiana está teñido por esta perspectiva. Al no ser concientes de esta visión «nublada», creemos que la vida y las personas son, en realidad, así como las vemos. Para la persona que ha sido golpeada y agredida, todos a su alrededor son potenciales agresores. Para la persona que le fue servido «todo en bandeja», el mundo y todo lo que contiene existe exclusivamente para su beneficio.

Cuando intentamos entender el mundo espiritual con la visión que hemos formado en el mundo terrenal, acabaremos tan confusos y perplejos como Nicodemo. La mente no puede abarcar las cosas del mundo espiritual, porque pertenecen a otro mundo. Solamente pueden ser comprendidas por la acción del Espíritu, que abre una ventana para ver un mundo que, hasta ahora, nos era oculto. Si Dios no nos concede esta experiencia, podemos analizar y observar hasta el día mismo de la muerte, más no podremos discernir nada.

En ninguna faceta de la vida espiritual es tan evidente esta diferencia entre lo que es del Espíritu y lo que no lo es, como en el nuevo nacimiento. La operación por la cual una persona depresiva, desanimada y derrotada, hundida en una perspectiva absolutamente egoísta de la vida, se transforma en una persona llena de gozo, esperanza e interés, es enteramente misteriosa. No sabemos en qué parte de la persona se produce el cambio, ni cuán profundas son las intervenciones del Espíritu. Al igual que con el paso del viento, solamente podemos señalar un antes y un después cuyo contraste nos deja maravillados.

Esto no ha detenido en nada nuestros intentos por analizar y explicar minuciosamente el proceso de conversión. De hecho, hemos producido millares de tratados que explican los pasos necesarios para «recibir a Cristo en el corazón». Hemos querido convertir en un método lo que Jesús mismo describió como un misterio, desplazando al Espíritu e insertando al hombre como protagonista principal de este acontecimiento sagrado.

Para pensar:

Siendo ministros en Su casa, es bueno que volvamos a recuperar una perspectiva bíblica de la conversión. Su esencia sigue siendo puramente un milagro. Nos invita a invertir más tiempo en clamar al Dios de las señales, los milagros y los prodigios, para que visite a aquellos que aún andan en tinieblas. Nosotros no nos callaremos pero, seguramente, llegará el momento en que lo único que podremos decir es «el viento está soplando».

Tomado con licencia de:

Shaw, C. (2005) Alza tus ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica: Desarrollo Cristiano Internacional.0000

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